n Ofreció el Ballet Independiente un recital a las internas de la cárcel en Tepepan
Un momento de solaz... y luego, regresar al claustro
Mónica Mateos n Margarita ocupa un asiento en la última fila del Auditorio. Clava los ojos en el escenario. Al abrigo de la oscuridad, su llanto es libre ųcomo las sonrisas de los niños que acompañan a sus madresų y las emociones que la música de Astor Piazzolla y Janis Joplin desatan en el ánimo de las espectadoras. Tercera llamada: empieza la función de danza del Ballet Independiente, en el Centro Femenil de Readaptación Social de Tepepan, Xochimilco.
Los bailarines Paola Chávez, Juan Lomba, Joaquín Hernández y Elisa Rodríguez interpretan Entre paredes. Juegan a quererse y luego a callar. Para el público, hacer lo que venga en gana es la demostración de que no hay lazo capaz de atar el corazón, por eso algunas mujeres, como Margarita, sienten un nudo en la garganta y dejan volar su alma hasta su gente que está "en la calle".
Otras bostezan o pelan una naranja, algunas más se salen del Auditorio con su hijo para que el pequeño no vea las caricias que los jóvenes danzarines derrochan bajo un par de sillas. Las habitantes de ese extraño mundo del desenfreno controlado entran y salen sin respetar las reglas de etiqueta que indican: "comenzada la función, no pase".
Entonces llega la reina del barrio. Con un chiflido busca a su banda que le ha apartado el mejor lugar. No le importa tropezar con algún custodio que la estorba en el pasillo. Justo empieza la coreografía Tres fantasías sexuales y un prólogo, de Raúl Flores Canelo, el fallecido fundador de la compañía, y cuando La Güera mira el contoneo del cuerpo semidesnudo de Joaquín Hernández, se entusiasma: "šYa me puse bien cachonda!, šeste sí se mueve bien!", le grita.
Es día de visita, por eso hay personas vestidas de todos colores, pero son quienes usan prendas azules, y beige o blancas las que despiertan curiosidad o miedo o conmiseración, no obstante el espectáculo ofrecido por el Ballet Independiente ųque tiene once años presentándose en diferentes prisionesų da oportunidad, en todos los casos, de olvidar.
Los muchos rostros femeninos que se saben en el encierro agradecen como pueden los 55 minutos que dura la función, pues con la música de Silvestre Revueltas o Henry Mancini se difuminan los recuerdos de aquel primer día del resto de su vida en prisión. Sus ojos, ya sean indígenas o muy bien maquillados, o repartiendo su atención entre lo que sucede en el foro y el niño o niña que tienen al lado, tienen en común un velo de tristeza que ni la comicidad de la pieza Fantasía del maistro albañil logra abolir.
Ríen con los chistes que Rafael Romero, miembro de la compañía dancística, quien comparte con el público entre obra y obra, pero saben que luego de "esta distracción" tendrán que volver a la rutina de su claustro.
"Es bien fabuloso saber bailar así'', susurra Margarita. Luego lamentará que en ese centro no se den clases de baile... y que apenas hace unas semanas se haya enterado de que puede pedir un amparo con el que se habría ahorrado el año y medio que lleva viviendo ahí. Sigue limpiando sus lágrimas cuando el Ballet Independiente presenta Reencuentro, de María Luisa Luna y la pieza final Temas y Evasiones, también de Canelo.
La reina del barrio se ha integrado ya al espectáculo con sus albures que son celebrados por todos, mientras que las gandallitas están como nunca, bien seditas, atentas a cada movimiento de los artistas, šquién las viera! Las mamás y sus hijitos como si fuera domingo, aunque sea sólo un jueves; las muchachas del campo sintiendo el privilegio del arte; los reporteros y algunos otros visitantes que por primera vez entran "a un sitio de estos", ni hablar, siguen con los ojos pelones tratando de adivinar en cada muchacha bonita vestida de beige "ƑQué hizo?".
El Ballet Independiente se despide. Será hasta dentro de un año cuando vuelva y las internas aplauden con la esperanza de no volver a verlo... ahí.