Un maestro del cine experimental francés de los setenta y ochenta resulta ser, para sorpresa general, un cineasta mexicano cuya trayectoria artística y desenlace fatal ignorábamos hasta ayer casi por completo. Incluso quienes nos refieren anécdotas suyas, esbozando el retrato del artista independiente que hizo de la cámara superocho una virtual prolongación de su cuerpo, son, sin proponérselo demasiado, los depositarios, albaceas, de un número mayor de enigmas y secretos. ƑPor qué dejó Teo su país y su carrera de arquitecto, para residir en Francia, de 1969 a 1992, año de su muerte, y convertirse allí en el autor de casi 200 películas? Poco sabremos de su vida y de las circunstancias de su muerte, excepto algunas sugerencias que ayudan a comprender sus cintas: sus posturas radicales en la creación artística, su elogio de la pluralidad sexual; una concepción del erotismo en la que se confunden el rito pagano y la liturgia católica, el arrebato dionisiaco y los amorosos Descendimientos del Cuerpo lacerado; una ingeniosa representación del cuerpo a través de la abstracción lírica, de ese impulso coreográfico que el realizador denomina "anatomía de la imagen"; y la fusión de diversas formas artísticas ųdanza, teatro, pintura, cine, performanceų como ilustración y metáfora del sincretismo cultural que es constante temática en su cine.
Las imágenes de Teo aturden con sus vertiginosos juegos cromáticos, con la incesante fragmentación de cuerpos y objetos, pero luego, súbitamente, la experimentación toma cauces nuevos y se detiene en la contemplación de un gesto amoroso, como en Cristales (1978), donde un joven ofrece a otro una rosa, o desliza sobre su piel la húmeda frialdad de un pez muerto, o refracta la luz y todo lo que lo rodea en un objeto de cristal poliédrico, con los pétalos confundiéndose con las escamas y los cristales, como en una pintura, o una cinta de Schroeter (El rey de las rosas), o con el recuerdo de alguna escena de Un canto de amor, de Jean Genet. Otras influencias notables incluyen al cine experimental de Kenneth Anger, Stan Brakhage, Maya Deren; al Fernand Léger de El ballet mecánico, al frenesí visual del René Clair de Entreacto.
En Maya (1979) un cuerpo femenino atraviesa veloz, lúdicamente, bosques, acantilados, llanuras nevadas; recorre también las estaciones del año, y del amanecer a la madrugada confunde su anatomía con las expresiones de la naturaleza, con los torbellinos acuáticos, el fuego que danza en la noche, el ritual chamánico que multiplica los ruidos extraños. Maya, una hora y media con la aceleración endiablada de la cámara (18 cuadros por segundo), con la geometría novedosa que es, a un tiempo, revelación onírica y subversión de la realidad. Aplicado este método a la descripción de la ciudad de México, al paseo antiturístico por varias ciudades de provincia, el resultado es deslumbrante. En Viaje a México (1990), Teo Hernández ofrece una premonición del caos en imágenes que, una vez más, fragmentan y dislocan arquitecturas, figuras humanas, perspectivas urbanas, con una búsqueda formal que anuncia la de Rubén Gámez en Tequila (1991), y una pista sonora que recupera, en extraña cacofonía, las detonaciones verbales del barrio popular, las melodías truncas, los ruidos de la calle. Contralectura de lo pintoresco, visión rabiosamente cosmopolita del paraíso natal, regreso del hijo pródigo. Regreso otra vez de ese hijo al edén de las imágenes de antaño en Tres gotas de mezcal en una copa de champaña (1983), con el director mostrando en lo alto de la torre Montparnasse una foto de su padre revolucionario recortada sobre los techos de París. "El cine, desollamiento interno que se ofrece a la voracidad del tiempo" (Teo).
En París, en Tánger, en México el cineasta lo filma todo, desde la biblioteca del IFAL, en 1960, hasta las coreografías dancísticas que le serán tan entrañables en sus últimos años de existencia. De 1981 a 1992, Teo guarda el registro diario de su trabajo y sus pasiones en sus libretas, en total 1770 páginas. La Cineteca Nacional ofrece esta semana una parte medular de la retrospectiva que el centro Georges Pompidou le dedicó a Teo hace un año y medio en París. Doce películas en seis días, entre ellas las que integran una tetralogía de corte místico-sensual, El cuerpo de la pasión, y Nuestra Señora, visión barroca de la catedral parisina, "gruta, esfinge, pirámide azteca". Teo Hernández cumpliría este mes de junio 60 años si, como lo señala el escritor Dominique Noguez, "el destino a secas, en su cruel ceguera, no lo hubiera designado como una víctima del flagelo sexual que estamos hoy en día, irónicamente, a punto de vencer".
El Museo de Arte Moderno de París conserva el patrimonio fílmico de Teo Hernández y ha sufragado los gastos de ampliación de muchos materiales de superocho milimetros a copias de 16 mm, que son las que hoy se exhiben en México. Rescatar este material, conservarlo, difundirlo de nuevo, editarlo en un video testimonial, todo ello es parte del reconocimiento consecuente, aunque tardío, a un estupendo realizador mexicano.