Jean Meyer
Afganistán

``Se ve una luz a la extremidad del túnel. ¡Por fin! Pero hay una falla en el sistema eléctrico, así que se va a ir por unos breves instantes''. En Afganistán los apagones son tan frecuentes que, después de 20 años de guerra, intervención extranjera (Unión Soviética, Estados Unidos, Pakistán) y guerra civil, el chiste se puede entender en sentido tanto propio como figurado.

Hace unas semanas, de manera sorpresiva, los talibanes, que controlan 90 por ciento del territorio y lo que queda de sus adversarios, acordaron formar un gobierno de coalición. Hace 20 años el ejército soviético invadió Afganistán, entrando en lo que iba a ser, durante 10 años, su guerra de Vietnam. El héroe de la resistencia a las fuerzas rojas sovieto-afganas fue el comandante Masud, El León del Panshir (su patria chica). Tan pronto como se retiraron los soviéticos, la resistencia afgana se dividió en facciones que se lanzaron en una abominable guerra civil. Los estadunidenses y los pakistanís apoyaron al principal adversario de Masud, Hekmatyar, hasta la victoria de los talibanes en 1996.

Ironía de la historia: en los últimos dos años, los rusos han ayudado a Masud, su antiguo enemigo, permitiéndole resistir todas las ofensivas de los talibanes. Masud, desprestigiado entre 1992 y 1996, ha recuperado su pureza de guerrillero y su fama militar. Quizá eso explique la sorpresa política de marzo.

En la Turkmenia vecina, bajo los auspicios de la ONU, los representantes de los dos bandos se habían reunido en secreto para canjear presos y negociar un alto al fuego. Nadie esperaba la declaración conjunta redactada en esos términos: ``Ambas partes acordaron formar un Ejecutivo, una legislatura y un Poder Judicial compartido''. Hay que esperar la próxima ronda de negociaciones para la conclusión de una paz permanente. Los afganos han recibido la noticia con cautela porque, a lo largo de los años, y entre protagonistas diferentes, se ha dado este tipo de negociación y arreglo jamás respetado.

Ahora bien, Masud, el único verdadero jefe en la coalición opositora, debe haber aprendido la lección política de su fracaso pasado; por su parte los talibanes deben haber aprendido a respetarlo militarmente. Masud sigue soñando con una nación afgana generosa para todos los grupos étnicos, la nación pashtun mayoritaria y las importantes minorías tadzhik (él es tadzhik), uzbek, turkmena, hazara. Los talibanes encarnan una alianza, frecuente en la historia afgana, entre el fundamentalismo islámico y la voluntad de poder pashtun. Hasta ahora los talibanes han sido exitosos en la zona pashtun porque han traído orden y disciplina. La etnia pashtun representa 50 por ciento de la población total, lo que es mucho y lo que es poco.

Construir un Estado y lograr la paz implica dejar de maltratar a los no-pashtun. Los talibanes se han portado con aquéllos como conquistadores, nombrando puros gobernadores pashtun. Hasta ahora habían rechazado hasta la idea misma de un gobierno de coalición. Por eso la declaración conjunta de Ashkabad podría ser prometedora, si es que se concretiza. Podría ser el preludio a la paz, a la integración de los no-pashtun, al fin de la represión contra las mujeres y los ``herejes'', de la colusión entre poder y narcotráfico, de la colaboración con el terrorismo internacional... Parece un sueño.