Curro Romero a los 65 años es un torero que, hace más de cuarenta, inició las tradicionales corridas de la Feria de Sevilla, el domingo de resurreción. El resto del tiempo ųse viste de luces pocas vecesų en que no torea, se recluye en fragosos y solitarios lugares del campo andaluz, y lentamente, apasionadamente se concentra en el torear. Lejos, cerca, de su retiro con el correr de los años, pasan inadvertidos para él, las caravanas de toreros y él sigue inmortal.
Al acento lánguido, acariciador, aprendido en la cuna con ritmo de canción, reúne para mayor sensación de dulzura en su torear; señoril desmayo. Esto es su toreo. La concepción y el logro majestuoso; la composición enérgica de esculturas toreras; la seguridad arquitectural de sus lances a la verónica y faenas; y al mismo tiempo al minucioso detallismo; la sutileza refinada de un orfebre; la reposada complacencia.
En la Sevilla torera esencialmente artística, depuradamente poética, pero cimentada en una torería más allá de la inestabilidad de cuanto es sólo sugestión emotiva, o dominio técnico, Curro el inmortal, es el clásico de la torería actual, con esa implacabilidad intransigente que sabe virtuar con las cualidades congénitas de su temperamento, lo aprendido en su Sevilla natal.
Dotado de un temperamento torero, de una voluntad enérgica, encauza su propio temperamento y sabe poner freno a los propios ímpetus, hasta conseguir el dominio absoluto del toreo clásico, sin transigir en el moderno e interminable, monótono pegapasismo.
Es su toreo, clasicismo, luz y color, calidad y estructura varonil; suave y fina que envuelve y acaricia a los toros al merecerlos en el lance fundamental del toreo; la verónica, ayer nuevamente en la que cita de frente y marca los tres tiempos y carga la suerte, quedando perfectamente colocado para el siguiente lance. Sin necesidad de trucos, poses, mímica, da la vibración que promueve su quehacer torero. El aire se ve, se palpa, en los vuelos de su capote y sin embargo no deforma la estructura de ningún elemento. Aparte en la feria sevillana con el sol abrileño que cae a raudales produce una riqueza de reflejos interpretados maravillosamente, sin quitar frescura al conjunto, el cual queda libre, en una vibración que enloquece a los cabales y le permite con dos o tres lances por temporada, mostrar a las figuras que llegan y se van, lo que es lo clásico en el toreo: lo bien hecho, lo perfecto, que, se complementa de la sensibilidad, espiritualismo y riqueza emocional, de este špedazo de torero! que se llama Curro Romero, que pareciera inmortal