René Drucker Colín
El sinónimo del ``gesto de Lizette''
La situación universitaria se agrava y complica conforme pasan los días. A pesar de que el rector Barnés ha manifestado públicamente en varias ocasiones que está abierto al diálogo, la realidad es otra. En varias facultades no se ha permitido que el diálogo se lleve a cabo en instalaciones apropiadas y, por demás, los mecanismos de consulta han quedado en manos de los consejos técnicos o internos, con lo cual se dificulta un proceso de consulta abierto e incluyente, que tome en cuenta al movimiento estudiantil como legítimo, al cual hay que respetar y con el que hay que dialogar. Está claro que él diálogo desgasta y sus resultados en ocasiones no son todo lo fructífero que uno quisiera, pero tiene la virtud de promover la participación y disminuir el impacto de los grupos más radicales que no buscan más que el proceso de confrontación.
Desafortunadamente, hoy, parecen ser las autoridades de rectoría las que buscan la confrontación. Por un lado lanzan una campaña propagandística advirtiendo sobre los graves daños que indudablemente generaría una huelga, pero por otro se ha indicado que si se cierran los accesos a la Universidad y se lleva a cabo la huelga no permitirán que las investigaciones se mantengan al nivel mínimo necesario. Ahora sí que yo ya no entiendo nada. Por doquier aparecen declaraciones con cálculos millonarios sobre las pérdidas diarias que ocurrirían en caso de huelga. Desde luego no queda para nada claro cómo se calculan dichos montos, ya que las autoridades declaran diferentes cantidades. Más parecen declaraciones propias de una estrategia conducente a ganar la opinión pública, sin mucho apego a la realidad.
Por otro lado, es una lástima que se calculen pérdidas en términos económicos de la huelga, porque impedir que continúen los trabajos de investigación sí generaría enormes pérdidas de todo tipo, difíciles de recuperar. Esto casi sugiere que existe una estrategia de confrontación y que a la rectoría poco le importa el trabajo de investigación, con tal de poder endilgar los costos de la huelga al movimiento estudiantil, el cual hasta la fecha jamás ha manifestado que pretende impedir el curso del trabajo de investigación. No es esto el sinónimo de lo que Guillermo Sheridan escribió (La Jornada, abril 16) sobre la consejera Lizette Jacinto. ``Si usted rector no hace lo que nosotros queremos que haga, será usted el responsable de lo que nosotros haremos''. La rectoría ha aprendido bien la lección, pues encontró en la estrategia arriba mencionada la solución para la ventaja.
Si ustedes huelguistas no hacen lo que nosotros, en rectoría queremos, nosotros impediremos todas las actividades universitarias, aunque ustedes no lo propongan, y por lo tanto ustedes, estudiantes, serán los responsables de lo que nosotros hagamos. Coincido con Sheridan en que los desplantes de Lizette ``mezclan los peores ingredientes: la amenaza, la fuerza y la tontería''. Me pregunto: ¿no estará recurriendo la rectoría a lo mismo, con el ingrediente adicional de la irresponsabilidad? Yo no quiero la huelga; estoy por el diálogo y la marcha silenciosa del día 20, convocada por los directores intentará manifestar ese espíritu. Pero me queda la duda, porque no se hizo tal marcha el día en que el gobierno federal anunció un recorte al presupuesto universitario, pues en el fondo de todo este lío está la pésima estrategia del Estado sobre la educación superior pública, la cual debería ser una de sus principales prioridades presupuestarias y no lo es.