Y volvamos sobre los Balcanes porque ahí se concentran simbólicamente muchas de las disyuntivas y de los dilemas que el mundo deberá enfrentar en las próximas décadas. El desastre de estos días revela muchas interrogantes sobre el orden político internacional para las cuales las respuestas disponibles son gravemente inadecuadas. Y hagamos a un lado, por estrictas razones de higiene mental, a las verdades inoxidables de aquéllos que, incapaces de asombro, saben todo desde siempre, y viven fuera de la historia y dentro de inmaculados edificios ideológicos. Por desgracia, la realidad es un lugar incómodo y la realidad finisecular lo es aún más, recorrida como está de elementos que indican los límites de las ideas y las estructuras del presente.
De acuerdo, la soberanía nacional es argumento poderoso. ¿Pero es aceptable que el mundo no mueva un dedo cuando en su nombre un gobierno organiza el exterminio sistemático de una parte de sus ciudadanos? ¿Existen valores sagrados en cuyo nombre es tolerable la barbarie? Habrá que ponerse de acuerdo sobre el significado de la palabra, pero el asesinato de Estado y la limpieza étnica son barbarie. ¿O no? Dicho lo cual, sin embargo, la mayor parte de los problemas sigue en el tapete. Entramos al siglo XXI con muchas más preguntas que respuestas. ¿Puede Brasil destruir el Amazonas en nombre de la soberanía nacional? ¿Puede Chile sancionar la impunidad de un genocida en nombre de la soberanía nacional? ¿Es lícito que la soberanía nacional sea usada como una hoja de parra para esconder vergüenzas inconfesadas? Milosevic algo importante nos está enseñando en estos días: es altamente improbable que la barbarie sangrienta del siglo XX quede enclaustrada en ese siglo que nos aprestamos a dejar atrás. Y siendo que el mundo no supo qué hacer en Ruanda y sigue sin saber qué hacer con los kurdos o los tibetanos, ¿era lícito seguir con los brazos cruzados también en Kosovo?
Hay por lo menos tres temas que la situación actual pone dramáticamente al orden del día. Veámoslos rápidamente.
Primero. El mundo requiere nuevas organizaciones regionales de negociación y de seguridad colectiva (ONUs regionales, para entendernos), basadas en consensos y compromisos más amplios posibles. No se puede seguir pidiendo a Estados Unidos que cumpla tareas de policía mundial. Fue una suerte, hasta ahora, que este país coordinara el esfuerzo bélico de muchos otros para contener las locuras nacionalimperiales de Sadam Hussein y de Slobodan Milosevic. Pero no es sensato estirar la cuerda en exceso. ¿Qué ocurriría si pasado mañana un nuevo gobierno mesiánico en Estados Unidos decidiera invadir por su cuenta a Panamá o a cualquier otro país en función de sus intereses o de sus recurrentes obsesiones? El orden mundial futuro no puede basarse, sin graves riesgos, en una aplastante centralidad militar de parte de Estados Unidos.
Segundo. Si los gobiernos son culpables, las naciones no son inocentes. No lo fue la nación italiana frente al fascismo, ni la alemana frente al nazismo. Y no lo es la nación serbia frente a las catástrofes humanitarias producidas en esta década bajo la conducción de ese mesías asesino que es Milosevic. Los serbios han decidido no ver, embriagados por un orgullo nacionalista primario y brutal, las barbaridades realizadas en su nombre por sus gobernantes. Es una vergüenza de la cual algún día deberán rendir cuenta frente a sí mismos y a una idea nacional menos primitiva y más civilizada. El nacionalismo, y más valdría no olvidarlo, puede ser una bestia negra.
Tercero. La cultura (¿nación?) eslava no puede seguir siendo humillada sin que eso abra tensiones y rencores peligrosos. Moscú quiso ser la tercera Roma, heredera de Constantinopla (la segunda) y no pudo serlo ni en la versión históricamente paradójica del bolchevismo. Y después de la derrota del comunismo y el desmembramiento de la URSS, vino la humillación de la OTAN que afilia Polonia, República Checa y Hungría. Y ahora el bombardeo de Belgrado. De acuerdo, hay que eliminar políticamente a Milosevic (tarea endiabladamente compleja y llena de riesgos), pero inmediatamente después (un después que se ve ahora lejano) habrá que construir mecanismos económicos y culturales para evitar que Rusia se encierre en sí misma en un sordo rencor hacia Occidente. El universo islámico fue humillado por siglos y conocemos las consecuencias. Mortificar al mundo eslavo podría tener consecuencias mucho peores para la estabilidad y la paz futuras del mundo.