Visitar la exposición de los proyectos finalistas del concurso para renovar la Plaza de la Constitución me produjo un gran alivio. Alivio y alegría: tanto los concursantes como los miembros del jurado estuvieron a la altura del reto, y éste era muy grande: nada menos que decidir la imagen del ombligo del país. Casi ninguno de los proyectos mostrados cedió ante recetas fáciles, modas prestigiosas, veleidades decorativas ni demagogia populista. Abundan en ellos las ideas inteligentes y la libertad responsable. Viendo esta exposición sentí orgullo por nuestra arquitectura; eso es algo que no me sucede con frecuencia.
Obviamente, unas propuestas me gustaron más que otras; pero creo que el jurado acertó. Los tres proyectos ganadores tienen méritos ciertos, y el que va a realizarse, concebido por la arquitecta Cecilia Cortés Contreras y su equipo, es, para mí, indudablemente bueno.
Digo que el que va a realizarse, y debería añadir: con los ajustes naturales, convenientes, habituales e inevitables. Lo que allí se presentó fueron anteproyectos, y éstos se realizan en la soledad creativa, en ausencia del cliente que es un interlocutor necesario. Ya se trate de un cliente gubernamental o privado, individual o colectivo, lo que se aprueba en un anteproyecto son las ideas básicas, la dirección en la que se camina. A partir de esto se inicia la elaboración del proyecto definitivo, hecho en equipo con muchos interesados. En este caso, los interesados somos el país entero.
Este proceso lo conocemos no sólo los arquitectos, sino cualquier persona que haya estado en contacto con la construcción. Por eso me pareció tan farisaica la actitud de los "defensores de la catedral", de aquéllos que, en lugar de emitir una opinión serena y fundamentada para que fuera tomada en cuenta (y a pesar de que las autoridades manifestaron desde el principio que la idea ganadora no era intocable), se lanzaron a descalificar una propuesta que tal vez desconocían. Y quiero aclarar que en ciertos aspectos concuerdo con ellos: aunque los tres proyectos ganadores (y muchos de los restantes finalistas) coincidían en plantear la supresión del atrio de la catedral y el Sagrario, yo pienso que por razones de función, de escala, de símbolo y de historia, tal atrio debe conservarse. Creo que ni al Zócalo ni a la catedral les conviene la fusión de las dos áreas abiertas.
Desde luego, como era de esperarse, diversos individuos y partidos políticos esgrimieron los manidos argumentos según los cuales los trabajos planeados son "superfluos e innecesarios", "obras faraónicas de culto a la personalidad" que "no deben dar comienzo mientras no haya avances en la seguridad pública", y otras sandeces por el estilo. ƑQué valor tendrán, para estos señores, la dignidad del corazón nacional, la belleza y la identidad urbanas, la calidad de vida, el orgullo de ser y la autoestima colectivos, la valoración de nuestra historia y de los escasos sitios que congregan a los ciudadanos, sus filiaciones y sus sentimientos? Realmente, da pereza tropezar siempre con las mismas paredes del más chato y superficial pragmatismo, la más grotesca deformación de valores, y la simple estulticia.
Hay detalles del proyecto ganador que me gustaría tener más claros. Por ejemplo, en los propios planos se mencionan unas pérgolas que nunca encontré, y las noticias de prensa sobre un "techo" de "mariposas monarca" de bronce no dejan ver si se piensa en algo efímero o permanente, ni de cómo sería tal cosa, que suena a cursilería enteramente fuera de lugar. En general, pienso que a muchos nos gustaría conocer el acta del jurado: sería interesante (y tal vez aleccionador) el conocer cómo se dio el proceso de selección, qué virtudes y defectos encontraron en cada propuesta, cómo se fue inclinando la balanza. Es razonable pensar que los veredictos de los concursos públicos, deben ser documentos también públicos.
Uno de los aspectos más sensibles que el proyecto del Zócalo había de resolver, era el de ese "agujero negro", ese terrible espacio de "no ciudad" que el proyecto Templo Mayor abrió en las entrañas de la urbe. La propuesta ganadora resolvió el asunto con un adecuado "diseño". Pero aquí no se trataba de diseños, sino de concepciones urbanas, y desde mi punto de vista no llegó al fondo de la cuestión. Los dos proyectos que con mayor enjundia enfrentaron el problema, lo hicieron bien y por caminos opuestos. Teodoro González de León ideó una sabia retícula metálica, tenue al ser vista de frente, recia al mirarse de costado, que recupera la traza, los paños y volúmenes de la ciudad colonial. Mario Lazo, por su lado, sugirió entrelazar la ciudad y el Templo Mayor por la vía de ampliar las excavaciones hasta el límite de la catedral y el sagrario. Ambas propuestas me parecen valiosas: una confina el tumor, la otra lo incorpora y armoniza. A veces da tristeza que los inevitables collages que uno hace mentalmente con trozos de proyectos diversos, no puedan llevarse a la práctica.
En resumen: creo que, contra lo habitual, este concurso de proyectos fue un éxito, y que el país tendrá en el Zócalo renovado un bello corazón. Me queda, sin embargo, un gran reparo:
Existen motivos (unos indudablemente válidos, otros no tanto) para querer estrenar la plaza recibiendo al año 2000. Con un enorme esfuerzo, las obras podrían terminarse a tiempo. Pero está el asunto de la prospección y el rescate arqueológicos: si en los estrechos pozos y lumbreras que se excavaron en el piso de la catedral se encontraron tesoros, seguramente bajo nuestra plaza mayor se ocultan maravillas. Los métodos electromagnéticos podrían, tal vez, conducirnos a la Piedra Pintada y a otros monolitos, pero las minucias prodigiosas se perderían por generaciones, o quizá para siempre. Es posible, desde luego, hacer el piso del nuevo Zócalo como una losa con sustento capaz de permitir ulteriores pesquisas subterráneas: sería caro, dificultoso y poco práctico. Hay una segunda opción: posponer el inicio de las obras, con el dolor y la pérdida de entusiasmo consiguientes, hasta el primer día de enero del año próximo, y entonces realizarlas al ritmo adecuado. Los reparos a esto serían coyunturales; los posibles beneficios serían muy grandes y permanentes. Que los argumentos se evalúen con justeza. En todo caso, esta última opción es mi propuesta.