Ocurre que mientras más cerca estamos de la meta, los obstáculos parecen más difíciles y el esfuerzo que se requiere para salvarlos es mayor. Así nos acontecía en mis tiempos del Club Excursionista Universitario cuando ascendíamos una cumbre, los últimos cincuenta metros eran los más trabajosos.
Para alcanzar la democracia, parece una paradoja, se tiene que limitar o al menos encauzar la publicidad y la mercadotecnia política. La propaganda política debe ir dirigida a la inteligencia y no a los ojos o la sensibilidad o la imaginación.
Un candidato o un proyecto político no es un producto que deba "venderse" como lo dice a cada momento la machacante y pobre ideología pragmática que afirma que todos y todo está en el mercado, y que por tanto todos y todo tenemos un precio y podemos ser objeto de una campaña publicitaria.
La política en el mundo y por tanto en México, se ha pervertido en buena medida por su comercialización; hoy por hoy, las campañas no pueden hacerse sino con muchos millones de pesos, porque "promover una imagen" cuesta. Son caros los grandes carteles espectaculares, el tiempo en radio y en televisión y en esa lógica lo que importa a fin de cuentas no es lo que se diga, sino cuantas veces pueda repetirse y con qué tipo de letras, en qué colores y con qué apoyos visuales se pueda presentar.
Campañas así, son necesariamente negativas y empobrecen una actividad que debiera ser la noble tarea de representar y servir a los integrantes de una nación; convierten la competencia política por presentar ideas y propuestas, en competencia de recursos económicos, de fotos, de primeras planas y de desplantes, sin importar su contenido.
Hay políticos que sin parar mienten en la congruencia y la solidez de lo que dicen, con tal de aparecer en los medios, son capaces de lo que sea; no les importa poner en entredicho a sus propios partidos o presentarse como incoherentes o contradictorios.
Que hablen de mí aun cuando hablen mal, parece ser su lema.
La publicidad, como servicio profesional, como sistema estructurado que tiene como finalidad convencer a la gente de algo, fácilmente cae en la exageración, en la presentación engañosa "del producto" y no tiene empacho en acudir a la mentira y en explotar la credulidad, la inocencia (como es el caso de la venta de juguetes y películas), la vanidad y la codicia.
Uno de los grandes obstáculos que hoy afronta la democratización de México es el que aquí planteo, el de los límites entre votar informado y convencido o votar desinformado y mal informado (lo que es peor), aturdido y manipulado.
Una de las reglas que no pueden faltar en un juego democrático limpio debe ser el que los votantes reciban una información veraz y completa de las propuestas y alternativas políticas, sin las alteraciones y desproporciones publicitarias. Sé que es difícil, pero una verdadera democracia no puede convertirse en la arena de una lucha entre grandes corporaciones especializadas en la mercadotecnia. Cuando una empresa de publicidad atrapa entre sus mecanismos a un candidato, la ciudadanía ya no podrá conocerlo tal cual es y sólo conocerá al actor que lee bien o mal su papel y la nueva imagen con su nuevo look, obra de algún joven genio "creativo".