LA OTAN EN SU ENCRUCIJADA
Más de 60 albano-kosovares murieron ayer en un confuso episodio cerca de Djakovica, en el sur de Kosovo. Belgrado acusó a la OTAN de haber bombardeado una columna de refugiados, en tanto que el Pentágono aseveró que pudo haber sido una masacre perpetrada por fuerzas serbias después de un ataque aéreo contra un convoy militar y la OTAN insinuó que las víctimas pudieron haber sido utilizadas como ''escudos humanos'' en torno a blancos militares yugoslavos. El hecho es que estas bajas ocurren en el contexto bélico creado por el régimen de Milosevic y por la alianza atlántica en los Balcanes y por ello, independientemente del necesario esclarecimiento de la tragedia, su responsabilidad atañe a ambos.
Con todo, y en la medida en que Milosevic ha sido calificado innumerables veces, por los propios gobernantes de Europa occidental y Estados Unidos, de ególatra sediento de poder y no exento de inclinaciones genocidas, la sensatez es exigible, entonces, al comando supremo de la OTAN, formado, se supone, por representantes de gobiernos democráticos, humanitarios y respetuosos de los derechos humanos. Es inconcebible que, con todos esos atributos de los que hacen gala, los dirigentes de la alianza atlántica no hayan sido capaces, en las cuatro semanas transcurridas desde que se iniciaron los bombardeos sobre Serbia, de darse cuenta de que su aventura ''humanitaria'' se ha traducido con demasiada frecuencia en el aniquilamiento atroz de vidas y en la destrucción de bienes de civiles, así como en el crecimiento exponencial del sufrimiento entre los albaneses de origen kosovar, a quienes se pretendía defender con la operación bélica y que ésta ha perdido, en consecuencia, toda posibilidad de legitimación moral.
Sea por una torpeza casi inconcebible o bien por la existencia de propósitos geopolíticos inconfesables, la aventura de la OTAN en los Balcanes se encuentra, además, atrapada en una difícil disyuntiva política. En la medida en que la alianza ha empeñado grandes recursos militares y propagandísticos en la agresión contra los restos de la Federación Yugoslava, es claro que su única victoria indiscutible sería el colapso del régimen de Milosevic y la plena separación de Kosovo de Serbia. En la misma lógica, la sobrevivencia del hombre fuerte de Belgrado y la preservación de algún grado de pertenencia de Kosovo hacia Serbia constituiría una derrota para las fuerzas occidentales.
Pero en el estado actual del conflicto, tanto el derrocamiento de Milosevic como la creación de un protectorado en la región mencionada requerirían de la intervención de fuerzas terrestres en el teatro de operaciones, lo que a su vez se traduciría en un desgaste político interno de grandes proporciones para los gobiernos de la OTAN.
Así, la coalición occidental se debate entre prolongar en forma indefinida sus bombardeos criminales y empezar a preparar una fuerza de ocupación de tierra o resignarse a reactivar una negociación política con Belgrado. Cabe esperar, por el bien de todos, que ocurra lo segundo.