La producción agropecuaria de México retrocedió en los últimos cinco años. Su valor monetario a precios constantes apenas se incrementó en 1 por ciento anual entre 1994 y 1998. Si esta modesta tasa de crecimiento se corrige con la expansión demográfica, resulta que el producto bruto agropecuario por habitante en realidad viene cayendo a un ritmo de 0.82 por ciento en cada año transcurrido entre el final del pasado gobierno y lo que ya transcurrió del presente. Hoy sólo quedan 96 pesos de cada cien del producto agropecuario por habitante que se obtuvo en 1993. El aporte del conjunto del sector primario al PIB total de la nación cayó en el último quinquenio de 6.3 a 5.8 por ciento.
El retroceso general del producto agropecuario se manifiesta de manera diferenciada en las entidades federativas donde el sector primario es predominante o tiene gran importancia local y nacional. Una muestra de quince estados, que en conjunto generan cerca de dos terceras partes del valor de la producción agropecuaria, sugiere que, durante estos cinco años, el estancamiento o el retroceso del sector afectó lo mismo a entidades de baja productividad agropecuaria que a algunas tradicionalmente reputadas por su alto desempeño sectorial.
El análisis de un conjunto de indicadores (valor de la producción, empleo, productividad de los factores, irrigación, entre otros) permite identificar a los siete estados que, en esa muestra de quince, presentan los desempeños productivos más eficientes en el largo plazo. Ellos son Baja California Sur, Colima, Chihuahua, Durango, Nayarit, Sinaloa y Sonora. Todos ellos forman parte del bastión de la alta productividad agropecuaria de México. Los siete se ubican en la misma región geográfica. La suma de sus respectivos territorios representa 37 por ciento del país y conjuntan a 13 por ciento de la población nacional. En ellos se genera una porción ligeramente superior a una cuarta parte del PIB agropecuario total de México. El grupo es muy relevante en algunos rubros agrícolas, pues produce casi una cuarta parte del maíz, un tercio del trigo y dos quintas partes de las hortalizas y los frutales del país. En los últimos cinco años, sólo el sector primario de Durango registró una trayectoria realmente dinámica, al crecer seis veces más rápido que el PIB agropecuario del país y tres veces más que la población nacional. Por su parte, el producto primario de Chihuahua y Sonora tuvo una expansión que en el primer caso se situó ligeramente por arriba y en el segundo apenas por debajo de la tasa general de expansión demográfica. En cambio, los cuatro estados restantes (entre ellos Sinaloa, un gran exportador) observaron, en grados diversos, crecimientos anuales negativos en promedio.
A diferencia del grupo anterior, las otras ocho entidades de la muestra están dispersas en la geografía de la nación, tienen estructuras productivas muy diferenciadas y sus índices de productividad agropecuaria cubren un espectro que va de los niveles nacionales medios a algunos de los más bajos. La superficie en la que están asentados equivale a 26 por ciento del territorio total del país y en ellos vive el 45 por ciento de la población. Poco más de una tercera parte del PIB primario de México se genera en estos ocho estados que son, al sur, Chiapas y Oaxaca; en el Bajío, Guanajuato, Jalisco y Michoacán; Zacatecas en el centro norte, más Veracruz y el estado de México.
En este grupo heterogéneo, sólo los sectores agropecuarios de Jalisco y Chiapas presentaron en 1994-98 crecimientos negativos (de 0.64 y 0.54 por ciento en promedio anual). Dadas las diferencias de estructura productiva entre ambos estados, el impacto social y económico del estancamiento quinquenal del sector tiene distintos alcances y significados para cada uno de ellos. En Guanajuato y Oaxaca el sector está estancado y su crecimiento promedio en el periodo fue nulo; en Zacatecas fue idéntico al nacional. En los estados de México, Michoacán y Veracruz, las actividades agropecuarias registraron tasas positivas; en el primero de ellos, el crecimiento promedio duplicó el aumento demográfico de la nación y en los otros dos fue equivalente.
Como puede observarse, la retracción del PIB agropecuario nacional esconde en su generalidad toda una gama de situaciones regionales específicas y no puede afirmarse que ella incumba única o principalmente a los estados más pobres y de menor progreso relativo, donde es mayor el peso social y económico de las explotaciones agropecuarias tradicionales. El espacio disponible se terminó, pero este hecho y sus implicaciones de política económica serán analizados en otra ocasión.