Antonio Gershenson
La reforma eléctrica y el agua

Ante las dificultades para lograr un acuerdo en torno a la iniciativa de reforma constitucional en materia del servicio público de energía eléctrica, senadores del Partido Revolucionario Institucional (PRI) plantearon algunas posibles alternativas. Entre ellas destaca la de que las plantas hidroeléctricas, además de las geotérmicas y las nucleares, sigan siendo propiedad de empresas públicas.

El texto transcrito en estas páginas al respecto es el siguiente: ''los vasos, las cortinas de las presas y demás infraestructura hidráulica son propiedad de la nación. La generación de energía eléctrica mediante presas será realizada por empresas con capital estatal mayoritario. La ley establecerá las formas de participación del capital social y privado''.

La propuesta tiene, por un lado, el rasgo de limitar el ámbito de lo que se trataría de vender de la industria eléctrica. A este respecto, sobrestima la participación de la energía obtenida por medios hidráulicos en el total generado: dicen que es alrededor de 30 por ciento, cuando que de los datos oficiales resultan 20.7 por ciento en 1996 y 16.4 en 1997. Pero, por otro lado, no toma en cuenta la diferencia que debe hacerse entre los grandes sistemas hidroeléctricos de generación, por un lado y, por otro, las pequeñas presas, de las cuales hay muchas que la gran industria eléctrica centralizada no ha querido aprovechar.

Los grandes sistemas, y especialmente el del río Grijalva, en el sureste, juegan un papel estratégico no sólo en el abasto, sino también en la regulación de la generación de energía. Estas plantas, a diferencia de la mayoría de las otras, permiten el ajuste rápido de ésta que se está generando en términos de la demanda, que es muy cambiante. Esto se logra abriendo o cerrando a voluntad las compuertas que determinan el flujo del agua. En cambio, las plantas que producen la electricidad con el calor, por ejemplo de una caldera, no se pueden enfriar en poco tiempo sin que ésta resulte dañada. Al cambiar la demanda, el monto de energía entregado a la red se reduce sólo con mayor desperdicio o ineficiencia.

En cambio, las pequeñas hidroeléctricas han resultado, por ejemplo para la Comisión Federal de Electricidad, poco atractivas, debido no sólo a una inversión relativamente alta, aunque el costo de operación sea muy bajo, sino también porque sus costos indirectos de gran empresa son elevados para una obra chica y que resultaba tardada. No sólo no ha invertido en este tipo de plantas en muchos años, sino que ha cerrado varias de ellas.

Por el contrario, este aprovechamiento de recursos locales o regionales puede resultar atractivo para municipios, para abastecerse de energía para los servicios públicos como alumbrado o bombeo. Puede ser atractivo para pequeñas empresas, y para una combinación de municipios y empresas que pongan la inversión que el municipio puede no tener o preferir para otros fines.

Sin embargo, antes, incluso, que considerar la modalidad de la generación, debe responderse otra pregunta: Ƒdebe la inversión privada orientarse a comprar plantas viejas que ya están allí, generando? o bien, Ƒdebe canalizarse a la construcción e instalación de plantas nuevas, que aumenten la capacidad instalada del país? Esa es una gran cuestión atrás del ánimo de vender a como dé lugar.

Creo que la respuesta es evidente. Que una planta cambie de manos no la va a hacer más grande, ni va a darnos más energía por ese solo hecho. La supuesta crisis de energía que se ha usado como pretexto para vender no se previene con eso. En cambio, la construcción de plantas nuevas sí aumenta la disponibilidad. Eso, además del hecho de que en este país la inversión pública productiva siempre ha sido un buen motor de la inversión privada.