Luis González Souza
Selva global

Ley de la selva a escala global. He ahí el "nuevo orden mundial" prometido por el entonces presidente estadunidense George Bush, al celebrar en 1991 su triunfo en la primera guerra del Golfo Pérsico contra Irak. La culpa es nuestra por ingenuos y por amnésicos.

Ingenuamente pensamos que el fin de la histórica disputa entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética de inmediato traería un nuevo orden mundial, en primer lugar pacífico. Si la guerra fría había terminado, con mayor razón las guerras calientes. Y amnésicamente olvidamos que EU siempre se ha distinguido por su olímpico desprecio del derecho internacional. Faltaba menos. Si para algo se hizo potencia, sería para no admitir más controles que la ley del más fuerte. Y es el puntual cumplimiento de esta ley, digamos supramundial o divina, lo primero que significa "orden" en el diccionario imperial.

Al quedar EU como la "potencia única" en 1991, el acertijo era bastante descifrable: "Nuevo orden mundial" significaría: ley de la selva impuesta en todos los rincones del globo terráqueo. Más que una aldea global (McLuhan), el nuevo mundo habría de ser una jungla total. Tal vez, también, una fábrica mundial (Grunwald, Flamm), pero antes que nada para la fabricación de armas y de guerras suficientemente rentables para la "potencia única".

Descifrado el acertijo bushiano sobre el nuevo orden mundial, resulta más fácil entender la escalada guerrerista posterior al fin-de-la-guerra fría: desde la primera guerra del Pérsico hasta la actual masacre en Yugoslavia, pasando por el envío de tropas a Somalia, Ruanda o Haití con fines "humanitarios", y por los bombardeos en 1998 contra Sudán y Afganistán en busca tanto de líderes terroristas como de humo para encubrir el Lewinskigate, sin faltar los nuevos bombardeos contra Irak de diciembre pasado hasta la fecha, en la que, curiosa o sumisamente, pocos se atreven a llamar segunda guerra del Golfo Pérsico.

En esa escalada, el bombardeo de Yugoslavia representa un salto mayor. No sólo porque obliga a pensar seriamente en una tercera guerra mundial. También porque desnuda el pisoteo del derecho internacional, de por sí frágil y limitado. A diferencia de la primera guerra del Pérsico, esta vez EU y sus más dóciles aliados de la OTAN decidieron pasar por encima de la propia ONU y de su carta. Esta, en su artículo 53, claramente prohíbe acciones militares como las emprendidas contra Yugoslavia, a menos que cuenten con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. Y hasta el día de hoy EU y sus aliados siguen oponiéndose inclusive a que tal Consejo se reúna a discutir la crisis en los Balcanes.

Nadie, o muy pocos, está a favor de una limpieza étnica como la que se atribuye al gobierno de Yugoslavia en contra de la población albanesa de Kosovo. Pero una masacre no se resuelve con otra más grande. Lo único que así se logra es la amplificación de la barbarie. Y precisamente para evitar barbaridades es que se inventaron el derecho y la política. A promover ambas cosas, y no la fuerza bruta, estamos obligados todos; mucho más, quienes pretenden liderear al mundo.

Lamentablemente, la "potencia única" de la posguerra fría no quiere entenderlo. Prefiere exprimir hasta la última gota de su principal ventaja comparativa: su indiscutible y al parecer inagotable capacidad para usar la fuerza bruta. Según parece, EU todavía no sabe que de esa manera sólo terminará por dilapidar el capital que le permitió convertirse en una potencia. El problema es que a ese baile de embriaguez mesiánica nos quiere llevar a todos.

Por fortuna, en cambio, el mundo ya no es una masa de plastilina en manos de las potencias. Por eso los guerreristas de toda laya, lo mismo en Yugoslavia que en Chiapas, enfrentan una creciente oposición. Y por eso, todos quienes nos rehusamos a heredar un mundo-selva a nuestros hijos demandamos el cese inmediato de los bombardeos; hoy en Yugoslavia, ayer en Irak, mañana nadie lo sabe.

El alto el fuego no es suficiente, como tampoco lo es el regreso a la negociación política. Esta seguirá atorándose mientras la ley de la selva no sea acotada por nuevas leyes internacionales, tan democráticas como visionarias. Y en el primer punto de esta agenda tal vez está la regulación ųpareja y por consensoų del temible derecho de injerencia, el mismo que hoy cabalga hacia la destrucción de Yugoslavia. Pero eso merece analizarse con más tiempo (šy espacio!)

 

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