Las elecciones en el PRD evidenciaron la existencia en su interior de estructuras realmente existentes, concepciones, prácticas y formas de hacer la política, ajenas a un partido democrático, que ya no pueden continuar. Esas malformaciones influyeron negativamente en los comicios del día 14 de marzo y, al manifestarse con toda su fuerza, le dieron una fuerte sacudida a este partido; lo metieron en una crisis que no puede ser eludida, ni siquiera minimizada, por el Consejo Nacional de esta organización (reunido desde ayer) sin el riesgo de abrir las puertas en una etapa de descomposición peligrosa. Los miembros de este organismo de dirección no debieran olvidar que el inicio de la solución de un problema es reconocer su existencia.
Las irregularidades, e incluso hechos fraudulentos que mancharon el proceso electoral, fueron generados de manera directa por la confrontación por el poder partidario sin más y sin cuartel, en la cual llegar a los puestos de dirección se convirtió en un objetivo en sí mismo; y como consecuencia nefasta estuvo ausente, casi por completo, el proyecto político, la visión de conjunto y de largo plazo, el análisis de la situación nacional, la toma de posición frente a los principales problemas del país, la responsabilidad del PRD como alternativa democrática y de izquierda. El debate estuvo ausente y las planillas con más posibilidades de victoria se integraron por la convergencia de intereses inmediatos y no de ideas y proyecto político.
Las consecuencias están a la vista y su examen de fondo no puede ni debiera ser soslayado. Pero no irá muy lejos en esa dirección si no parte de una posición autocrítica y secunda así las decisiones del Comité Nacional del Servicio Electoral y de la Comisión Nacional de Garantías y Vigilancia que enfrentaron con determinación y tino esos problemas. No será fácil. La mayoría absoluta de los integrantes de ese organismo de dirección tomaron partido, se alinearon con uno u otro de los candidatos y de entrada no aceptarán responsabilidad alguna en la crisis, ni siquiera la existencia de ésta. Algunos de los aspirantes a la presidencia del PRD mantienen actitud de confrontación y un estado de ánimo contrario a la búsqueda de una solución de la crisis; le endosan al Comité del Servicio Electoral la responsabilidad de las irregularidades, o inventan fantasmas, conspiraciones de ``misóginos y machistas''. Porfirio Muñoz Ledo, quien está perdiendo la cabeza, por razones personales busca la explicación de la crisis donde no existe y las causas de fondo.
El Consejo Nacional tiene frente a sí un problema muy grande, sin precedentes, y pocas salidas. La de fondo es a mediano plazo, e implica la revisión rigurosa de sus estructuras, concepciones de partido y prácticas cotidianas. Sólo así podrá reconstruir su credibilidad interna y externa, gastadas en las ultimas semanas.
En cuanto a las soluciones inmediatas, será un error pensar en la repetición del proceso electoral para antes de julio del año próximo. Las causas que llevaron al descalabro del 14 de marzo están presentes y sería ilusorio suponer que van a desaparecer en los próximos tres o cuatro meses. En estas circunstancias, unas elecciones en plazo breve podrían ser una reedición de las del mes de marzo, y lo más seguro es que los afiliados y simpatizantes les hicieran el vacío, desencantados por el espectáculo poselectoral del aparato partidario.
Además, el PRD requiere en lo inmediato, cuando López Obrador deje de ser presidente, de una dirección políticamente fuerte y con autoridad, que una a este partido para ponerlo en condiciones de enfrentar los complicados problemas de la situación actual: desde el fraude electoral en Guerrero, los peligros para la paz en Chiapas, el intento gubernamental de rematar la industria eléctrica a compradores extranjeros y un largo etcétera, además del inicio ya de los preparativos para intervenir en la histórica confrontación política electoral del 2000.
Una dirección así -puede ser presidida por Pablo Gómez- sólo es imaginable como resultado de un acuerdo que una políticamente a este partido, más allá de los intereses y aspiraciones de los dirigentes y grupos en pugna. El espacio mejor para ratificar un acuerdo de esa naturaleza es un congreso, integrado de manera que participen los miembros del partido no encuadrados en los grupos de interés. Este parece ser el camino.