La Jornada Semanal, 18 de abril de 1999



Sonia Marta Mora Escalante

ensayo

Luminosa palabra

El 23 de marzo de 1974, en la Ciudad de México, muere Eunice Odio. Insisten los estudiosos de la autora en la soledad que rodea la última etapa de su vida. Su presencia crece desde entonces, a medida que el reconocimiento a su aporte se generaliza entre lectores, críticos y escritores. Ya era tiempo de que le diéramos el lugar que le corresponde en nuestra cultura, porque Eunice Odio es un caso extremo de ``pureza poética insólita y desgarrada'' en palabras de Carlos Cortés.

A veces a ti misma te esquivamos.
Tratamos de cubrirte con palabras
y adjetivos espléndidos, por temor
a ver entre tus pliegues algo de lo desconocido.

Carlos Martínez Rivas, Eunice Odio

Severa fue Eunice con la retórica tradicional, con el lenguaje poético heredado, con los lugares comunes. Severa fue también con los logros ajenos y con los propios. Expresa así una permanente insatisfacción creadora que se convierte en el origen de su gran aporte a la producción lírica contemporánea.

No es exagerado afirmar que el nudo de la labor estética de Eunice es el movimiento hacia una plenitud inalcanzable, la búsqueda incesante, insaciable. Búsqueda de lo humano, de los seres humanos, y también de lo trascendental, de lo divino. Búsqueda que se expresa en un afán ilimitado de libertad, tal y como lo ejemplifican sus inconfundibles ensayos, y que marca sus opiniones y aspiraciones en el campo artístico y en el terreno político y social.

Este movimiento inacabable se materializa, de la misma forma, en el goce de la libertad formal que acusa su lírica y en la permanente lucha por la originalidad. Esta tendencia le confiere gran vigor a su palabra, en la cual se tematiza gracias a la noción de infinitud, que continuamente aparece en sus poemas, y que en numerosas ocasiones adquiere la forma de una circularidad abierta, permanentemente reiterada. La alusión a espacios sin límite, al ``río sin término'', a su acento que habla ``de cosas inacabadas'', ubican al lector sin cesar en un espacio poético concebido como un ámbito privilegiado de acción generadora, de nacimiento y despertar de la ``vigilante'' voz, en síntesis, como un lugar de revelación: ``soy una gran palabra múltiple/a cuyo paso cede lo innombrable''.

Poeta de ruptura

Es precisamente la búsqueda sin frontera el fundamento de la actitud de ruptura de los textos odianos. En éstos se lucha, golpe a golpe, por darle un sentido nuevo a la palabra poética, por iluminarla con desconocidos ecos para concretar esa innovación a la que aspiran los poetas de vanguardia. Junto a Victoria Urbano, Alfredo Sancho y Eduardo Jenkins, entre otros, Eunice impulsa una rebelión retórica desconocida hasta ese momento en nuestro medio cultural.

Animada por este espíritu inquieto, la escritora -``...qué he de ser ?/Si me han nacido estos ojos tan grandes''- extiende su mirada a la literatura española e hispanoamericana. De este modo, el esfuerzo de los poetas de la primera y la segunda generaciones, según ha argumentado Carlos Francisco Monge, impulsa la poesía costarricense hacia la incorporación en las tendencias mayores de la poesía contemporánea. Se fortalece así en los escritores vanguardistas una conciencia de grupo que afirma su autonomía crítica y su gran capacidad renovadora.

Ante el ``manso terruño''

En esta labor de indagación poética, la palabra de Eunice no está sola. La acompañan Nicolás Guillén, ``enorme poeta y gran amigo'', José Coronel Urtecho, Carlos Martínez Rivas, Azarías Pallais y muchos cultores más de la lírica en lengua española. Y este amplio caminar, unido a la actitud de crítica propia de su generación, la conducen casi naturalmente a distanciarse de las cosas cercanas para resignificarlas con nuevos enfoques, para poder verlas con más profundidad.

Este es el origen de su vehemente reclamo de mujer universal hacia el ``manso terruño''. Dice la autora en su conocido ensayo ``Costa Rica y el arte. Biografía de una generación'', el cual circuló por entregas en 1948: ``He dicho que iban a Europa los millonarios de Costa Rica. Los poetas, los pintores, los músicos vivían cien años atrás medrando a la sombra de la aldea.'' Y al quejarse, con el ímpetu que caracteriza su prosa ensayística, de la carencia de gobernantes que se interesaran por las letras y las artes ``...y mucho menos por los artistas'', concluye enfática que estos últimos permanecían ``sin alas en su pedazo de tierra centroamericana''.

Pero Eunice es consecuente. Critica con rigurosidad la estrechez de su medio, es cierto, pero con la misma fuerza llama la atención de los artistas que se hacen concesiones, y que no atienden el principio de ``escribir más y publicar menos''. Con razón escribe Alfonso Chase: ``Había dos Eunices. (...) Una escribía poesía, y otra prosa. (...) Una construía y la otra destruía. (...) Pero todas convergían en una personalidad construida por medio del cincel sobre la propia alma...''

