Marco Rascón
Comisión para recordar

Cuando uno no está situado en el momento ni en el lugar correcto y no toma las decisiones en su oportunidad, éstas se vuelven pecados de la convicción y, para lavarlos, se escriben memorias, libros y se responsabiliza a otros de todos los errores, como una forma de justificar lo que pudo ser y no fue. Cuando se toman las decisiones oportunas, otros escriben los libros de lo que ya es historia pura y objetiva.

Porfirio ha ido tejiendo su derecho de liderazgo y esperó el momento para denunciar la entrevista secreta con Salinas en 88, esperando un vuelco a su favor. No obstante, saberlo ahora no ha modificado nada, porque Cárdenas tiene una historia y su comportamiento nunca lo ha caracterizado como negociador de principios; la campaña permanente del salinismo en su contra así lo demostró, y precisamente se le acusó de intransigente. Sería mejor, entonces, una comisión para recordar.

Hombre de la transición mexicana junto con Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo disloca la ruta de sus aportaciones cuando no logra conjuntar su papel político de los últimos diez años con su aspiración a la candidatura presidencial.

Su falta de éxito para fusionar obra y aspiración lo conduce hacia la ruptura con Cárdenas y el PRD para gozo de las profecías sectarias, que lo han sentenciado a priori como un detractor inevitable. Sin embargo, Porfirio necesita saber por qué cada vez que lucha por el liderazgo principal se convierte en un personaje trágico donde el proceso político, que él mismo fundó con Cárdenas, se le revierte.

Víctima de su propia voluntariedad política, oscila desdichadamente entre el reconocimiento y el repudio, entre el escamoteo para considerarlo un reformador o los que esperan se cumpla la profecía de la deslealtad.

Su obra no tiene asegurado un juicio, pues éste pende aún de una circunstancia que lo sostiene y limita: si triunfa Cárdenas, triunfa históricamente Porfirio (dependiendo de su posición ahora); pero si fracasara Cárdenas, ¿ganarían Porfirio y la democracia?

Los demonios de la voluntad dicen a Porfirio que es el momento de acabar con la ``sumisión al caudillo''. Su ¡ya basta! también lo hiere a él por el papel que uno y otro han desempeñado, y porque su rebelión cede terreno al enemigo, lo que explica por qué está solo con sus alegatos y denuncias.

Reducir su obra a un derecho de escalafón le demerita y se convierte en un pretexto de las debilidades y los errores generales. La falta de serenidad y paciencia frente a la complejidad nacional lo han colocado al borde de la ruptura y en un camino de difícil retorno.

Visto de otra manera, su apuesta es de suma cero, porque está cimentada en el fracaso político de Cuauhtémoc Cárdenas como dirigente del PRD y jefe de Gobierno del Distrito Federal, sin que a nadie convenza; si esto sucediera ¿qué ganaría el PRD, la perspectiva democrática y él mismo?

Es el mismo error que cometió la burocracia del PRD con Cárdenas después de la elección de 1994, cuando lo consideraron ``un cartucho quemado'' y la justificación para ``abrir una nueva relación (inteligente) con Zedillo'' y acabar con la disputa enconada y ``personal'' Cárdenas-Salinas que, según ellos, ``trababa'' una nueva relación con el gobierno.

Muchos conocemos, por Muñoz Ledo, las decisiones determinantes que en 1988 convirtieron a la Corriente Democrática en una nueva fuerza política; entre ellas las que definieron el papel de Cárdenas como candidato a la Presidencia y el suyo para la senaduría. ¿Era para siempre? No, pero tampoco se han modificado las bases esenciales de largo plazo de esa estrategia que ha permitido aguantar en contra toda la fuerza del Estado, del PRI y la oligarquía, pero que hoy Porfirio decidió dar por terminada en el momento incluso en que se pondera la política de alianzas, esencial en la estrategia para el 2000.

¿A quién beneficia esta ruptura?

En su posición, Porfirio pretende hoy cambiar los papeles en torno al liderazgo. No quiere recordar ni reconocer que Cárdenas fue quien desarrolló una estrategia de largo plazo hacia la Presidencia, pues no bastó con el 88 ni con el 94 para cumplir el compromiso establecido en la Corriente Democrática en su inicio, y que hoy Cárdenas se situó de nuevo en la primera línea al ganar la elección de 1997, no por linaje ni caudillismo.

¿Qué enemigo le dijo a Porfirio que era su momento y el del fracaso de Cárdenas? ¿Por qué sustituye ahora su brillantez intelectual y política por una aspiración escalafonaria, como si fuese un burócrata?

Nadie pide que en la complementariedad exista la contradicción, y que la libertad deje de existir para Porfirio, pero antes de la disputa por la Presiden- cia, el compromiso democrático exige patriotismo y no romper con su principal aliado hasta no sacar al PRI de Palacio Nacional.