La economía es un asunto a veces extraño. En ocasiones hay que decir a la gente que lo mejor es que las cosas no vayan tan bien para ser buenas, y cuando parece que las cosas van muy bien hay que alertar sobre la posibilidad de que eso termine. El año pasado, la política económica en México logró acomodar la evolución desfavorable aceptando una inflación mucho más alta que la prevista, pero reduciendo muy poco la tasa de crecimiento del producto. Así, mientras los precios fueron 55 por ciento más elevados, el producto interno bruto (PIB) apenas se redujo 0.4 puntos porcentuales de lo originalmente estimado por el gobierno. Pero ese acomodo tiene un costo que ya se está empezando a sentir y, a partir del cuarto trimestre de 1998 ocurre una desaceleración de la actividad económica, especialmente en el sector más dinámico, que es la producción industrial.
Pero el análisis más convencional logra sacar provecho del menor ritmo de actividad económica que, finalmente, representa una menor creación de empleos y menor generación de ingresos, en un marco que sigue siendo muy favorable a su concentración. Un menor crecimiento del PIB reduce las presiones sobre la tasa de interés y el tipo de cambio, ya que ambas variables están estrechamente vinculadas con las expectativas de la inflación, que se reducen por el estricto control fiscal y monetario y se sostiene por la menor presión de la demanda provocada por la menor producción.
De tal manera, las semanas recientes han registrado un descenso de las tasas de los Cetes y también una importante revaluación del peso frente al dólar. Como el PIB crece menos, son menores las importaciones y la demanda de dólares y, otra vez, el ajuste viene por un descenso de la demanda y no por un aumento de la oferta. Al disminuir el déficit comercial, se reduce la necesidad de divisas y baja su precio. Pero hay más, ya que si se reduce el ritmo de crecimiento del PIB y, por lo tanto del ingreso, baja también el consumo y, por lo tanto puede aumentar el ahorro interno, pero de nuevo, no como resultado de que aumente el ingreso de los trabajadores, sino porque disminuye su consumo. No hay nada, sin embargo, que asegure que todos estos beneficios agregados se expresen después en la posibilidad de renovar el crecimiento económico y con una inflación y un déficit exterior estables.
Este tipo de consideraciones, que indican que las variables agregadas se verán beneficiadas porque la economía tiene menos presión, indican también que la economía parece no resistir una expansión sostenida en las condiciones existentes de su aparato productivo y financiero. Y, por otro lado, muestra el horizonte en el que se mueve la política económica y el análisis que ofrecen los economistas, y ese horizonte no parece rebasar el largo de la nariz de quien lo hace. Así que prepárese para una nueva restricción en las condiciones económicas. Si es usted un pequeño empresario, no espere que aumenten mucho sus ventas y del crédito olvídese; no se trata de que sea caro, el caso es que no lo hay, pues según se informa, estamos en la peor crisis de crédito de la historia económica del país. Si es usted trabajador, no espere que la capacidad de compra de su salario aumente, y si esperaba encontrar trabajo en el sector formal quizá no lo encuentre.
Al mismo tiempo que esto ocurre en la economía mexicana, se anuncia que sigue ųpor octavo año consecutivoų la expansión económica en Estados Unidos. Para marzo se reporta un desempleo de 4.2 por ciento, el más bajo en 29 años, y esto ocurre con una tasa de inflación de 1.6 por ciento y con el índice Dow Jones de la bolsa, en un nivel por encima de diez mil puntos, lo que representa 30 por ciento más que en octubre de 1990. Hay una pregunta al respecto sobre la que conviene reflexionar. Si el grado de integración económica entre México y Estados Unidos ha aumentado, entre otras cosas debido al funcionamiento del TLC, si fluye tanta inversión extranjera directa y si las exportaciones son el motor del crecimiento, entonces por qué se da este desfase entre los ritmos de crecimiento de ambas economías y por qué no podemos estar en la cresta de la ola de la expansión de aquel país.
Queda, además, la expresión sombría que sigue manteniendo el presidente Greenspan de la Reserva Federal con respecto a las condiciones fundamentales, como gusta ahora llamarlas, de esta expansión y las posibilidades de que el crecimiento de la bolsa sea una inmensa burbuja especulativa que, cuando se reviente, provoque un ajuste muy fuerte. Y también convendría ir pensando qué puede pasar con la economía de Estados Unidos, y de ahí el impacto en México de diversos escenarios de la guerra en los Balcanes.