El conflicto en la región de los Balcanes, la manzana envenenada como la llamaban los Habsburgo, nos llama a muchas reflexiones. La primera tiene que ver con las diferentes etapas históricas que ahí se están enfrentando.
Mientras los integrantes de la OTAN, que cada vez parece más prestanombres del Pentágono, despliega tecnologías de un altísimo costo, los kosovares, supuestos beneficiarios de su acción, claman por mendrugos de pan.
Mientras el gobierno de Milosevic, supuesto enemigo a vencer, se fortalece y radicaliza sus acciones contra sus enemigos históricos, los límites de la guerra tecnológica se hacen cada vez más evidentes y colocan al gobierno de Clinton ante el dilema de vietnamizar la estrategia o abandonar la región con más pena que gloria.
Mientras las negociaciones entran en una cómoda dinámica para quienes las llevan a cabo, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados se declara incompetente para poder dar respuesta al complejo fenómeno social ante el cual tiene que responder.
La guerra tiene, como todas las acciones humanas, sus límites. No reconocerlo es pretender negar la evidencia histórica que cientos de guerras, que millones de muertos, están dispuestos a aportarnos en cualquier momento.
La guerra del Golfo demostró, entre otras cosas, que las victorias son ahora más virtuales que reales. Cierto, para los aliados la victoria fue total, pero Hussein sigue gobernando y Tarek Asís siendo su canciller.
Antes, la rendición implicaba tomar prisioneros, ocupar países, modificar fronteras. Hoy, parece que la victoria se equipara con la capacidad para lograr objetivos con los misiles o dañar instalaciones consideradas estratégicas.
A cambio de ello, los ejércitos invasores-salvadores exponen poco y la probabilidad de pérdida de vidas es escasa.
La humanidad no quiere ya la guerra; ello es una de las enormes evidencias de la que ahora vive Kosovo. No sólo los enemigos del eje globalizado gobernado por el Pentágono, sino incluso sus amigos. Las manifestaciones en Italia, Inglaterra y en muchas otras partes del planeta no dejan lugar a dudas, Saramago lo definió espléndidamente: ``Es necesario que el presidente yugoslavo Slobodan Milosevic pierda la guerra y que la OTAN no la gane''.
El repudio a la guerra llegará incluso a Estados Unidos, en la medida que ella se prolongue y sigan sucediendo errores asesinos tan dramáticos como el que llevó a decenas de kosovares a perder la vida por la falla de apreciación de uno de quienes tienen poco respeto por el gatillo y el daño que producen al accionarlo. La guerra derrota a todos. De nada valen las amenazas que surgen desde la Casa Blanca cuando la legitimidad de la acción está dañada. Es cierto, la fuerza no se discute, sino que se demuestra, como también lo es que ello no es suficiente para imponer y avasallar. Nuevamente ahí está la historia para demostrarlo.