n Narraciones orales dibujan la silueta de un valiente
Las huellas físicas del caudillo
del sur escasean en su tierra
n Ruta Zapata, proyecto turístico que carece de presupuesto
Mónica Mateos, enviada, Tlaltizapán, Mor., 9 de abril n La tierra por cuya libertad luchó y murió Emiliano Zapata conserva pocas huellas físicas de la existencia del caudillo. Son las historias orales las que dibujan en la imaginación la silueta de un hombre de quien se dice de todo, excepto que careciera de valor.
Sin embargo la tan proyectada ''Ruta Zapata", una idea turística que incluiría la visita y el remozamiento de los lugares donde se forjó el carácter del ahora mito nacional, no cuenta con presupuesto y desde hace cinco años es un tema que las autoridades estatales abordan con pinzas o, en el mejor de los casos, dan el sí, pero no dicen cuándo. Cosas del nuevo rostro del zapatismo, opinan los enterados.
Inaugurado en 1969, el Museo de la Revolución del Sur que exhibe la ropa con la que presuntamente fue ejecutado Emiliano Zapata, es una casa vieja, abandonada a su suerte luego de haber sido, hace 80 años, el cuartel principal del Ejército Libertador del Sur. Se encuentra en la calle Vicente Guerrero de Tlaltizapán, pequeña población que se ubica entre Yautepec y Jojutla.
Las filtraciones de agua derruyen techos y paredes. Las vitrinas, colocadas en cada uno de los cinco cuartos principales del inmueble que albergaba un molino de agua, muestran, entre el polvo, copias fotostáticas poco legibles de solicitudes de restitución de tierras, constancias de servicios militares; también billetes de la época, rifles, balas de cañón, monedas, fotografías y algunos objetos personales de Zapata, recuperados por el cronista de Cuernavaca, Valentín López González, cuando murió la esposa del revolucionario.
ƑRecuerdo que se extingue?
Un calzón largo de manta es la prenda que más despierta la curiosidad de los visitantes. En una tarjetita se explica: ''Calzón que llevaba Zapata al ser asesinado. Tiene orificios de balas y la sangre del caudillo". En realidad sólo es un agujerito el que se observa en la parte trasera, a la derecha, cerca de la cintura, rodeado por una mancha café blancuzca.
Está el pantalón que, extrañamente, no tiene ningún orificio a la altura de donde lo tiene el calzón. El sombrero que supuestamente llevaba Zapata, cuando fue emboscado en la hacienda de Chinameca, presenta tres minúsculos ''orificios de bala", está junto a sus espuelas, una medalla que le otorgó el distrito de Yautepec, su gazné negro, su reata, su baraja española, atada con un listón rosa que apenas deja ver el cuatro de copas y su amuleto, una piedra lisa, color beige, del tamaño exacto para ser apretada por la mano y que, por cierto, Zapata olvidó traerla consigo el día de su asesinato, narra López González.
La última habitación del pequeño museo alberga la cama de Zapata, un fonógrafo marca Starr, la mantilla y las tazas que el presidente Madero le regaló a la esposa de Emiliano, el día de su matrimonio; un alhajero, un rebozo y la copia fotostática de la imagen del Jesús de Tlaltizapán, a quien le rezaba el líder rebelde.
Gildardo Rodríguez Islas, vecino del lugar, es el encargado, desde hace 24 años, de cuidar la deteriorada puerta de acceso a esa casa que también sirve como oficina municipal del INEGI. Hay un libro de visitas que no olvida ofrecer a quienes tienen el empeño de llegar hasta Tlaltizapán. En una de las páginas se lee: ''20 de marzo de 1999, visita de un grupo del EZLN de 18 personas".
La pesquisa para reconstruir las huellas de Zapata por esos rumbos continúa con la visita a la iglesia de Jesús Capistrán, en cuyo atrio está el mausoleo que el caudillo se mandó construir y que nunca ocupó, pues sus restos fueron enterrados en Cuautla.
Morelos es una tierra casi libre de contundentes vestigios de la existencia de Emiliano Zapata. Cuentan que otras tres haciendas azucareras, que le sirvieron de refugio, casi ni se distinguen en el paisaje y que la casa donde nació en Anenecuilco está "echada a perder".
Parafraseando el acta notarial de la muerte de Zapata, escrita a las 22 horas del día 10 de abril de 1919, en la que se daba fe ''del cadáver de un hombre muerto y al parecer por los signos característicos, bien muerto", el recuerdo del Atila del Sur en su estado natal al parecer, por los signos característicos de los rastros físicos que tendrían que evocarlo, está convirtiéndose en olvido.