Hermann Bellinghausen
Los vientos de la Consulta llegaron lejos en las tierras indígenas de la República. Centenares de municipios, sus rancherías y pueblos, vieron y oyeron pasar a los delegados zapatistas de Chiapas durante la tercera semana de marzo. A pesar del ninguneo mediático, esta movilización por abajo fue muy visible.
Nunca antes una noticia indígena nacional pegó tanto en los estados y los municipios rarámuri de Chihuahua, tepehuas de Veracruz, mayas de Yucatán, nahuas de Puebla, mixtecos de Oaxaca, Baja y Alta California a través de la frontera, los yaqui en pleno, los mazahuas del campo, de la ciudad y del extranjero.
Fue una pequeña gran experiencia de matices e historias variados, según el sitio, la lucha, la tradición, la manera de vivir la tierra, la lengua. Los mismos reclamos de justicia, dignidad, democracia, reconocimiento a la diferencia. El mismo anhelo de participación ciudadana. El mismo compromiso con la propia comunidad y con la nación.
La Consulta Nacional por el Reconocimiento de los Derechos de los Pueblos Indios y por el Fin de la Guerra de Exterminio, convocada por el EZLN, y que se celebró el pasado 21 de marzo, encontró un elocuente consenso en torno a sus demandas. Más allá de las preguntas y las formalidades, la Consulta mostró apoyo nacional generalizado de los pueblos indígenas a los Acuerdos de San Andrés y a la exigencia de retirar al Ejército Federal de las comunidades. No sólo de Chiapas.
Porque no sólo de Chiapas son las demandas. Ni los problemas de la modernidad, ni los problemas viejos que el poder llama ``rezagos''.
Ojarasca ofrece un pequeño muestrario de lo que fue la Consulta en las sierras de México, víctimas de la modernización salvaje, apartadas de la información y del bienestar que qué será, si por ahí nunca lo han visto pasar.
Los encuentros de los delegados de Chiapas se dieron por millares, en corto, de a poquitos y de a muchos, con campesinos y migrantes indígenas y no indígenas en los interiores más ignorados del país. Encarando la represión y el racismo en sus propios lugares, recibieron a los delegados de manera natural. La identificación fue inevitable.
Esta es la voz de unos cuantos de los miles, cientos de miles de testigos presenciales del acontecimiento en las serranías que alguna vez la piedad antropológica denominó, no sin razón, regiones de refugio.
Mientras transcurría la Consulta, el volcán Popocatépetl, llamado Don Goyo, anduvo haciendo de las suyas. Surtidor de cenizas, últimamente trae inquietas las entrañas, y logró colarse en nuestras páginas. (hb)