Algunos eran como personajes de Sergio Pitol (mexicanos zozobrando o sobreviviendo en Europa), otros recordaban las especulaciones del ex virrey Revillagigedo que, en su retiro gaditano, describió en sus memorias a los mexicanos que pasaban por su ciudad, de la siguiente manera: ``tienen ya la color amarillenta y la mirada perdida que adquieren los mexicanos a los tres meses de estar lejos de su tierra y de sus fieras salsas de chile''. Una de las estudiantes del King's College de Londres combatía sus nostalgias cantando a grito abierto rancheras tabernarias en todas las reuniones juveniles. Sus desfiguros musicales le otorgaron el nombre artístico de ``La Torpecita''. Sus compañeros procuraban administrarle dosis masivas de hachís para detener sus efusiones cantadoras. Por esas reuniones giraban personajes desaforados y desapacibles (hablo de los sesenta londinenses, sus fiestas sexuales, las escapatorias a través de las drogas y los movimientos estudiantiles relacionados con el mayo francés y lidereados por economistas pakistaníes y algunos latinoamericanos -dos o tres mexicanos- que aportaban sus colores locales), instalados en el deslumbramiento y en la seguridad de estar ``in the right place in the right time''. Otro personaje memorable era un misterioso ex profesor universitario instalado en Londres de una manera inicialmente muy precaria, pero que mejoró paulatinamente desde que se dedicó al cuidado de varias ancianas entusiastas y de sus casas solariegas situadas en las inmediaciones de Bristol. Aseguraba dominar el español y el inglés, pero su bilingüismo era parecido al de los policías turísticos de una ciudad del Bajío que, según lo afirma la precisa malicia popular, son efectivamente bilingües, pues hablan ``inglés y pendejadas''. Algunos muchachos quemaron sus alas con las drogas duras y regresaron a México en calidad de fardos, encerrados en su fatal ``pasón''. Otros cayeron en las calles o se arrojaron al paso del Metro. Un anciano inteligente y enciclopedista, don Eduardo Suárez, era el Embajador de México y el jefe de la cancillería era uno de los mejores profesionales del Servicio Exterior: Antonio González de León, quien, unos años más tarde, realizó una tarea ejemplar a favor de los trabajadores migratorios. Don Eduardo fue Secretario de Hacienda en los regímenes de Cárdenas y Avila Camacho y, deseoso de hacer fortuna, dejó el servicio público y se dedicó a los negocios en un bufete de gran prestigio internacional. Su conversación, su notable memoria y sus dotes de anfitrión divertido y generoso le permitieron hacer amigos y organizar una tertulia que giraba en torno a la espléndida cocina de su esposa, doña Lucha, y de una bien escogida bodega de vinos. El repertorio mexicano de doña Lucha incluía unos chiles rellenos de caviar de Texcoco y un mole épico que servía acompañado del más seco de los espumosos franceses. Los temas de la expropiación petrolera y de la belicosa reacción de las compañías británicas y holandesas (las primeras contrataron al gran escritor católico Evelyn Waugh para que escribiera un libraco astuto e injurioso, Robbery under the law, que más tarde, arrepentido de su mercenarismo, retiró de las librerías, devolviendo a los patrocinadores las treinta monedas), así como los de las reuniones internacionales (Bretton Woods y otros aquelarres monetaristas) a los que asistió representando a México, junto con sus sabrosas disquisiciones sobre vinos y comidas, aparecen, debilitados por los torpes ``arreglitos'' de algún editor tontaina, en el libro de memorias publicado por Porrúa. Sus héroes eran los cumplidos e implacables banqueros de Dickens y Balzac, los abogados y financieros de las novelas de Galsworthy en las cuales la burguesía británica defendía los fríos valores de la propiedad privada y del respeto a los compromisos monetarios. Presidía su panteón el tenaz Shylock y su exigencia de la libra de carne. En su discurso fincaba toda la sólida fábrica del capitalismo competitivo, cuyas luchas basadas en la calidad de los productos y el apasionante regateo fueron liquidadas por el aburrido y brutal capitalismo monopolístico. Así pues, El mercader de Venecia y La saga de los Forsyte eran sus libros de cabecera. Ese capitalismo serio, riguroso, cumplidor de su palabra, astuto, helado, pícaro, negociador y represivo ha pasado a la historia. Ahora todo lo ocupan el neoliberalismo y su corrupta tecnocracia y el más feroz de los darwinismos sociales. Suponemos que don Eduardo, Shylock, Keynes, Ford, el propietario Forsyte y algunos personajes de Dickens, Balzac y Pérez Galdós, se hubieran quedado con la boca abierta frente a las atrocidades de ``la dama de hierro'' (rabiosa hasta el extremo de intentar abolir algunas caridades victorianas como el boxing day), el señor Reagan y sus alumnos tercermundistas que rizaron el rizo neoliberal y le agregaron moñitos mexicanos para crear esa obra maestra del capitalismo salvaje y de la corrupción que es el Fobaproa. Ahora, al repasar las malamente expurgadas memorias de don Eduardo Suárez, recordamos su jovialidad, sus conocimientos enciclopédicos y su humanismo que siguió en pie a pesar de las prácticas jurídicas y financieras. HGV
