No es de extrañar que el aumento de cuotas en la UNAM haya resultado explosivo; así ha sido siempre. Pero no por ello debemos dejar de prestar atención a las peculiaridades actuales.
Una de las justificaciones para el aumento, que el rector Francisco Barnés de Castro ha aducido, es que los principales beneficiarios de la educación superior son los propios estudiantes y sus familias, por lo tanto es de elemental justicia que cubran parte del costo de sus estudios. Por otro lado, también ha dicho que ya es tiempo de que la UNAM le devuelva a la sociedad lo que la sociedad invierte en ella.
Con todo el respeto que me merecen las autoridades de la UNAM, creo que la premisa del rector Barnés es falsa. ¿Quién se beneficia más de que exista un médico, el médico o sus pacientes? ¿Y un ingeniero? A mí me parece claro que la principal beneficiaria de la educación superior es la sociedad en general. Si tengo razón en esto, la segunda aseveración del rector aquí citada carece de sentido: la Universidad Nacional le ha dado siempre a la sociedad mucho más de lo que la sociedad invierte en ella.
Pero las apreciaciones subjetivas siempre son sospechosas. La verdad es que es imposible diseñar un criterio de medición que haga posible decidir quién se beneficia más. Pero cuando es imposible decidir entre una proposición y su contraria, es inválido usar una de estas proposiciones como justificación.
Este problema de justificación parece un punto mezquino, incluso intrascendente. Podría argumentarse que las razones que se den no son importantes; lo importante es que en un país pobre es imperativo que todos pongamos algo más para salir adelante, y para los universitarios ese algo más es el pago de una cuota que de todos modos es magra.
Sin embargo, me parece que el hecho de usar como justificación la idea de que son los estudiantes los principales beneficiarios de la educación, delata una visión de lo que debe ser la Universidad que vale la pena analizar.
Si se considera que el estudiante (el individuo) es el principal beneficiario de la educación superior, y que la sociedad se beneficia de la existencia de la UNAM sólo en tanto se benefician los individuos que pasaron por ella, entonces la única función válida de la Universidad es formar individuos competitivos en el mercado de trabajo. Según esa visión, un egresado de la carrera de biología que acaba trabajando como chofer, por ejemplo, es un fracaso de la Universidad Nacional. Según esa visión, la investigación científica debe estar vinculada a la industria y sólo se justifica en tanto ayude a resolver problemas nacionales urgentes o a preparar mejores profesionistas. Lo mismo podría decirse de la difusión cultural, el fomento deportivo, etc.; sólo sirven en tanto contribuyan a formar profesionistas eficientes.
Si por el contrario, se considera que la principal beneficiaria de la educación superior es la sociedad, entonces la función de la UNAM debe ser mucho más amplia:
La Universidad se ve como formadora de individuos civilizados; la investigación científica y humanística se ve como importante por sí misma para un país en constante búsqueda de su identidad moderna; la Universidad se ve como pilar de la cultura nacional. Es relevante recordar, además, que la autonomía universitaria se planteó originalmente para que la UNAM fuera una constante crítica y contrapeso del gobierno.
A lo largo de su existencia, la UNAM ha desempeñado todas estas funciones de manera admirable y con eficiencia ejemplar: el impacto sociocultural de haber pasado por la Universidad Nacional es enorme aun para aquellos que trabajan en oficios inconexos con su profesión; la investigación científica en México es muchas veces más eficiente que en Estados Unidos (eficiencia medida en dólares invertidos por punto de rating en revistas internacionales). La Universidad es depositaria de tradiciones culturales que no necesariamente contribuyen a hacer profesionistas eficientes, pero si mejores ciudadanos. Todo ello, además de formar algunos profesionistas de primer orden a nivel internacional (si no fuera así no habría fuga de cerebros).
¿Y las cuotas? Tal vez si el rector Barnés exigiera al gobierno que cumpliera su parte del acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo (según el cual el BID pondría un peso por cada peso puesto por el gobierno mexicano); si exigiera que el presupuesto de educación superior fuera siquiera decoroso; si no se pretendiera subvencionar a la iniciativa privada con los laboratorios de la UNAM y los salarios de sus investigadores, tal vez entonces los estudiantes estarían dispuestos a pagar más.
Sí, sí, que aumenten las cuotas, después de todo lo que se ha pagado hasta ahora en la UNAM es ridículo. O tal vez no, tal vez sea mejor que la Universidad sea gratis, después de todo el aumento en el presupuesto por concepto de cuotas también resulta ridículo. Me parece un problema administrativo mezquino, tal vez intrascendente. Lo importante es saber si el aumento de cuotas es un paso en la dirección correcta; lo importante es saber cuál es la Universidad que queremos.