La geografía mantiene muy distantes a la provincia serbia de Kosovo (Yugoslavia) y al municipio chiapaneco de San Andrés Larráinzar (México). Pero ambos sitios aparecen cada vez más cercanos a causa de la barbarie típica del ``nuevo'' mundo de la posguerra fría. Una barbarie que aflora por completo allí donde logran cerrarse sus dos pinzas: por un lado, una globalización que pisotea las identidades en aras de la uniformación; y, por el otro, gobiernos incapaces de garantizar la identidad nacional y, con mayor razón, la identidad de las comunidades que integran la nación.
A primera vista, la brutalidad que hoy sufre Yugoslavia es más grande que la de México. En Kosovo ya se viven los peores estragos de una guerra abierta: intervención extranjera, bombardeos al por mayor, hordas de desplazados, muerte y desesperanza por montones. Por el contrario, en Chiapas también hay desplazados, aunque menos numerosos; hay intromisiones extranjeras si bien menos directas y visibles; hay muertos pero más callados, no tanto por balazos como por embestidas contra el menor intento de vivir con dignidad, con autonomía. La última de tales embestidas acaba de producirse (sin éxito por ahora) en el municipio autónomo de San Andrés Larráinzar. Antes ocurrió en los municipios Ricardo Flores Magón, Tierra y Libertad, Nicolás Ruiz y San Juan del Bosque. Y poco antes ocurrió la masacre de Acteal, ésa sí, ya con un franco tufo a Kosovo.
Pero en el fondo, o a segunda vista, la brutalidad es más grande en México que en Yugoslavia. Esto es así no sólo porque las elites guerreristas están dilapidando el tiempo que aún les queda para evitar que la guerra en Chiapas se transforme en una guerra como la yugoslava. También, y sobre todo, porque esas elites ni siquiera han sido capaces de advertir la diferencia esencial entre un conflicto como el de Kosovo y el de Chiapas; entre el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Esa diferencia esencial tiene que ver con los dos tipos básicos de reacciones propiciadas por el empeño uniformador de la actual globalización, tan excluyente como mercantilista. Por un lado, hoy dominantes, están las reacciones, digamos primitivas, que, por simple instinto de sobrevivencia, desembocan en fundamentalismos y fanatismos de toda índole. Es el caso de Kosovo, donde la separación total de Serbia es impulsada, en nombre de la pureza étnica de los albaneses, por un ELK de reciente (febrero de 1998) y sospechosa creación: precisamente cuando EU decidió terminar de pulverizar a la ex Yugoslavia de Tito, que nunca quiso alinearse a la OTAN ni al extinto Pacto de Varsovia.
Todavía muy escasas, del otro lado están las reacciones, digamos visionarias, ante la globalización. Esta es aceptada como un proceso histórico, pero busca reorientársela hacia la mundialización de la justicia y de la solidaridad, para lo cual es preciso no sólo preservar, sino enriquecer la identidad de cada cual, comenzando por las más profundas: las identidades de los pueblos indios. Tal vez el caso más adelantado de reacción visionaria lo tenemos ni más ni menos que en el EZLN, aquí en México. En vez de separación, busca la inclusión; lejos del terrorismo, privilegia el arma de la política; y no de la vieja política, sino de la única con futuro: la que, indisolublemente ligada a la ética de la dignidad, se nutre antes que nada de la fuerza moral. Sólo así la globalización será democrática y humanista.
De ahí la singular brutalidad del grupo gobernante en México. En lugar de canalizar creativamente una de las luchas más avanzadas del mundo, se empeña en aplastarla. Y lo hace con métodos por demás primitivos, como si el objetivo fuese la yugoslavización de México.
Mucho hay que aprender, pues, en los caminos que van de Chiapas a Kosovo. En ese aprendizaje se juega el futuro no sólo de México, sino del mundo entero. Civilización o barbarie, vuelve a ser la disyuntiva. Por lo pronto hay que detener la destrucción de Yugoslavia y la no-política de la brutalidad en Chiapas. Ni una bomba más en los Balcanes, ni un atropello más contra los indígenas zapatistas.