La Jornada Semanal, 18 de abril de 1999



Odisseas Elytis

Camino privado

``Para cada uno de nosotros está abierto un camino privado. Y sin embargo muy pocos lo siguen. Algunos sólo cuando una o dos veces en su vida se enamoran. Y el resto nunca'', nos dice Elytis en este ensayo en el que, además, nos comunica su amor por los ``ídolos arcaicos, Arquíloco, Teófilo y la Rosa Eterna''. Para el maestro griego, el mundo habla a través de nuestros sentidos. Es ahí donde empieza y termina nuestro camino privado.

El camino privado ataja por el tiempo. Llegas más rápido a tu casa por Constantinopla. Y además, tu casa no es exactamente la que conocías. Es una casa rural, grande, con escalera doble de piedra, como la de Puschkin en Crimea. Pongo un ejemplo al azar.

Incluso a veces pasa que alcanzas a las cosas en su infancia: el patiecito, la cocinita, el limonero, los estanques. Percibes la poca importancia que tiene el tiempo si no llevas el registro. Y lanzas tu anzuelo a los sucesos para sacar, simplemente, un poco de elocuencia de agua, un reflejo, una transparencia azul marino. Lo demás, aun en estado crudo, para nada te sirve. Genera interés, no oxígeno. Y cerca, la prudencia del olivo.

Para cada uno de nosotros está abierto un camino privado. Y sin embargo muy pocos lo siguen. Algunos sólo cuando una o dos veces en su vida se enamoran. Y el resto nunca. Son éstos los que se retiran de la vida sin siquiera haberse dado cuenta de qué les ocurrió. Y es una lástima. Es una lástima ese encierro de por vida en el arca de la Necesidad, con los sentidos inmovilizados en el nivel utilitario. ¿Es culpa sólo de la ausencia de educación? En esto, incluso un viticultor o un pescador, si son auténticos en cuanto a la toma de conciencia de los actos, llegan al mismo nivel al que también llega el poeta. Millares de imperceptibles vibraciones de la tierra ardiente o del mar de la mañana actúan sobre ellos; y su alma, en consecuencia, recibe y atesora cinceladuras anónimamente divinas. Entonces es otra cosa la que ocurre, que sella el alma y te impide tomar posición ante el dilema que, de la manera más sencilla, tanto teórica como prácticamente nunca ha dejado de plantear la vida. O permaneces con los cinco sentidos sin ejercitar y tu mundo anímico expuesto a acontecimientos de la superficie que simplemente registras, y entonces, salvo la diferencia de calidad, te colocas en el mismo paralelo de las canciones populares y la lectura de revistas semanales; o aceptas, en principio, la existencia del misterio, y entonces cuestionas los resultados de toda experiencia primera y penetras con un corte profundo en la realidad, aspirando a reintegrar el fenómeno de la vida a partir de los elementos que se te ofrecen; con el pensamiento libre de todo prejuicio, por un lado, y, por el otro, ejercitados como un galgo los sentidos, a los que de vez en cuando, si tienes suerte, miras volver del campo en que los has soltado trayendo entre los dientes presas de la misma importancia que las que, de tiempo en tiempo, han conseguido ``cobrar'' las religiones.

Desgraciadamente, la humanidad produce mucho sentimiento y poco espíritu. Y lo mucho se come a lo poco. No lo digo con enfado, lo digo con tristeza. Porque lo mucho se malgasta y se acumula en tan grandes cantidades que acaba por excluir todo acercamiento a lo Sustancial. Y la lágrima, lo más sagrado que hay, al enturbiar los ojos (y la mente) se convierte en la razón por la que en el arte confundimos la voz en primera persona con el caso particular del creador. Así, la ``emoción'' y nada más, ha llegado a ser nuestro único criterio ante toda creación. ¿Es, sin embargo, así? ¿Es eso lo correcto?

Personalmente, no recuerdo haber experimentado nunca emoción ante el Partenón o La Ilíada, los mosaicos de Rávena o Solomós. Vibración, sí. Sobrecogimiento, sí, si no duda: cómo puede ser, cómo es posible que un hombre tan de naturaleza hipo llegue a semejante hiper. Que enderece o curve las líneas en el mármol, en la lengua, en el sonido, con tanta precisión que los elementos del mundo obedezcan y se nos entreguen como quisiéramos que fueran, como los pide nuestra alma y como todo indica que podrían ser. Pero lo mismo, con la condición de que exista una alta calidad, observamos también a escala mucho menor en los ídolos arcaicos y en Arquíloco, los vaioforos populares, en Teófilo, la Paraportianí y en la Rosa Eterna.

Espíritu que para ser recibido requiere de un salto por encima de la emoción. Y tener el alma en la punta de los dedos, en los ojos, las fosas nasales, en los labios. Por ahí habla el mundo. Por ahí encuentras tu camino privado. Florecen mejor las flores en el Epitafio. Huele a amor la iglesia. la vida se queda y no termina. Aquí.

Traducción: Francisco Torres Córdova