De acuerdo con una regla moral de larga validez, toda persona colocada inevitablemente ante dos males debe decidir por el menor de ellos. Entre Francisco Barnés y un paro indefinido en la UNAM, yo me decido, sin la menor duda, por el paro.
1. El paro es un mal. Su consecuencia inmediata es la interrupción de la formación de los estudiantes. Ese es, de hecho, el daño más fácilmente perceptible. Significa, además, la agudización de conflictos en una sociedad, la universidad, que debe distinguirse por su capacidad de reducirlos a su mínima expresión. En la dinámica creada por una huelga, tildada de ilegal por la corte de juristas al servicio de Barnés, todos quedamos a merced de la violencia física. Pero el monto de pérdidas económicas esgrimidas por el rector y por la directora de mi facultad no son sino un caso más de las mentiras y de las manipulaciones de datos a que uno y otra recurren regularmente.
Como no pueden explicar la manera en que calcularon esas pérdidas, no han respondido a mis solicitudes al respecto, aparecidas en El Correo Ilustrado miércoles y jueves de la semana pasada. Sintomáticamente, en la página de la UNAM en Internet, convertida desde el 11 de febrero en ejemplo de la peor propaganda, no hay respuesta, literalmente, a la pregunta "Ƒsabes qué costo tiene un paro en la UNAM?". Dicho de otra manera, no aparece nada al seleccionar el espacio de la pantalla ocupado por esa pregunta, como si no tuvieran nada que escribir en ese espacio vacío, o como si se hubieran dado cuenta, tardíamente, de que lo que escribieran habría de convertirse en la confesión de un grave delito contra la verdad. Incapaces de explicar cómo calcularon las presuntas pérdidas económicas, empezaron a decir, a partir del jueves, que ellas no son las pérdidas más graves, sino el desprestigio que sería una universidad en huelga.
Cometen así el triple error de desconocer crasamente la historia, de pretender que las huelgas desprestigian y, sobre todo, de ignorar los tiempos y los causas del desprestigio que sufre la UNAM.
Es increíble que el rector de la UNAM ignore que la "A" que hay en ella le viene de una autonomía ganada con una huelga. Apenas alguien con la concepción individualista de la vida, como Barnés, puede ignorar que una huelga, o un paro, es, más acá y más allá de cualquier legalismo, una de las pocas formas de lucha pacíficas de que disponen quienes se enfrentan a estructuras de poder rancias y cerradas. Pero, sobre todo, situar el desprestigio de la UNAM en un futuro que empezará el martes en una universidad parada es cerrar los ojos ante un hecho originado en el pasado y que sigue teniendo lugar.
El desprestigio que sufre nuestra universidad, propiciado y exagerado por el grupo que gobierna en México desde 1982, es producto de muchos factores, que no puedo analizar en este espacio.
El mayor de esos factores es la perversión, es decir. la transformación en su naturaleza, que ha sufrido la UNAM desde que Guillermo Soberón asumió la rectoría, el 3 de enero de 1973. Ese día empezó un proceso de deterioro académico cumplido en dos tareas, las únicas en que han destacado las autoridades universitarias durante el último cuarto de siglo; disminución creciente del salario por trabajos académicos y estímulos igualmente crecientes a los servicios políticos de los trabajadores supuestamente académicos.
Durante estos largos años, la mayor parte del talento académico ha emigrado fuera de la UNAM, de las universidades públicas o del país, al mismo tiempo que la universidad era dirigida por funcionarios con salarios desproporcionados, que llegan a sus puestos con nulos o mínimos méritos académicos y, en muchos casos, sin haber siquiera concluido su formación.
La UNAM no está dirigida hoy por sus mejores. El primer obstáculo que se levanta ante cualquiera que desea enseñar, investigar o publicar es un director o una directora. En lugar de recibir los instrumentos antes de empezar el trabajo, como sucede con cualquier otro trabajador, los académicos de la UNAM, hasta donde lo he visto en mi facultad, tenemos que solicitarlos, esperarlos, desesperarnos, luchar por ellos, ser hostigados y calumniados. Este perversa inversión de funciones, repetida y aumen- tada año tras año durante un cuarto de siglo, ha dado lugar a una pobreza académica extrema que es el factor mayor del desprestigio actual de la UNAM, no una huelga que acaba de empezar.
2. Un mal llamado Francisco Barnés. El paro que empezó hoy en la UNAM es el primer resultado del aumento de cuotas que el rector impuso de manera violenta a la comunidad universitaria y al país, como lo demostré en este espacio. Basándose en una concepción individualista de la universidad, Francisco Barnés usó, para lograr esa imposición, medios incompatibles con la función de dirigir una universidad. Esos medios han sido, hasta ahora, la apelación al aislacionismo y a la mezquindad, la manipulación de datos, estudios carentes de rigor y de ética, intimidaciones, amenazas y mentiras, como he demostrado en otros textos.
En su manera de gobernar y en su biografía, Barnés condensa, simboliza y expresa el sistema de dominación que ha llevado a la UNAM al más bajo nivel académico de su historia. No fue elegido por los profesores o los investigadores de la UNAM, sino por el grupo de buropolíticos que forman la Junta de Gobierno, que es la instancia a través de la cual el gobierno federal nos impone rectores. En este sentido primordial, el rector es externo a la universidad. La injerencia de "grupos externos" en la universidad se da en la persona misma del rector. El es la exterioridad de la universidad. El, más que nadie, está fuera de nosotros. Nos es ajeno y nosotros le somos ajenos. Por eso nunca nos consulta, nos falta todos los días al respeto, nos estorba y nos hostiga, él mismo o a través de sus numerosos empleados y cómplices. Nuestras razones le parecen extrañas porque vienen de un mundo que le es desconocido, el de la vocación intelectual puesta al servicio de una sociedad solidaria.
Nosotros vivimos, según él y sus compinches, en un mundo raro, donde la dignidad, la razón y la solidaridad son lo más importante. Siendo irremediablemente externo a nosotros, Francisco Barnés no tiene derecho a reprochar a otros grupos el hecho de ser legalmente ajenos a la UNAM. El ajeno es él; quienes nos apoyan, en cambio, están cerca de nosotros, social y moralmente.
3. Los estudiantes de la UNAM. A ellos corresponde el mérito de empezar una lucha que debe ser de todos los universitarios y de todo el país. No nos han mentido, mientras que el rector no ha cesado de hacerlo. Han sido solidarios con sus menores y con su país. Apoyarlos y respetarlos no debe implicar dejarlos solos. El rector, que no pudo aislar a los estudiantes de hoy de los de mañana, pretende ahora aislar a unos universitarios de otros, y a la universidad del resto del país. Esta es una lucha de todos los mexicanos que no queremos vivir en un país individualista, convertido en un mercado ubicuo, de todos los investigadores y profesores que hemos dedicado nuestra vida a buscar y a transmitir lo que creemos que es la verdad, y de todos los estudiantes que saben que lo mejor que les puede dar la universidad es una formación excelente, integrante y solidaria,
4. El regreso de la esperanza. Abrogado el reglamento de pagos e idos Francisco Barnés, sus cómplices y lo que ellos simbolizan, académicos y estudiantes sabremos cómo volver a construir una verdadera comunidad en la UNAM. Nosotros somos la universidad. Nosotros haremos de ella un espacio de búsqueda pacífica de la verdad al servicio de una nación libre, digna y solidaria. Esta es la esperanza surgida de un paro largamente provocado.