La Jornada domingo 11 de abril de 1999

VENTANAS Ť Eduardo Galeano
Bailares

Galeano Manuela Godoy no había recibido convite, pero fue llamada por las guitarras y vino de lejos. Enrique Castañares cumplía años, y había fiesta.

Manuela no era de arrimarse. Ella no se daba con nadie: sin nadie, para nadie, había vivido y bebido sus años, nadie sabía cuántos, siempre encerrada en su ranchito de las afueras del pueblo de Robles. Se sabía que era tan pobre que ni pulgas tenía; se decía que dormía abrazada a una botella.

Pero aquella noche, la noche de la fiesta, Manuela anduvo dando vueltas alrededor de la casa de los Castañares, curioseando por las ventanas, hasta que le ofrecieron entrar y se sumó al bailongo.

Bailó sin pagar, hasta cansarlos a todos, y se tomó todo el vino.

Fue la última en irse. Le envolvieron unas tiras de asado y unas cuantas empanadas. Se marchó con esa carga a la espalda. Haciendo eses se metió en el maizal, azotada por los altos tallos, y desapareció.

Emergió poco después, mientras amanecía. Cuando Enrique, el cumpleañero, abrió la puerta, ella estaba allí, esperando:

ųƑQué se le ha perdido, doña Manuela?

Ella negó con la cabeza. Entre sus manos, como un cáliz, resplandecía un zapallito. Era el primer zapallito de su cosecha particular. Manuela alzó las manos en ofrenda:

ųEs todo suyo ųdijo.