Con toda seguridad hay pocos habitantes del país que no sientan emoción cuando oyen mencionar el Zócalo de la ciudad de México. Indudablemente es el corazón de la nación, con antecedentes que se remontan al siglo XIV, cuando se funda México-Tenochtitlán en unos islotes en el centro de cinco lagos.
Allí se levantó el templo principal del que partía la traza urbana, que cristalizaba la imagen cosmogónica del espacio, que tomaron los aztecas de las antiguas culturas mesoamericanas. Las últimas investigaciones arqueológicas señalan que aparentemente en ese espacio, que ahora ocupa el popularmente llamado Zócalo, ya había una importante plaza en la ciudad azteca.
Desde entonces, los principales acontecimientos, religiosos y civiles de la vida de la ciudad, se han desarrollado en ese lugar. A su alrededor ha estado siempre la sede de los poderes: político, religioso y económico. El primero representado por el palacio del emperador Moctezuma, mismo edificio que después se convirtió en el Palacio de los Virreyes y actualmente es el Palacio Nacional. El antiguo Templo Mayor cedió su lugar como símbolo del poder espiritual a la Catedral que se construyó en sus cercanías. El poderío económico que representaba de manera primordial el comercio tenía su expresión en el gran mercado que ocupaba la plaza azteca, mismo que deslumbró a los conquistadores por su orden, limpieza y multitud de mercancías.
En la ciudad española la actividad comercial tuvo también enorme importancia, ocupando dos espacios relevantes de la plaza: el llamado Portal de las Flores y el de Mercaderes, que aún continúa con esa función. Frente a la Catedral se edificó la que habría de ser la casa del poder local; el palacio del ayuntamiento, cuyo añejo edificio, muchas veces transformado a lo largo de los siglos, es nuevamente la sede del gobierno de la ciudad.
En sus casi 600 años de vida, la llamada, sucesivamente, Plaza Mayor, de Armas, de la Constitución y popularmente Zócalo, ha padecido diversas modificaciones, sin perder nunca su carácter de corazón del país.
Entre las más destacadas se puede mencionar la construcción de la nueva Catedral, que se inició en 1573, modificando la estructura urbana de la plaza. En 1624, avatares políticos afectaron edificios del entorno y el Palacio Virreinal fue quemado por primera vez. Cinco años más tarde la capital sufrió la gran inundación que la mantuvo anegada cinco años, lo que llevó a que se reconstruyeran la mayoría de las edificaciones.
A fines de ese siglo XVII hubo nuevamente disturbios sociales, y una vez más se incendió el Palacio Virreinal, y en esta ocasión también el del ayuntamiento y las tiendas de la Plaza. Al poco tiempo se comenzó a construir el mercado del Parián, que permaneció en ese lugar casi 150 años.
En el siglo XVIII se dieron muchos cambios; prácticamente cada virrey le imprimía su impronta, aunque el que dejó huella más profunda fue el conde de Revilla-Gigedo, quien a fines de la centuria, aplicando la ideología de los borbones, que se regía por los conceptos de orden, salubridad y belleza, sacó de la plaza al ganado, los vendedores ambulantes, quitó la basura, mandó construir atarjeas y uniformar el empedrado, eliminó la horca y la picota y colocó una réplica en madera de la estatua de Carlos IV, que estaba concluyendo Manuel Tolsá.
El siglo XIX vio cambios significativos como la desaparición del Parián, la siembra de fresnos frente a Catedral, jardines, bancas e iluminación de gas halógeno. Para conmemorar la Independencia Santa Anna mandó construir un monumento, del que sólo se levantó el ``zócalo'', lo que bautizó popularmente la Plaza. En 1875, la colocación de un kiosco, un mercado de flores y una estación para tranvías de mulitas le dieron un romántico aire provinciano.
Ya en esta centuria los cambios se iniciaron con las fiestas del centenario en 1910, en que se colocaron cuatro fuentes y adornos. En 1916 se convocó a un concurso para arreglar la plaza. Diez años más tarde se le agregó un piso al Palacio Nacional y al poco tiempo se hizo lo mismo con el resto de los edificios y se les cubrió de avinado tezontle para darle un carácter neocolonial. La gran plancha que sustituyó los jardines y fuentes se construyó en la época del regente Uruchurtu.
Hoy, nuevamente, la monumental plaza de todos los mexicanos está por vivir otra transformación. Por primera vez en su historia la autora es una mujer, ganadora del concurso al que convocó el gobierno federal y el de la ciudad de México; la joven arquitecta Cecilia Cortés Contreras presentó un maravilloso proyecto que superó los de 157 participantes. Próximamente se comenzará a realizar, con lo que el Zócalo capitalino se renueva para el próximo milenio, pero conservando la tradición, simbolismo y esencia que nos hace sentirlo propio a todos los mexicanos.