Se presentó en el Auditorio Nacional


El new age de Kitaro, sensación intensa e interminable

Jorge Caballero n El Auditorio Nacional estaba casi lleno; asistieron unas 8 mil personas. El músico japonés Kitaro, padre de la música new age, ahora muy manoseada, apareció en el escenario la noche del pasado jueves, vestido con pantalones y chaleco negro, que contrastaba con su camisa blanca y una larga cabellera que le caía hasta la cintura, la ovación no se hizo esperar.

El multi instrumentista comenzó a tocar el sintetizador; de repente irrumpieron siete músicos, dos sintetizadores más, violín, contrabajo, percusiones, batería y guitarra, para interpretar sus extensas/largas/interminables melodías que subían y bajaban de intensidad y que transportaban a lugares inimaginables/impensables/inabarcables, a veces contenían un sonido muy japonés, otras muy andinas y otras no se parecían a nada que el oído humano haya escuchado; las melodías crearon atmósferas naturales/industriales/lóbregas. El juego de luces en todo momento lo acompañó atinadamente/rítmicamente/cadenciosamente, como si esas tormentas de luz brotaran a capricho del músico.

Después de la tercera interpretación algunas personas comenzaron a abandonar la sala de conciertos, esas que van por moda o que les regalan los boletos, o que están acostumbrados a los temas de tres minutos de Enya. Los que se quedan están atentos, miran/gozan/sienten la ejecución de los deslizamientos microtonales que brotan de los instrumentos y crean nuevos sonidos y provocan nuevas sensaciones.

Ahora Kitaro, que ha sobrevivido a las más distintas corrientes musicales y que se ha mantenido intacto/impecable/fiel a su creación/tradición, toca frenéticamente tres grandes tambores horizontales; algunos asistentes del primer piso y reporteros de la prensa nacional abandonan la sala. ƑCómo y de qué escribirán mañana?

Después, y como si interpretara una danza del teatro butto japonés, Kitaro, como un enorme espíritu de guerrero samurai, mueve la cabeza intespestivamente/marcadamente/sincrónicamente. Alza una mano, luego la otra, como si dirigiera una orquesta con el grado máximo al que sólo a dos o tres se les ha otorgado, sin batuta, únicamente con las manos. Se arquea y la melena rebasaba la cintura, hasta los glúteos, se inclina y la longitud de la cabellera cede. Luego mueve coordinadamente las extremidades del lado derecho y posteriormente las del lado izquierdo, como interpretando un performance alienígena. Las luces cambian sus serios colores y pasan a una iluminación de tonos pastel. El público de la parte baja de atrás y de los lados seguía desalojando la sala.

--šQué maravilloso! šMuy bueno es! --dice una señora tomando del brazo a su hombre y enfilándose a la salida, la sección de prensa está prácticamente vacía. Ahora Kitaro toma una kena y demuestra para qué fue hecho el instrumento y eleva/trasporta/dispara al respetable al maná con su ejecusión. Las puertas siguen escupiendo a la gente bluff.

Luego, parado frente al micrófono, dice: "šGracias! Es mi primera vez en México y me siento muy feliz. Y ojalá regrese muy pronto para poder hacer la fiesta".