n La herencia tepaneca en el umbral del tercer milenio, su aportación


Arturo García Bustos se incorporó a la Ruta de los murales de Azcapotzalco

Arturo Jiménez/ I n Heredero legítimo del muralismo mexicano de la época nacionalista, Arturo García Bustos se incorpora a la llamada Ruta de los murales de Azcapotzalco con la inauguración de su más reciente obra en la Casa de la Cultura de esa delegación.

Seguidor personalísimo de la Escuela Mexicana de Pintura, con La herencia tepaneca en el umbral del tercer milenio, García Bustos aparece de nuevo al lado de los maestros Rivera, Siqueiros y O'Gorman, ''redescubiertos" en los recorridos organizados por esta demarcación para revalorar su milenario patrimonio cultural e histórico.

''El muralismo mexicano tiene que continuarse y más ahora en que todo tiende a democratizarse y extenderse ųdice el discípulo de Kahlo y ayudante de Diego Riveraų. ''La pintura mural sale al encuentro de la vida, pues se trata de una ruta diferente a la de la galería y aún habemos a quienes nos interesa que el pueblo vea el arte".

Nuevas perspectivas

El pintor y grabador se manifiesta en contra de quienes ų''incluso desde antes de Rivera"ų han emitido la ''carta de defunción" del muralismo mexicano. ''Hubo el grupo de la ruptura, un movimiento agresivo de la pintura mexicana que insultaba al muralismo para desvalorizarlo", recuerda.

Afirma que tras las muertes de Rivera y Siqueiros, las autoridades intentaron marginar al muralismo, lo que retrasó su difusión y, en su caso personal, le obstaculizó para conseguir trabajo y paredes para pintarlas.

Sin embargo, para García Bustos las perspectivas de la pintura mural aún son grandes y, como ejemplo, advierte la necesidad de que los arquitectos deben descubrir lo útil de las aportaciones de esta corriente para los nuevos edificios.

Algunos murales de García Bustos se pueden apreciar en la sala Oaxaca del Museo Nacional de Antropología, en el palacio de gobierno de esa entidad ųdonde hay dosų y en la estación del Metro Universidad. En la estación del ferrocarril de Matías Romero, en el istmo de Tehuantepec, hay uno pequeño.

Otros murales suyos ya se han perdido, como los dos que el alumno pintó bajo la dirección de ''la maestra" Frida en unos lavaderos públicos y una pulquería que ya no existen, en Coyoacán, cerca de su domicilio actual, en la llamada casa de la Malinche.

García Bustos prepara otros murales para unos laboratorios y, posiblemente, para alguna institución en Italia. El mes pasado él y su esposa, Rina Lazo, realizaron una retrospectiva de sus cuadros en Chetumal.

El mural de la Casa de la Cultura de Azcapotzalco lo pudo terminar gracias al apoyo de las autoridades de la delegación y de un ''entusiasta" patronato local.

Profundizar en nuestro modo de ser

La herencia tepaneca en el umbral del tercer milenio fue inaugurado hace unos días (La Jornada, 12 de marzo, 1999). En él, García Bustos buscó ''profundizar en nuestro modo de ser" en un recorrido desde la antigua Tacuba hasta el México actual, por medio de la ''emocionante" técnica al fresco y una singular "integración plástica".

Pintado en tres paredes de la escalinata de esa Casa de la Cultura, el mural muestra tres grandes épocas (mesoamericana, colonial y moderna) cuyas escenas se yuxtaponen de tal manera que, por ejemplo, lo urbano contemporáneo aparece en los dos muros laterales junto a dioses prehispánicos o a grandes artistas mexicanos del siglo XX.

El primer bloque representa a obreros que construyen la ciudad moderna, a una doncella tepaneca que entrega la ciencia herbolaria a niños que vivirán en el siglo XXI y al dios Ehecatl-Quetzalcóatl en lucha cósmica contra un jaguar (simbolizando la unidad y movimiento de los contrarios: día-noche, hombre-mujer, vida-muerte).

De igual manera aparecen una serpiente de piedra con plumas semejantes a hojas de maíz (labrada por dos artesanos tepanecas), los primeros gobernantes del señorío de Azcapotzalco y un arquitecto constructor de pirámides.

Un lienzo con un cuarteto de la Décima musa (''Perdióse, oh dolor, la forma,/ de sus doctos silogismos,/ pero los que no con tinta,/ dejó con su sangre escritos") conduce la mirada al siguiente bloque.

Lo popular, fuente de inspiración

En esta segunda pared ųperforada con un balcón en el centroų aparecen dos sor Juanas: la clásica monja del hábito y la mujer-escritora de larga cabellera, recostada sobre unas escaleras y poseída por el genio de la poesía.

Abajo, una pareja de indígenas realiza la ofrenda de sangre del autosacrificio de ella, quien se hiere con una espina de maguey, mientra él toca el teponaztli y ambos emiten la palabra sagrada.

Figura además en este muro central Francisco Hernández (protomédico de Felipe II que vino a estudiar la ciencia herbolaria) y el sabio indígena cristianizado Hernando Alvarado Tezozomoc, quien en la mano lleva su crónica Mexicayotl.

Al fondo, una procesión de Semana Santa durante el Azcapotzalco virreinal lleva al espectador al tercer bloque.

Este último conjunto ųquizá el más abigarrado por la cantidad de personajesų integra en los primeros planos a un cantador de corridos rodeado de José Vasconcelos, Carlos Pellicer, Frida Kahlo y su joven discípulo Arturo García Bustos, con un morral otomí que le tejió su abuela indígena.

El muralista simboliza la expresión artística popular como ''fuente de inspiración" del creador mexicano, la raíz profunda que lo alimenta.

También escuchan al cantador de corridos varios niños (entre ellos el poeta Nazario Chacón Pineda) y mujeres y hombres del pueblo, aunque sólo uno de estos últimos es atormentado por el diablo, quien, junto con la muerte, los acecha.

El compositor Silvestre Revueltas, el narrador Juan Rulfo (acompañado de Susana San Juan, personaje de Pedro Páramo), el muralista José Clemente Orozco, Juan O'Gorman, más niños y una anciana tímida, parecen escuchar los corridos, aunque en planos más alejados.

Todos estos artistas son considerados maestros por García Bustos, pues influyeron en su vida y desarrollo, aunque no convivió con todos ellos. ''Los quiero y están cerca de mi corazón", dice.

En los últimos planos, una melancólica trajinera navega por el antiguo lago y dos zapatistas, desde el borde de un puente que se resquebraja, observan el panorama.

A sus espaldas, en el último horizonte, la moderna urbe con sus rascacielos y monumentos sintetiza las contradicciones actuales y, a un lado, la zona industrial que se erige entre Azcapotzalco y Tacuba.