Eunice y México

Dos presencias inseparables son la poeta viajera y la vida cultural mexicana. Salvo por un breve lapso en que reside en los Estados Unidos, desde 1955 hasta su muerte Eunice vive en México. Aquí ve nutrida su imaginación poética y escribe ensayos, cuentos y numerosas colaboraciones para revistas y periódicos.

El poderoso influjo que México ejerce en la escritora se refleja de muchas formas. En el conocido ensayo En defensa del castellano declara: ``¿Habrá que añadir que México es el colmo de la pasión, la sensibilidad y el misticismo?'' Y es que para la autora estos son precisamente los rasgos de los habitantes del Continente y por ello también de ese ``sabio, sonoro, maleable como el oro'' idioma castellano.

México afirma la vocación lírica de Eunice y fortalece ese espíritu inquieto y agudo sobre el que tanto ha insistido Rima de Valbona. De este encuentro fecundo nace una razón más para hermanar la nación mexicana y la patria costarricense, gracias al vínculo irremplazable de la cultura.

Cae el mito

Pocas autoras han contribuido tan claramente a romper los estereotipos sobre el oficio literario y sobre la mujer escritora como Eunice Odio. La rigurosidad que aplica a sí misma, su elevada exigencia que la lleva a leer con disciplina y a ``trabajar durante mucho tiempo tenaz, apasionadamente, con respeto y devoción por el propio trabajo'', la alejan de entrada de esa imagen feliz de la mujer de letras ligada a la pura emotividad, a la espontaneidad ingenua, a la expresión sin conflictos de su pequeño mundo interior, según lo ha querido proyectar el mito sobre la ``literatura femenina''. Eunice protege su privacidad de mujer y exige ser reconocida como artista. Rechaza asimismo el ``adorno estéril'', los malabarismos verbales vacíos de significado y la emoción fácil que nace del ``llanto y la plañidera'', los cuales asoman cuando falta la fuerza creadora.

Es en cambio una poeta consciente de su oficio, del riguroso trabajo de la forma, de la dura exploración retórica: su penetrante mirada y elevada conciencia estética se expresan en textos complejos, de saturado fondo intelectual. Claro ejemplo de ello es El tránsito de fuego, como bien lo evidencia el detenido estudio de Peggy von Meyer.

El elaborado andamiaje figurativo de la producción odiana llega incluso a provocar al destinatario. De esta manera, con un mismo gesto, se atenta contra el mito de la ``producción femenina'' instintiva, espontánea y vital, y contra la visión tradicional del quehacer literario que pregonaba un lenguaje transparente y una comunicación sin mediaciones.

Presencia continua

Con los elementos señalados se ve hasta qué punto la escritura odiana rompe códigos previos e inaugura senderos. Sus profundos ecos resuenan continuamente en poetas posteriores, desde Virginia Grütter, Ana Antillón, Mayra Jiménez y Julieta Dobles, hasta Mía Gallegos, Ana Istarú y Shirley Campbell. El desasosiego y la soledad del yo femenino, la indagación sobre la infancia y la familia y la fértil línea erótica-amorosa, entre otras, establecen un hilo conductor entre las poetas que nos remiten al luminoso verbo de Eunice Odio: su luz y su fuerza han dejado una huella imborrable en nuestras letras y han marcado, de manera decisiva, su ingreso a la contemporaneidad.



Y luego resulta que yo nunca creí en serio, eso de que tenía que morirme... ¿Sabes quién sí está seguro de eso? O. Paz. Un día me dijo en el colmo de la solemnidad y la seriedad: ``Tú, querida, eres de la línea de poetas que inventan una mitología propia, como Blake, como Saint-John Perse, como Ezra Pound; y que están fregados, porque nadie los entiende hasta que tienen años o aun siglos de muertos.''

De ``Carta 21'', en Eunice Odio.

Obras completas, tomo I.



Eunicianas


Lil Picado



Para Eunice y por Eunice

Un poema de Efraín Huerta y otro de José Ricardo Chaves nos abren los caminos de la poesía de Eunice Odio. Este domingo, La Jornada Semanal y Ancora (Suplemento cultural de La Nación de San José) se unen para recordar la poesía siempre recién hecha y novedosa de Eunice Odio.


Eunice

Efraín Huerta

De Los eróticos y otros poemas.



El final de Eunice


José Ricardo Chaves



Si pudiera abrir mi gruesa flor

Yo no me dejaré humillar por las cosas irracionales:
penetraré lo que haya en ellas de sarcasmo hacia mí,
haré que las ciudades y civilizaciones se me rindan.

Whitman

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre
no quiero acordarme

Cervantes

Eunice andaba en el sueño
con zapatos de vigilia,
¡ay, Eunice, por tus pies
te van a negar el día!

E.O.

Junio 12, 1946,

Granada, Nicaragua.



Declinaciones del monólogo

I

Marzo, 1946

San José, C.R.