Zapata, mito y alegoría en trazos disímbolos de artistas plásticos

Angélica Abelleyra Ť Figura emblemática de la justicia, Emiliano Zapata ha sido personaje, símbolo y alegoría para pintores, grabadores y muralistas que, con un lenguaje plástico formal y solemne, o cuestionador y con leves toques de juego (lamentablemente los menos), han recreado la silueta del revolucionario, el rostro del héroe, el gesto del rebelde.

Amparados en el realismo que les ofrecían las fotografías de época, los artistas mexicanos construyeron a Zapata en muros y cuadros de caballete, en pinturas transportables y en collages. Lo mismo David Alfaro Siqueiros que Diego Rivera y Adolfo Best Maugard, o Alberto Gironella y Arnold Belkin, retrataron a su manera el rostro moreno, el bigote profuso y la mirada penetrante del caudillo de la Revolución mexicana.

Sin duda los muralistas y muchos grabadores del Taller de la Gráfica Popular fueron de los protagonistas fundamentales en la tarea de enaltecer a lo que de suyo es un mito.

Diego Rivera, ``un zapatista místico'' como lo definió David Alfaro Siqueiros en Me llamaban el Coronelazo, pintó a Zapata como ``santo'' en los corredores altos de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Pero también Rivera produjo un Paisaje zapatista muy festejado por los historiadores y críticos, pero que el escritor Luis Cardoza y Aragón dijo que ``no sería bueno ni como portada de revista de publicidad. Nunca he entendido el folclor cubista de Rivera (y) el cubismo y el folclor no tienen nada qué ver entre sí''.

El caudillo del sur y Jaramillo

En tanto, Siqueiros hizo lo propio en México y en Chile. Por una parte, en la Sala Revolución del Museo Nacional de Historia de nuestro país rescribió la historia de La revolución contra la dictadura porfirista en la que varios segmentos de pintura subrayan la participación de los precursores e ideólogos que hicieron posible el movimiento. Entre 1957 y 1967 (un periodo largo por la inconstancia en el trabajo dada la actividad política de Siqueiros y su encarcelamiento acusado de ``disolución social''), en la vasta superficie mural Siqueiros ubicó a los campesinos anónimos que encabezaron la lucha agraria y retrató luego a Francisco Villa, a Alvaro Obregón y a Zapata, entre muchos otros, pero los situó en segundo plano, modificando así la concepción esquemática de que la historia la escriben los grandes hombres.

Años antes, en 1942 y hasta Chillán, Chile, el Coronelazo había montado una pieza muralística en la que ofreció su historia de México, con la presencia de personajes como Cárdenas y Juárez, Hidalgo, Morelos y, por supuesto, Zapata.

Con otros rasgos en la paleta pictórica, alejándose un poco del realismo aunque sin salvarse completamente de él, con su búsqueda en torno de la figura humana, Arnold Belkin retomó la imagen del caudillo de la Revolución. Con su obra, caracterizada por fragmentaciones en trazos longitudinales y horizontales, realizó en 1978 una amplia serie de acrílicos en torno de un Zapata en primerísimo primer plano geometrizado, dividido en trazos, o que muestra el esqueleto de un cuerpo radiografiado.

La llegada de los generales Zapata y Villa al Palacio Nacional el 6 de diciembre de 1914 es otro cuadro en el que Belkin ofrece su homenaje al insurgente. Basado en la foto histórica en la que los guerrilleros comparten la silla presidencial, el extinto pintor ofreció en 1979 un montaje teatral sobre el acontecimiento, con la presencia del ejército zapatista y sus impulsores, en un escenario en el que resalta una transposición de planos. Más tarde, en los años ochenta, construyó el mural portátil Traición y muerte de Zapata, donde recurre a la yuxtaposición de situaciones del pasado y del presente para hermanar a dos espíritus rebeldes: el del oriundo de Anenecuilco y el de Rubén Jaramillo.

Empapada de realismo, la pieza de 1982 fue concebida como díptico junto con el acrílico acerca del asesinato de Jaramillo y su familia. La parte que rememora la traición del coronel Jesús Guajardo a Zapata ofrece la imagen del líder que se desdobla hasta desplomarse muerto, en una composición con elementos cinematográficos.

Otro pintor atraído por el símbolo revolucionario es Alberto Gironella. En su obra que mezcla lo mexicano con lo español, unió la leyenda del morelense con la del conde de Orgaz (como paráfrasis del célebre cuadro de El Greco) y creó un conjunto de obras que intituló El entierro de Zapata y otros enterramientos, una exposición en el Palacio de Bellas Artes realizada en 1972 en la que integró su visión de la historia mexicana con su herencia iconográfica española.

Gironella, versión profana

En Zapata, cuadro de 1958, la historiadora del arte Rita Eder observa la efigie idealizada del guerrillero que retomaría Gironella 14 años después, pero como una reflexión más a fondo sobre la revolución traicionada. Es así que en El entierro de Zapata, cuadro central de la muestra ya mencionada, el artista emprende la metamorfosis de la leyenda del entierro del conde en la leyenda de la muerte de Zapata. En el libro Gironella (Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 1981) Rita Eder escribe que el pintor mexicano da una versión profana de la historia y reordena los documentos visuales de la narración oficial de la Revolución mexicana, al tiempo que la crítica de arte Raquel Tibol analiza en Excélsior (noviembre de 1972) el cuestionamiento menos solemne que hace Gironella de valores y de criterios consagrados en la historia oficial.

Fiel a sus collages y ensamblados que se complementan con elementos cotidianos de desecho, Gironella realizó cuadros como Zapata con balazos (1988) y La muerte de Zapata (1974) en los que el líder tachoneado con negro y rojo aparece tiroteado por corcholatas y un tronco de árbol que lo enmarca y bien puede ser el cuerpo de una escopeta.

Sin pretensión de que sea un recorrido exhaustivo, estos fueron algunos ejemplos de los trazos tan disímbolos que ha generado un mito, rasgos tan disociados como los del realismo y el cubismo, o la figuración con aires de geometrismo y hasta al collage en que han reparado autores de diversas épocas en torno del ``charro entre charros'' nacido el 8 de agosto de 1879, asesinado un día como hoy hace 80 años y que aun muerto, muchos consideran, vive.