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Una antología femenina. ¿Serán las mujeres más civilizadas que los hombres? ¿Serán las escritoras menos egoístas, no tan resentidas, más tolerantes que los escritores? ¿Reacciona igual una poeta que un poeta al verse excluida de una antología (o al contrario, al verse incluida)? Esto viene a cuento porque la última antología de poetas hecha por Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras está levantando una polvareda -sobre todo, claro, entre los escritores excluidos-, de la cual los primeros humos ya aparecen en el horizonte. Ahora, Ediciones Ariadne lo invita a usted, desprejuiciado(a) lector(a), a la presentación de la antología de escritoras mexicanas, A través de los ojos de ella, cuya selección, estudio y notas (en dos gruesos tomos) son de Brianda Domecq, y donde, a ojo de buen cubero, noto varias omisiones que no personalizo para no precalentar el ambiente. En fin, por otro lado, aparecen (casi todas) las escritoras más lúcidas y representativas de nuestra República de la Letras (tomándole prestado el título al republicano Humberto Musacchio): desde Inés Arredondo hasta nuestra sub (sí, también tenemos una sub en nuestro suplemento) Rosa Beltrán. La cita es este jueves 22, a las 19 hrs., en el Centro Cultural San Angel (Av. Revolución esq. Francisco I. Madero, Col. San Angel). Ahí les dejo de tarea qué casa vitivinícola pone el vino de honor. Para abolir el ego occidental. El Museo Rufino Tamayo lo(a)s invita al Taller colectivo de escultura en piedra, que más bien es una experiencia vital. El taller está dirigido a adultos y jóvenes que trabajarán en parejas. ``Es condición que entre los integrantes de cada unidad existan vínculos familiares o afectivos, dado que la idea del taller es propiciar una reflexión de vida. A lo largo de ocho sesiones cada pareja tallará en piedra elementos escultóricos que constituirán parte integral de una obra colectiva final.'' Al principio de cada sesión se realizará una práctica de litsu-zen (meditación de pie). El taller será impartido los sábados, a partir de este 24, de las 10 a las 13 hrs., por Masafumi Hosumi, quien fue Premio Especial de Escultura en el Concurso Nacional de Fukushima, Japón. ¿Es usted de los que creen que si viene de Oriente, es bueno -sea lo que sea? Llame para mayores informes a los tels.: 52 86 65 19, 29 o 99, exts. 238 y 239. Exposición y poesía en un solo paquete. Llega a esta Redacción un pequeño paquete conteniendo dos facetas de nuestro amigo y colaborador Germán Montalvo. Germán es un diseñador en el sentido contemporáneo de la palabra; está dispuesto a explorar todos los ángulos de las Artes visuales. Le hemos visto en su trabajo cotidiano de diseñar la hermosa revista Biblioteca de México, pero ahora se presenta como editor de Libros del bosque, colección realizada a partir de las resmas, o sobrantes de papel, rezagadas en las bodegas (claro, en las de Pochteca) y con cuidado de edición a cargo del poeta Jaime Moreno Villarreal. Este segundo título, Manual de viento y esgrima, de Alfredo García Valdez, es un pequeño libro de poemas (que leeremos con cuidado), cuya belleza estriba en la sencillez y claridad con que están resueltos los diversos aspectos editoriales. Pero, además, encontramos una invitación, que hacemos extensiva a usted, lector(a) amante de las cosas bellas y tangibles, para asistir a la Galería Mexicana de Diseño (Anatole France 13, Polanco) a la inauguración de la exposición Lobos. Esculturas y cerámica, del mismo Germán Montalvo. La cita es este miércoles 21, a las 19 hrs. 60 años del Instituto Luis Vives. Por estos calurosos días se están recordando con diversos actos los 60 años de la diáspora española, a partir de la derrota del bando republicano. Este suceso, trágico para los muchos que tuvieron que abandonar a familiares, trabajos y muertos en la Península, también tiene un lado egoísta pero positivo entre los mexicanos que recibimos los beneficios de muchos transterrados que ofrecieron lo mejor de sí mismos a este país. Entre éstos (además de mi mujer, hija de republicanos y que no hubiera conocido de otra manera), está la fundación de colegios, como el Instituto Luis Vives, que también cumple 60 años de fundado. La comunidad de alumnos del Vives convoca a los ex alumno(a)s y antiguo(a)s maestro(a)s para que asistan al Encuentro Cultural 1999. Este se realizará el jueves 22 y el viernes 23, durante todo el día. Si no se ha dado cuenta, ex alumno(a) lector(a), este es un vehemente llamado para que se acerque a su comunidad de infancia y adolescencia, nomás para celebrar el gusto de estar vivos. Vale. Carlos García-Tort
A Marco Tulio Cicerón, observa Gastón Boissier, que vivió hace dos mil años, lo conocemos mejor que muchos de nuestros contemporáneos. Porque la suerte nos dejó gran número de cartas suyas de todo tipo: cartas comprometidas, políticas, a esos nombres romanos, marmóreos y alimenticios, esos Apios, Cecinas, Verros, y cartas íntimas a su amigo çtico, que son maravilla. También el gran Pedro Pablo Rubens, prodigio de fecundidad pictórica, nos dejó cientos de cartas escritas en flamenco, italiano, francés y latín. Por sus cartas los conoceréis. ¿A qué horas escribiría tanto esta gente, tan ocupada? Entre nosotros, grandes trabajadores como Einstein o Bertrand Russell, dejaron también montones de cartas. En lo que sigue voy a transcribir y comentar una carta de Rubens. No es una carta singular sino al contrario, muy común y corriente, y por eso la elegimos. Queremos visitar al señor Rubens en un día cualquiera, llegar en un momento sencillo y cotidiano, y no grandioso o extraordinario, de los quehaceres y negocios que lo atarean. La carta está dirigida a un amigo, el grabador Jacques de Bie (o Bye) y es interesante porque en ella se niega a hacerle un favor. Es difícil decir que no, y más a un amigo. Así que el maestro Rubens se esmera en razones de negativa. Y en estas razones vamos a ver latir su vida diaria y muchas cosas más.
