La Jornada Semanal, 18 de abril de 1999
Carlos Martínez Rivas, Eunice Odio
Tratamos de cubrirte con palabras
y adjetivos
espléndidos, por temor
a ver entre tus pliegues algo de lo
desconocido.
Severa fue Eunice con la retórica tradicional, con el lenguaje poético heredado, con los lugares comunes. Severa fue también con los logros ajenos y con los propios. Expresa así una permanente insatisfacción creadora que se convierte en el origen de su gran aporte a la producción lírica contemporánea.
No es exagerado afirmar que el nudo de la labor estética de Eunice es el movimiento hacia una plenitud inalcanzable, la búsqueda incesante, insaciable. Búsqueda de lo humano, de los seres humanos, y también de lo trascendental, de lo divino. Búsqueda que se expresa en un afán ilimitado de libertad, tal y como lo ejemplifican sus inconfundibles ensayos, y que marca sus opiniones y aspiraciones en el campo artístico y en el terreno político y social.
Este movimiento inacabable se materializa, de la misma forma, en el goce de la libertad formal que acusa su lírica y en la permanente lucha por la originalidad. Esta tendencia le confiere gran vigor a su palabra, en la cual se tematiza gracias a la noción de infinitud, que continuamente aparece en sus poemas, y que en numerosas ocasiones adquiere la forma de una circularidad abierta, permanentemente reiterada. La alusión a espacios sin límite, al ``río sin término'', a su acento que habla ``de cosas inacabadas'', ubican al lector sin cesar en un espacio poético concebido como un ámbito privilegiado de acción generadora, de nacimiento y despertar de la ``vigilante'' voz, en síntesis, como un lugar de revelación: ``soy una gran palabra múltiple/a cuyo paso cede lo innombrable''.
Poeta de ruptura
Es precisamente la búsqueda sin frontera el fundamento de la actitud de ruptura de los textos odianos. En éstos se lucha, golpe a golpe, por darle un sentido nuevo a la palabra poética, por iluminarla con desconocidos ecos para concretar esa innovación a la que aspiran los poetas de vanguardia. Junto a Victoria Urbano, Alfredo Sancho y Eduardo Jenkins, entre otros, Eunice impulsa una rebelión retórica desconocida hasta ese momento en nuestro medio cultural.
Animada por este espíritu inquieto, la escritora -``...qué he de ser ?/Si me han nacido estos ojos tan grandes''- extiende su mirada a la literatura española e hispanoamericana. De este modo, el esfuerzo de los poetas de la primera y la segunda generaciones, según ha argumentado Carlos Francisco Monge, impulsa la poesía costarricense hacia la incorporación en las tendencias mayores de la poesía contemporánea. Se fortalece así en los escritores vanguardistas una conciencia de grupo que afirma su autonomía crítica y su gran capacidad renovadora.
Ante el ``manso terruño''
En esta labor de indagación poética, la palabra de Eunice no está sola. La acompañan Nicolás Guillén, ``enorme poeta y gran amigo'', José Coronel Urtecho, Carlos Martínez Rivas, Azarías Pallais y muchos cultores más de la lírica en lengua española. Y este amplio caminar, unido a la actitud de crítica propia de su generación, la conducen casi naturalmente a distanciarse de las cosas cercanas para resignificarlas con nuevos enfoques, para poder verlas con más profundidad.
Este es el origen de su vehemente reclamo de mujer universal hacia el ``manso terruño''. Dice la autora en su conocido ensayo ``Costa Rica y el arte. Biografía de una generación'', el cual circuló por entregas en 1948: ``He dicho que iban a Europa los millonarios de Costa Rica. Los poetas, los pintores, los músicos vivían cien años atrás medrando a la sombra de la aldea.'' Y al quejarse, con el ímpetu que caracteriza su prosa ensayística, de la carencia de gobernantes que se interesaran por las letras y las artes ``...y mucho menos por los artistas'', concluye enfática que estos últimos permanecían ``sin alas en su pedazo de tierra centroamericana''.
Pero Eunice es consecuente. Critica con rigurosidad la estrechez de su medio, es cierto, pero con la misma fuerza llama la atención de los artistas que se hacen concesiones, y que no atienden el principio de ``escribir más y publicar menos''. Con razón escribe Alfonso Chase: ``Había dos Eunices. (...) Una escribía poesía, y otra prosa. (...) Una construía y la otra destruía. (...) Pero todas convergían en una personalidad construida por medio del cincel sobre la propia alma...''
