Poesía de carne y sangre

Pablo Espinosa n Palabra, poesía, prosodia. El canto de un cuerpo que le canta al cuerpo que le canta al placer, a ese sentido de la existencia que es el principio del placer. El nuevo disco de Betsy Pecanins es un monumento corporal, un himno largo, variado, lleno de colores, timbres, sentimientos, pasión devastadora. Un hermoso poema construido en carne y sangre y palabra y prosodia. En poesía, que es la hermana gemela de la música.

Esta que habita mi cuerpo (Milán/BMG) se enarca en cúspide como parte de una de las más brillantes trayectorias artísticas de México: la voz de Betsy Pecanins, la más directa de las flechas que en música puedan recibir ųtrayectoria que traza en el aire, saeta límpidaų los corazones, no en balde una de las apuestas mayores de esta artista sea el blues, blús, bluuuus, que es una de las formas que suele tomar la poesía cuando se trata de hablar de lo que acontece en el interior de una persona y su relación con el entorno, con el resto de las almas. Pero este disco, así como hay gama generosa en la discografía completa de Betsy, no es precisamente de blues, es mucho, muchísimo más: son caricias en el alma, intensidad de vida, identidad, compenetración, flor de loto ardiendo en nuestras manos, ríos de lava en besos, en abrazos, en la forma de gritar que tienen los seres transparentes, que es el canto.

 

El alma en vilo

 

Composiciones como La memoria del cuerpo quedarán en la memoria cultural de México como una impronta impresionante, un logro artístico de dimensiones colosales: nada más y nada menos que la puesta en vida (esto es: en música, en palabra, en canto) de la carnalidad en estado puro, el músculo del alma tallado en escultura sónica.

Tal tono, atmósfera tan prístina, permea el disco entero, dotado de intersticios, brazos, piernas, pelo largo, sonrisas, una música linfática (los arreglos son, por cierto, fabulosos; los músicos, estupendos, aun en las intervenciones cortas, como la armónica de maese Jorge García, artífice del grupo Follaje; el violonchelo de Mónica del Aguila, la dirección musical de la propia Betsy y de Felipe Souza), una obra corporal en el más vasto sentido: el cuerpo de la poesía, la música que toma cuerpo, el cuerpo de una voz que le canta a su propio cuerpo, el alma en vilo.

Hermoso, catedralicio disco.