n Ni su apostura ni su figura de charro le han valido


Zapata aún no cabalga por los

senderos del cine mexicano

n Dirigido por Cazals, Tony Aguilar lo encarnó en los años setenta

Raquel Peguero n Olvidado como protagonista de la cinematografía mexicana, la figura de Emiliano Zapata surgió como personaje principal de la pantalla grande hasta los años setenta, encarnado por el charrito-cantor de la época, Tony Aguilar, y dirigido por el entonces debutante Felipe Cazals. Antes de ello, el caudillo del sur no había sido más que alegoría, referencia y/o espíritu de algunas cintas que van desde El compadre Mendoza (Fernando de Fuentes, 1933) a El caudillo (Alberto Mariscal, 1967) y hasta La escondida (Roberto Gavaldón, 1955).

Contrario a lo que sucedió con Pancho Villa, que propició desde comedias hasta odas infinitas respecto de su persona, a Zapata no le valió su apostura ni su impecable figura de charro para que los productores industriales lo convirtieran en la figura mítica, familiar, amigable y enamoradiza que le imprimieron al Centauro del Norte, pues eran más fotografiables los chuscos desplantes de Villa, con todo y sometimiento a los gringos, que el flemático y peligroso grito de ''Tierra y libertad" que enarboló Zapata y que quedó apresado en su estructura más fiel en los documentales que existen sobre él.

 

El zapatismo en el celuloide

 

Si bien ''mi general Zapata" es, en el cine de ficción, una figura emblemática que sólo tuvo fugaces interpretaciones a cargo de Jaime Fernández, en Lauro Puñales (René Cardona, 1968) y en la zaga de Gabino Barrera, protagonizada por Tony Aguilar, también bajo la batuta de Cardona, el zapatismo sin embargo sí apareció repetidamente en el celuloide nacional. En El compadre Mendoza ųfuerte crítica revolucionaria de De Fuentesų permea la historia en la figura del general Nieto que lo representa con su inquebrantable honestidad, sus huestes combativas vestidas de manta blanca y el retrato del caudillo que Rosalío Mendoza, dueño de la hacienda en la que transcurre todo, cuelga y descuelga de acuerdo con sus intereses mercenarios.

Sus ideales surcaron, con sentimentalismo épico, la atmósfera en filmes de Emilio Indio Fernández, merced a que su guionista de cabecera, Mauricio Magdaleno, era un admirador del revolucionario de Anenecuilco, pero estarían presentes también en Gavaldón, Bolaños y de manera curiosa en Rafael Corkidi, en Pafnucio Santo (1976) donde en una escena decide que la única mujer que puede procrear al nuevo mesías de la revolución debe ser, señala Ayala Blanco en La condición del cine mexicano, ''superbuenona como una Zapata (Gina Moret) con largos bigotes, sombrero charro, cananas trenzadas y circundada por cuadros guadalupanos enmarcados en neón. Pero surge el último contratiempo: la revolución zapatista muere tiroteada".

El zapatismo se puede ver, sobre todo en Alberto Mariscal, quien ''acometió la realización de dos películas revolucionarias gemelas en locaciones de Morelos, donde ocurrió la gran gesta zapatista que ambas películas trataban de evocar", señala Jorge Ayala Blanco en su libro La búsqueda del cine mexicano. La primera, El caudillo (1967), fue escrita por el propio realizador; la segunda, La chamuscada (Tierra y libertad), se basaba en un guión original de Luis Alcoriza y Juan de la Cabada.

Aunque estas producciones ųque incluyen en su reparto a la inefable Irma Serranoų no se han visto como películas zapatistas, el ensayista considera que sí pueden mirarse desde esa óptica y son las que mejor han retratado el movimiento. La primera, sostiene, es una adaptación indirecta de la novela Los de abajo, de Mariano Azuela, ''con modificaciones sustanciales de enfoque y sentido (...) El caudillo cree firmemente en la legitimidad de la lucha armada, que La chamuscada se encargará de motivar de manera didáctica en su mejor escena". En la primera ''sin mácula de alegato bastardamente jerárquico, personaje y relato imponen la emoción de su humilde epopeya zapatista" por lo que considera es, con mucho, mejor que la segunda.

 

Alfonso Arau, proyecto pendiente

 

Ambas producciones estaban enlatadas cuando surgió el primer proyecto que puso como protagonista de un filme al caudillo del sur. Emiliano Zapata es su título y fue el bautizo industrial de Felipe Cazals que lo pago muy caro, al grado de ser casi borrado por Antonio Aguilar, quien se creía Zapata.

Emiliano Zapata, escribe Ayala Blanco en La búsqueda..., es la perfecta película ni-ni: ''ni visión fiel ni traidora, ni tradicional ni moderna, ni épica ni antiespectacular, ni emocionante ni gélida, ni abyecta ni apasionada. Desubicada, carente de contexto. La superficie de lo anecdótico" que sirvió para ser ''más oficialista que el cine oficial" y cuya versión de Aguilar ''fue bendita por Orden Suprema, es decir por dedazo expreso del ex presidente Díaz Ordaz" en un no-guión sobre la gesta zapatista que al único que le gusta es a Aguilar, pues el mismísimo director del filme lo define simplemente como ''una mierda negra".

Zapata, pues, continuó como espíritu sin cuerpo cinematográfico ante la incapacidad de nuestros cineastas de retratarlo ya no digamos en su verdadera dimensión, sino con la irreverencia que da no hacerle caso a la historia oficial ni a empresarios deseosos de ser caudillos. Habría que seguir sembrando ''hasta que llegue Zapata", como puso Luis Alcoriza en Las fuerzas vivas (1976), pero el tiempo de la cosecha sigue pasmado en la sequía como lo demostró el infructuoso intento de Mario Hernández en Zapata en Chinameca (1988), en la que Tony Aguilar atacó de nuevo en su afán zapatista, como empresario y protagonista de la cinta.

Esta película se hizo con escenas recicladas de la costosa producción de Cazals, que tiró muchos metros de cinta y que debió dejar fuera varios shots que no gustaban al departamento de censura cinematográfica de la Secretaría de Gobernación.

Para el futuro se avizora un Zapata con la cara del francés Vincent Pérez y la mirada de Alfonso Arau, que ha tratado desde hace un par de años de levantar el proyecto sin tener éxito. La película se haría con dineros estadunidenses y se inclinaría, a decir de algunos actores que leyeron el guión, a mostrar el lado humano del caudillo. Habrá que esperar para ver si por fin Zapata cabalga en el cine mexicano.