Me siento honrado por la confianza que me demuestra al solicitarme este servicio, pero esta ocasión, y muy a mi pesar, me resulta imposible mostrar mi afecto con hechos, y me tengo que conformar con estas palabras. Desgraciadamente, no puedo recibir a este joven a quien usted recomienda, ya que un sinnúmero de aspirantes muy similares llegan a mí de muchos lugares distintos. Algunos inclusive trabajan aquí por varios años con otros maestros aguardando un lugar en mi estudio. M. Rockox, mi amigo y patrocinador, obtuvo con grandes dificultades un lugar para un muchacho a quien él mismo había criado y quien, por un tiempo, estuvo bajo la tutela de otros maestros. En verdad, y sin ánimo de exagerar, puedo decirle que he tenido que rechazar más de cien solicitudes, incluyendo algunas de mis propios familiares y los de mi esposa, provocando graves disgustos entre varios de mis mejores amigos. Le suplico, por lo tanto, que acepte mis disculpas en lo que se refiere a este asunto y que me crea que en cualquier otro caso podrá tener pruebas de nuestra amistad, a la que no faltaré hasta donde mis fuerzas me lo permitan. Espero seguir gozando de sus favores y le rezo a Dios para que le otorgue salud y felicidad.
Su humilde servidor, Peter Paul
Rubens. Hay muchas maneras de medir la cantidad de fama. Una estrella de cine puede medirla, por ejemplo, por el porcentaje de cabezas que se vuelven a mirarla cuando entra a un restaurante de moda. En la academia se suele medir por el número de veces que un artículo es citado por otros investigadores. Rubens, como vemos, mide por el número de jóvenes que aspiran a ingresar como aprendices a su taller. A mayor número de solicitudes, mayor la fama del maestro. Su taller está saturado, ha tenido que rechazar a más de cien; luego, él es el maestro indiscutible de la pintura. Pero no presume ni se muestra vanidoso. Expone la situación para justificar su negativa de hacerle el favor a su amigo, y la expone seca y objetivamente, sin inflarla ni reducirla, como se da. Es curioso cuánto ha variado con el tiempo la idea y la práctica de la pintura. Antes era natural tener ayudantes; ahora sería raro, singular y, tal vez, en cierto sentido se juzgaría hasta indebido. La presencia de asistentes y aprendices está ligada a la idea de que hay métodos para pintar: las nubes se pintan así, los rostros de este otro modo, las telas así, la composición debe hacerse de este modo, etcétera. Es decir, cuando hay un fuerte elemento de oficio artesanal en el arte de la pintura. Pero ahora no es así, el arte actual es anti-artesanal. No recuerdo dónde leí que cuando Picasso, ya viejo, pintaba un mural grande para la UNESCO, el ministro francés de cultura sugirió que se le preguntara discretamente al maestro si no precisaba asistentes para terminar la atlética tarea. Así se hizo y Picasso respondió que no. La razón que exhibió es curiosa, pero iluminadora de la condición del artista moderno (frente al de otras épocas, como Rubens), porque dijo: ``No, no puedo tener ayudantes porque necesito vivir en todo el cuadro.'' Eso dijo: ``necesito vivir en todo el cuadro''. Como si dijera, infiero, ``mi vida en cada pedazo es la que pinta, es decir, mi estado actual, como amanecí hoy, y no ayer o mañana, lo que por mil y una razones decido pintar hoy''. Las palabras de Picasso fueron pocas, pero siempre sabias y penetrantes. Porque así es el arte moderno: se planea poco, no hay métodos o modos de hacer casi nada; se pinta, en suma, viviendo en el cuadro. El cuadro recoge y guarda esos momentos de vida y los atesora como máximo valor.
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