Miguel Barbachano Ponce
Las dive muette

Como se sabe el cine italiano contó, entre 1913 y 1920, con un plantel de primeras figuras femeninas, las dive muette (léase ''diosas mudas") que lo hicieron universalmente famoso e instauraron una nueva y próspera fórmula de explotación del físico humano, tanto a nivel interpretativo como de incentivo erótico. La mayoría de las divas ųque apenas ayer tuvimos la dicha de contemplarlas en un ciclo organizado por la Cineteca Nacional, que incluía entre otras presencias a Gianna Terribili González, Lyda Borelli, Francesca Bertinių, se formaron en el cine y triunfaron. Se les exigió que dejasen explotar su fotogenia y lo que en la jerga profesional se llama ''enamorar a la cámara".

A partir de esta capacidad de deslumbrar, típica de las divas se edificó toda una mitología básicamente sensorial (léase star system) valorable en términos de fetichismo y de erotismo represivo, nunca liberador.

Acerquémonos ahora al texto que Nino Frank escribió acerca de aquellas diosas del celuloide en la Revue du Cinema (número 15, mayo de 1948, París). ''La mujer sobre un pedestal, la mujer portadora de sueños y rompecorazones, la mujer que causa la infelicidad de los hombres y, de antemano, el suyo propio, la mujer fatal". Recordemos, después de haber enfrentado en la Cineteca, Assunta spina, de G. Serena; Marco Antonio y Cleopatra, de Enrico Guazzoni; Carnavalesca, de Amleto Palermi; Frou-Frou, de Alfredo de Antonio, y Espiritismo, de Camilo de Riso, que la función dramática de ese personaje siempre se orienta especialmente hacia la pasión amorosa, pues la pasión es la Mujer (con mayúsculas); ella es quien la provoca y la convierte en su juego, quien la controla y la dirige hasta el instante en que deviene su víctima, o como expuso Nino Frank en aquel memorable texto: ''La mujer fatal italiana está guiada hacia un destino a menudo tan aciago para ella como para los demás''.

Ella aparece como un poder contra el que nada se puede, porque incluso ella misma está dominada por algo que la sobrepasa. De donde, también sin duda, ese nombre que la define: diva, diosa. ƑY el hombre?... El hombre al que toca y condena se convierte en la víctima de alguna especie de holocausto; es inmolado a algún misterioso poder superior, como lo planteó Camilo de Riso en 1919, mediante la devastadora divina relación entre Simona Aubenas, encarnada por Francesca Bertini, y su cónyuge espiritista Roberto de Aubenas, interpretado por Amleto Novelli.

Sería imperdonable, una vez citada la Bertini, no transcribir aunque sea brevemente su perfil biográfico. Aquella que es considerada hoy día como la actriz alrededor de la cual se desarrolló el fenómeno de las divas, nació en Florencia en 1892 y murió en Roma en 1985. Durante los 93 años que Elena Seracini Vitiello (su verdadero nombre) permaneció en nuestro planeta azul intervino, entre 1909 y 1921, en cien películas de las cuales destacan Espiritismo, Frou-Frou y Assunta spina que la convierte en la diosa mejor pagada de la península. En 1930 ųcine sonoroų actúa bajo la dirección del impresionista francés Marcel L'Herbier en Femme d'une nuit.

Trece años más tarde fatiga cinematográficamente espacios españoles en Dora, la espía, de Raffaelo Matarazzo. En 1965 la anciana diva, para entonces convertida en condesa Cartier, es convocada por Luchino Visconti para interpretar el papel de la madre en Sandra. Ella pide cien millones de liras por participar en el filme. Obviamente el cine-director no acepta su extravagante petición. Siete años antes de su muerte, apareció por última vez en la pantalla en 1900, de Bernardo Bertolucci.

Para terminar estas líneas sobre las dive muette, una postrera reflexión a propósito de los galanes que circulaban en aquel universo suntuoso con ribetes de exotismo, ambientes llenos de sobreentendidos en la forma, posturas sofisticadas, salones de recargado gusto barroco, abanicos de plumas, sedas, damascos. Allí, en aquel cielo de celuloide, los galanes aparecían engomados y de smoking, cuya gama expresiva iba invariablemente de la villanía a la gentileza para hacer reconocible con mayor facilidad su papel en el romance.