La Jornada miércoles 7 de abril de 1999

Luis Linares Zapata
Síntomas y enfermedad

Mario Villanueva Madrid es un hijo nutrido por esa esclerotizada y ancha vena del PRI inmune a las curas y que se prolonga a través de componendas, torpezas y complicidades. Personajes de esa calaña no simulan ni engañan, no tienen suficiente capacidad para hacerlo. Escalan

con rapidez posiciones, liándose incansablemente con aquéllos que son y parecen sus iguales. Juntos forman un tejido por demás adiposo y dañino que todo lo inunda con sus dispendiosos productos y actitudes atrabiliarias.

Una vez enquistados en el cuerpo de un partido, Cámara de Diputados o de un gobierno cualquiera, estiran sus tentáculos sobre las fuentes de aprovisionamiento y prerrogativas para solventar sus incapacidades que son múltiples y evidentes para aquellos que las quieran ver.

Villanueva no le tomó el pelo a nadie, con cinco neuronas en la cabeza y un rato de experiencia entre los asuntos del quehacer público. Sus andanzas locales no trascendieron más allá de su corta estatura y los alcances de un cabildo remoto donde se movía. Simples incidentes pueblerinos que no dejaban de ser muestra para un futuro cierto de tropelías. Pero desde sus primeros pasos como aspirante a gobernador se supo por dónde se iba colando y con quiénes tejía sus alianzas para hacerse de una cuota suficiente de poder con la cual apañarse lo que le quedara al alcance de su ambiciosa mirada chueca.

Su entreverado comportamiento con el Sr. Luis Yáñez, voraz y dispendioso esposo de Adriana Salinas, fue inicio de una carrera que pronto debió terminar en la destitución y la cárcel. Sólo se requeriría de un aparato de gobierno con los indispensables filtros de investigación, códigos de ética y una mínima eficiencia para el control y la investigación.

Las varas para medir a los hombres y mujeres dentro de la estructura vigente del poder son por demás elásticas, complacientes y hasta infantiles o torpes. Máxime cuando se trata de lugares tan remotos del centro neurálgico del aparato federal y la vigilante mirada de los medios y de la sociedad organizada e independiente. No en balde Quintana Roo era, hasta hace apenas unos años, coto en donde retozaron, impune y tropicalmente, muchas pandillas de funcionarios desterrados y de contrabandistas en pequeña escala, hasta que el auge y los narcotraficantes llegaron para engrosar sus filas.

Los mexicanos de constructiva y sana intención que se mudaron con arrojo a esas tierras para iniciar su aventura humana y de negocios han tenido que soportar una maraña opresiva que ya les pesa en demasía, pero que no han logrado depurar. Su entramado comunal y solidario de defensa no ha logrado desarticular el complejo de una administración perversa de la justicia y las ilegales e interesadas conexiones regionales y nacionales que ahí se entrelazan casi al aire libre.

En realidad las personas y la sociedad completa de ese estado fueron apresadas por un gobierno criminalizado que les sujetó a un régimen de extorsiones y terror.

Fueron abundantes y creíbles las esparcidas especies de rectores forzados al exilio, periódicos expropiados a trasmano, desaparecidos varios, los repetidos pleitos con delegados federales despedidos con violencia, cónsules amenazados y de cárceles sumarias para los reacios a sus tajantes órdenes.

El fenómeno turístico de Cancún poco tuvo que ver con sus políticos locales, atrincherados todos ellos en Chetumal y, cuando los rozó, fue para despertarles ánimos de intermediarios y para especular con las concesiones, los servicios y la tierra.

Los ejemplos contrarios son una simple fisura de la regla. Villanueva es hoy el más relumbrante de esos graves síntomas de un sistema enfermo pero que se repite hasta el cansancio por toda la república. Morelos con su elenco devastador, Sinaloa la de Toledo Corro y el esplendor de los narcos, Guerrero de los Figueroa que no se agotan en Aguas Blancas, aquel Martínez tamaulipeco al que un truhán de arte europeo le quitó varias decenas de millones de dólares. Coahuila y los huevos rancheros enlatados del "folklórico" líder de la CNOP (Flores Tapia) que logró al fin su sueño de niño contrabandeando materiales para sus industrias. El Jongitud de San Luis con sus muertes inolvidables para los mentores. La colección chiapaneca de gobernadores rapaces y asesinos no pueden escabullirse de la narrativa dramática y picaresca. Romero el jaliciense "timado" por estafadores, seguido por varios de sus colegas "tolerantes" de las mafias de matones que se sucedieron, unos a otros, hasta que el PAN y las explosiones inexplicadas los sacaron del palacio de gobierno. El Yucatán del atrabiliario Alpuche y los Cervera que se pitorrean de la Constitución para perpetuarse en esa su oficina tan cocida con votos comprados para implantar un cacicazgo asfixiante. Todo un retablo que lastra al priísmo donde también militan hombres y mujeres de trayectorias impecables, conscientes y preocupados, que jalan el carro en compañía de muchos otros indiferentes a estos avatares.

A estos, y los demás, hay que ayudarles para bien de su partido y de los mexicanos que nada tienen que ver con los Villanueva si no es que padecerlos.