Es difícil pensar que la investigación biomédica pueda verse entorpecida por factores no éticos. Más penoso es considerar que causas económicas puedan tener más peso que algunos hallazgos médicos benéficos para la población. Por supuesto, sería impensable que ''lo descubierto'' no se haga público por encubrir intereses de industrias que contribuyen económicamente con universidades. Y aún más lejana parecería la posibilidad de que algunas observaciones no se revelasen oportunamente a pesar de exponer la salud de seres humanos. Se habla de ética, de medicina, de conocimiento y de vidas.
No reparo ahora en el quehacer médico, en el fraude en la ciencia, en la negligencia o en otros errores médicos. Cavilo más bien en las provocaciones externas que sobre hallazgos fortuitos --en medicina muchos descubrimientos son accidentales-- o planeados puedan cernirse. Estas amenazas pueden dañar al investigador, a la ciencia, a la ética y, por supuesto, al paciente.
Un poco no de historia, sino de un suceso reciente en Estados Unidos, país de los premios Nobel, nación líder en investigación. Algunos de los datos fueron tomados de la revista Annals of Internal Medicine. Medicina, ética e investigación son temas públicos. De ahí la razón de exponerlos.
Entre 1990 y 1991 empleados de la fábrica Microfibres, Inc., en Ontario, Canadá, desarrollaron una enfermedad muy agresiva denominada enfermedad pulmonar interstical que produce disminución en la oxigenación. En la planta se procesaba un material denominado flock --pelillo de lana o algodón usado para rellenar cojines-- el cual, al ser inhalado, daña las estructuras íntimas del pulmón. La magnitud de la lesión impidió que los trabajadores regresasen a laborar y algunos, incluso, resultaron dependientes de oxígeno.
Cuatro años después, otro empleado de la misma compañía, en Rhode Island, Estados Unidos, presentó los mismos síntomas (falta de aire y tos). Fue referido al doctor David Kern, especialista en medicina del trabajo, quien acudió a la fábrica en busca de evidencias epidemiológicas. Fue recibido por el jefe de personal, quien le solicitó firmase un acuerdo confidencial. Al no encontrar anomalías, se retiró. Sin embargo, un año después un segundo trabajador presentó los mismos síntomas, por lo que Kern sospechó que estaba ante una enfermedad ocupacional. Por solicitud de la empresa, instancias gubernamentales de salud iniciaron la búsqueda del agente causal.
En 1996, dos años después, el doctor Kern, quien desconocía los hallazgos de los canadienses, decidió enviar sus datos a un congreso médico con los fines de compartir su conocimiento y evitar futuros daños. Sin embargo, Microfibres pidió a Kern que no publicase su investigación, ya que revelaría los productos utilizados en la elaboración del pelillo de lana. El acuerdo que había firmado Kern le impedía utilizar los datos sin el consentimiento de la compañía, por lo que modificó algunos componentes del estudio para que no fuese posible identificar la identidad de Microfibres. Kern comentó su embrollo con los directivos del Memorial Hospital de Rhode Island y de la Universidad de Brown, que eran sus sitios de adscripción, y ellos le sugirieron que no presentase sus observaciones.
El médico de marras no desistió y una semana después de haber asistido al congreso recibió cartas de la universidad y del hospital, en las cuales se le informaba que no se le renovaría su contrato. Poco tiempo después se supo que la familia propietaria de Microfibres apoyaba económicamente al hospital (la plaza de Kern en Brown dependía del nosocomio). A pesar de que varios médicos especialistas en medicina del trabajo lo apoyaron, Kern fue despedido.
El final de la historia tiene dos vertientes. Una obvia y otra llena de controversias y vericuetos. La obvia es que se concluyó que la exposición al polvo del flock es un peligro para la salud.
La otra historia es la que cuestiona las proteicas caras de la investigación. Debido al altísimo costo de la investigación, en la actualidad es común que la ciencia requiera el apoyo económico de la industria privada. Lo anterior plantea una dicotomía que no debería existir, pues ante todo, la obligación del investigador es reportar. ƑA quién deben fidelidad los investigadores: a la comunidad o la industria?
Datos recientes sugieren que la relación entre la medicina académica y la industria están diseñados de tal forma que comprometen los estándares universitarios. Asimismo, es sabido que algunas compañías ofrecen obsequios a los investigadores, lo que sin duda altera los códigos éticos. La suma de los tropiezos anteriores es alarmante, pues, al igual que el caso expuesto, existen otros en donde la industria, con tal de preservar sus ganancias oculta información a pesar de que puede generar padecimientos incurables. No hay duda: el milenio que llega debería inaugurarse con el resurgimiento de la ética en todos los ámbitos.