El tema de las obras que presenta José Castro Leñero en la Galería de Oscar Román, en su nuevo espacio de Julio Verne 14, está referido a las marchas y manifestaciones que con frecuencia ocurren en nuestra sobrepoblada capital. Las pinturas no son políticas ni pretenden otra cosa que poner de manifiesto el espectáculo complicado, yuxtapuesto, polarizado o no, de las personas o quizá sería mejor decir de las masas, salvo que hay en ocasiones individuación de las figuras, inmersas en un paisaje urbano que se antoja idílico debido al tratamiento pictórico, cercano a procederes posimpresionistas. Con esto quiero decir que en la mayoría de las piezas no hay distorsión, sino acentos ópticos, yuxtaposiciones, articulaciones o, al contrario, desarticulaciones, como en aquel cuadro invadido por una especie de cascada color sepia claro, de procedencia muy gráfica. Es una pintura que tiene buen efecto al ser vista a cierta distancia, pero que de cerca se antoja no ambigua, sino forzada, se titula Paisaje poblado 4.
Son 22 obras que concurren a la muestra y sólo Ciudad no. 10, la que abre el conjunto, desentona porque es un cuadro casi abstracto en el que las presencias no están tratadas dando el efecto fantasma presente en varias composiciones más, que por cierto me parecen acertadas, opuestas a la entrega neta de la escena, propia, por ejemplo, de Paisaje poblado 14 en el que los personajes en primer término fungen como las figuras en reposoir de los cuadros clásicos.
José Castro Leñero es uno de los que decidió retomar la pintura en serio después de la larga etapa en la que privilegió principalmente el hiperralismo fotográfico. Por lo general gusta de presentar más de dos enfoques o maneras de hacer en una misma muestra. Esta, en cambio, se presenta más unificada tanto por el tema como por los modos de tratarlo, aunque no todos obedezcan a una misma modalidad.
Tengo para mí que eso indica una estrategia: la de que existan opciones varias que permitan a los posibles compradores que asisten a la galería preferir algo que no sea tan contundente frente a otra cosa que se encuentre en el extremo opuesto. No digo que ello esté mal, lo que me parece es que -dentro de la misma tónica que ofrece la mayoría de estas pinturas, incluso cuatro de formato pequeñísimo (30x50)- es posible extraer mayores posibilidades de exploración sin caer en la tentación de ofrecer obras casi abstractas, eso sí, muy refinadas. No me refiero a las de efecto fantasma, sino a otras, muy gustables, en las que las presencias se diluyen en gratificantes atmósferas cromáticas.
Los títulos, debo decirlo, es un problema. No puedo mencionar ahora cuáles paisajes poblados llamaron más mi atención, porque están clasificados con una letra o con un número y como no existe catálogo de la exposición me veo obligada a valerme sólo de mi memoria mediante descripciones. Me hubiera parecido bien, pongamos por caso, que el cuadro de las mantas de protesta en óleo y temple (1998) en el que la calle que cruza la escena parece ser un río, tuviera un título alusivo a esa manifestación o que el que ofrece tonos mezclados, ``callados'' se diría (Ciudad en movimiento 6) se valiera de la hora del día, que es un atardecer, para identificar la escena.
En realidad hay que dejar bien claro que eso no presenta problema alguno, salvo para quienes escribimos sobre las obras y las recordamos sin retener que aquella es la número 12 y ésta otra la letra ``D'', o para aquéllos a quienes les interesaría identificar de alguna manera la localización elegida para armar la composición.
En el Salón Johnnie Walker, que ahora se exhibe en el Museo de Arte Moderno, participa uno de los mejores cuadros de esta serie iniciada en 1998. Sin pronunciarme al respecto, ya que no fungí como jurado de la exposición, me parece conveniente indicar que ha sido el cuadro predilecto de varios espectadores de diferentes status. Desde la ex directora del Museo Tamayo hasta un connotado teatrista, desde un pintor para quien su colega no es santo de ninguna devoción, hasta para un sacerdote dominico que antes dirigía un cineclub. La situación del jurado, que no lo distinguió, es explicable: este pintor ha recibido en años recientes varios reconocimientos. Eso plantea la siguiente reflexión: los certámenes de arte deberían ofrecer distintas áreas de participación, explicitadas en la convocatoria.