La República Española nació el 14 de abril de 1931. Fue el resultado de unas elecciones municipales que expresaron la voluntad mayoritaria del pueblo español por dejar atrás la monarquía, entonces encabezada por Alfonso XIII de Borbón, abuelo del actual rey Juan Carlos, y por adoptar el régimen republicano.
El rey Alfonso XIII en un acto de suprema dignidad, abandonó España y se refugió en Roma donde nacería, precisamente, su nieto Juan Carlos.
La Constitución Republicana, de diciembre de 1931, reflejaba muchas cosas que nos son comunes. Entre otras, el artículo 46 establecía los derechos sociales, sustancialmente tomados del artículo 123 constitucional de México. Quizá con el agregado del derecho de los trabajadores a la cogestión, inspirado en el modelo alemán de la Constitución de la República de Weimar (1919), elaborada al término de la Primera Guerra Mundial.
La España republicana fue un país de reforma agraria y de espíritu social. No estaba encabezada por radicales. El primer presidente, Niceto Alcalá Zamora, era católico y moderado. No duró mucho al frente de la nación y fue sustituido por un político carismático, Manuel Azaña, escritor de polendas y orador (también lo era don Niceto) de muy especiales cualidades. Azaña, mientras fue ministro de la guerra (šque nombre tan espantoso!), hizo todo lo posible por retirar del servicio a los viejos militares leales a la monarquía. No se lo perdonaron.
Unas elecciones perdidas por las izquierdas en febrero de 1934, que dieron origen al Bienio Negro, encabezado por un político conservador, José María Gil Robles, dieron nacimiento a serias protestas sociales, especialmente en Asturias, en un mes de octubre trágico. Pero en 1936, el Frente Popular ųuna coalición de republicanos, socialistas, anarquistas y comunistasų recuperó el poder. Y vino el 18 de julio la traición de los militares, una guerra que fue calificada de civil, entre hermanos, pero que fue sustancialmente internacional por la intervención de Alemania e Italia y como complemento, la actitud cobarde de Inglaterra y Francia y su Comité de No Intervención. Sólo México, desinteresadamente, ayudó a la República. La URSS también, pero no tan desinteresadamente.
Vinieron la derrota y el exilio. Ahora éste conmemorado mucho más, no sólo por el aniversario, sino por el drama yugoslavo. Las caras de los kosovares me recuerdan la marcha dramática de los soldados republicanos al pasar la frontera y recibir el maltrato injusto de los senegaleses al servicio de Francia.
Se cumplen, este año, 60 del inicio del exilio republicano a México. La generosidad del presidente Cárdenas hizo posible que miles de españoles, quizá 30 mil, en diferentes etapas entre 1936 y 1942 se incorporaran a la libertad y al trabajo.
No fueron fáciles los primeros años. La inquina de muchos antiguos residentes y de la derecha mexicana convirtió a los exiliados en presuntos delincuentes. La respuesta, sin embargo, fue excepcional. Nunca un exilio ha hecho tanto por el país que lo acogió como el exilio español. Como universitario, particularmente, me llena de orgullo leer los nombres de los grandes juristas españoles que constan en una placa que está a la entrada de la hoy Facultad de Derecho de la UNAM.
El exilio tuvo tres momentos de esperanza en el regreso y tres frustaciones, la última francamente menor. El final de la Segunda Guerra Mundial hizo pensar que los aliados eliminarían a Franco. No lo hicieron porque representaba, en mucho, sus propios intereses. Después, las Naciones Unidas lo reconocieron, con la notable excepción de México. Y en 1982, al llegar al poder el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ųlo que despertó esperanzas en algunosų, el exilio se convirtió en historia que muchos en España quisieron olvidar. Nació entonces lo que yo he llamado el ex-exilio.
En realidad, el mayor éxito de éste fue dejar de serlo. Mi propio proceso personal, con una total identificación con México, es buena prueba de que se puede no olvidar a España y tener mucho orgullo de ella, pero que nuestra vida está aquí, con los problemas y angustias de todos los días. Aquello ya es otra cosa. Sin los viejos romanticismos políticos y ųhay que decirloų con ciertas actitudes, que a veces parecen soberbias.
Perdimos la guerra cuatro veces. Pero ganamos a México. Valió la pena.