Eunice y México
Dos presencias inseparables son la poeta viajera y la vida cultural mexicana. Salvo por un breve lapso en que reside en los Estados Unidos, desde 1955 hasta su muerte Eunice vive en México. Aquí ve nutrida su imaginación poética y escribe ensayos, cuentos y numerosas colaboraciones para revistas y periódicos.
El poderoso influjo que México ejerce en la escritora se refleja de muchas formas. En el conocido ensayo En defensa del castellano declara: ``¿Habrá que añadir que México es el colmo de la pasión, la sensibilidad y el misticismo?'' Y es que para la autora estos son precisamente los rasgos de los habitantes del Continente y por ello también de ese ``sabio, sonoro, maleable como el oro'' idioma castellano.
México afirma la vocación lírica de Eunice y fortalece ese espíritu inquieto y agudo sobre el que tanto ha insistido Rima de Valbona. De este encuentro fecundo nace una razón más para hermanar la nación mexicana y la patria costarricense, gracias al vínculo irremplazable de la cultura.
Cae el mito
Pocas autoras han contribuido tan claramente a romper los estereotipos sobre el oficio literario y sobre la mujer escritora como Eunice Odio. La rigurosidad que aplica a sí misma, su elevada exigencia que la lleva a leer con disciplina y a ``trabajar durante mucho tiempo tenaz, apasionadamente, con respeto y devoción por el propio trabajo'', la alejan de entrada de esa imagen feliz de la mujer de letras ligada a la pura emotividad, a la espontaneidad ingenua, a la expresión sin conflictos de su pequeño mundo interior, según lo ha querido proyectar el mito sobre la ``literatura femenina''. Eunice protege su privacidad de mujer y exige ser reconocida como artista. Rechaza asimismo el ``adorno estéril'', los malabarismos verbales vacíos de significado y la emoción fácil que nace del ``llanto y la plañidera'', los cuales asoman cuando falta la fuerza creadora.
Es en cambio una poeta consciente de su oficio, del riguroso trabajo de la forma, de la dura exploración retórica: su penetrante mirada y elevada conciencia estética se expresan en textos complejos, de saturado fondo intelectual. Claro ejemplo de ello es El tránsito de fuego, como bien lo evidencia el detenido estudio de Peggy von Meyer.
El elaborado andamiaje figurativo de la producción odiana llega incluso a provocar al destinatario. De esta manera, con un mismo gesto, se atenta contra el mito de la ``producción femenina'' instintiva, espontánea y vital, y contra la visión tradicional del quehacer literario que pregonaba un lenguaje transparente y una comunicación sin mediaciones.
Presencia continua
Con los elementos señalados se ve hasta qué punto la escritura odiana rompe códigos previos e inaugura senderos. Sus profundos ecos resuenan continuamente en poetas posteriores, desde Virginia Grütter, Ana Antillón, Mayra Jiménez y Julieta Dobles, hasta Mía Gallegos, Ana Istarú y Shirley Campbell. El desasosiego y la soledad del yo femenino, la indagación sobre la infancia y la familia y la fértil línea erótica-amorosa, entre otras, establecen un hilo conductor entre las poetas que nos remiten al luminoso verbo de Eunice Odio: su luz y su fuerza han dejado una huella imborrable en nuestras letras y han marcado, de manera decisiva, su ingreso a la contemporaneidad.
Obras completas, tomo I.
Eres como uno de esos aguaceros soleados
Acusada de amor imprudencial
Inflexibles patriarcas matriarcales
contra tu imprevisible órbita quemante,
del trópico
húmedo
cayendo grecolatinamente sobre el verbo.
Eunice.
Suma
poética,
poesía multiplicada.
Hirsuta de colibríes
nutricios.
Exégeta de asombros.
Altiva, leal,
bravía,
sensualera y dulcísima.
Asceta dispendiosa.
Aguda,
pertinaz, apabullante.
Imperiosa, sutil,
epitalámica,
perturbadora incólume.
Desperezada, lánguida,
doliente.
Pasional, discrepada,
abarcadora.
Eunice.
Traspasada de flores numerales.
Tenías el
espíritu recio
y la mente fulmínea.
Y eras dueña
De un
corazón invulnerable y roto.
y excesos en el brillo
metafórico,
de no andar por el centro de los lados
ni pagar el
impuesto a tu belleza.
De moverte con gesto desafiante
y una
rara cadencia libertaria.
De incorrección política
frente a
todos los bandos.
De erotismo torcaz
y osadía mística.
De ser
inteligente y ser creadora. Es decir,
de ser innecesaria y
peligrosa.
y apropiadas matronas
patronímicas,
te volvieron apócrifa e inédita.
Pero nada
pudieron. Se estrellaron
contra toda la luz
descabellada
de tu infinita frente corolaria.
Día y noche, pero
A una hora cierta
Salimos de su casa
Más noche que día,
Eunice dialoga y
riñe
Con los altos mastines.
De arriba abajo,
De abajo
arriba.
Triunfa green eyes Eunice.
Los hocicos
se cierran.
Eunice duerme.
La noche se eterniza.
Con un alba rabiosa
Mordiéndonos las
nalgas.
Dicen que en la ciudad de México
en 1974
después de escribir
poesía, de hacerse poesía
verbo ebrio,
resplandiciente
con esa ebriedad de navío a la deriva
o
bajo la tormenta
al meterse a la tina
Eunice Odio resbaló desde
lo alto de una metáfora
cayó al agua
se golpeó la cabeza en el
borde duro de su patria
naufragó.
Dicen...
Yo prefiero creer
en su ángel rosacruz
(tal vez el San Miguel Arcángel
que Elena
Garro le enseñara a invocar)
ese ángel salió del poema
la tocó
en la frente
púsole alas a los lados
y la echó a volar.
Y
voló.
Whitman
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre
Cervantes
Eunice andaba en el sueño
E.O.
Si pudiera abrir mi gruesa flor
su dulce orografía de gruesa flor:
para verme, abierta al sol,
esta reunida sombra,
que es lo que ciertos pañuelos a la lágrima,
Si pudiera quedarme abierta al sol
y alta, recién nacida hija del agua,
Por qué no he de poder desnudarme los pies
por el labio a la palabra, y en que duendes de menta,
Por qué no he de poder
en que todos los días
y en que la costa azul de un relicario
Sin embargo
Pero puedo abrirme como una flor
abierta al sol.
Granada, Nicaragua.
penetraré lo que haya en ellas de
sarcasmo hacia mí,
haré que las ciudades y civilizaciones se me
rindan.
no quiero
acordarme
con zapatos de vigilia,
¡ay,
Eunice, por tus pies
te van a negar el día!
para ver su geografía íntima,
si pudiera saltar desde los
ojos
si no me golpeara de pronto, en la
mejilla,
esta orilla de silencio
un aposento blanco,
descubierto.
como el sencillo mar
creciera mi color al pie del
agua.
en una casa en que los
alfabetos ascienden
sirven té
verde y florecida sombra.
desnudarme los pies en una casa
un año desviste su estatura
melancólica,
guarda el retrato de un
vecino de mayo que se ha ido.
no puedo desnudarme los pies en esta casa
ni poner
sobre la mesa el corazón.
y saltar desde los ojos para
verme,
Estoy sola,
entre mi cintura y mi vestido,
con una carga de ángeles menudos
Entre mi pelo, a la deriva,
confundido,
busca un niño de arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
contra un perfil de rosa,
Arqueándome ligeramente
para calzarme sus arterias y mi voz
en que alguien venga,
pero ahora que no me llame nadie,
porque ahora estoy bajando al agónico
Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado espera las letras de su nombre
Bajo,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis arterias
me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
y me llame,
y no esté yo
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,
y mi alto corazón
muy sola,
sola entre mi voz entera,
como esas caricias
que se
desploman solas en los dedos.
un remero azul,
con un hilo pálido,
en el rincón más quieto de mis
párpados
trece peregrinos se agolpan.
sobre mi corazón de piedra en flor
para
verlo,
en un momento dado
y me llame...
que no quepo en la voz de
nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi
pequeñez,
a la raíz complacida de mi sombra,
tacto de un minero, con su
media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al cinto.
para nacer perfecto y
habitable.
desciendo mucho más,
(qué gran prisa tengo),
para que en un momento
dado
alguien venga,
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para
verlo.
de piedra en flor.
San José, C.R.