Jean Meyer
Negra Africa, negra

No hablo de la raza, sino de la sangre, del color de la sangre seca en el sol. La guerra es siempre una tragedia. La guerra entre Etiopía y Eritrea parece una locura, cuando estos países cuentan entre los más pobres del mundo. La locura --¿será locura, será normal?-- se repite de Argel la blanca hasta Mogadiscio y de Maputo hasta Kinshasa, pasando por Luanda, Freetown y Bissau. Miles de soldados muertos en un desierto de piedras, en la frontera entre dos países hermanos; miles de civiles masacrados en la capital de una pequeña república costera, por las pandillas de un Señor de la Guerra; limpieza étnica en la región central de los grandes lagos; genocidio muy real, rayando los diez veces cien mil exterminados, otro genocidio más lento para tan efectivo en el sur de Sudán.

La hambruna recurrente o permanente es otra tragedia. La televisión nos enseña de preferencia imágenes de tanques calcinados o de milicias cinematográficas (boinas de color, lentes oscuros, lanzagranadas, bazucas), pero de vez en cuando vuelven las terribles imágenes de hambruna, de rutina. La guerra olvidada de Somalia, el genocidio olvidado de Sudán: día de mercado no recuerdo en dónde. Un manojo de frutas amarillas, tipo nanches, cuatro camotes verdosos y es todo lo que se vende. Un grupo del Socorro Católico intenta hacer algo: un enfermero ha preparado una sopita para un bebé esquelético, colgado del pecho seco de una madre agotada. El bebé no quiere soltarse, el enfermero le da una cucharada que el infante escupe o vomita. Se desacostumbró a comer... En 1998-1999 muchas personas murieron de hambre en esa provincia olvidada del mundo. ¿Cuántos? ¿Cien mil? ¿Más? Nadie sabe. Vimos en la pantalla el sacerdote católico de aquella ciudad fantasma. Acaba de celebrar la misa en las ruinas de su templo bombardeado. Dice que ``rezar es vital para nosotros. Rezamos hasta cuando bombardean''. Luego entrevistan a un oficial muy bien uniformado, bien comido, un jefe de Estado Mayor del ``Ejército Popular de Liberación del Pueblo''. ¿Cuál pueblo? ¿Cuál liberación? ¿Cuál ejército? Lo único cierto es que el régimen islamista de Jartum usa el arma del hambre contra los sureños cristianos y animistas. ¿Dónde están las organizaciones internacionales, las ONG, CNN?

¿Y la guerra? Se porta bien. Come con un apetito cada vez mayor. La guerra en el Congo-Kinshasa se ha llevado otros seis países entre las patas. La guerra civil se ha complicado con la intervención extranjera en Sudán, Uganda, Ruanda, el otro Congo, Sierra Leona, Guinea-Bissau, Lesotho. La guerra civil recobró vigor en Angola, sigue campante en Somalia y en Argelia. Hay por lo menos 15 guerras en Africa hoy. Una sola enfrente, clásica: dos Estados, por cuestiones territoriales; todas las otras se deben a la inexistencia o al derrumbe del Estado.

El mejor ejemplo es el del gigante Congo-Kinshasa, ``a'' República Democrática de Congo. Hace 40 años que no ha tenido un gobierno efectivo, o sea desde su catastrófica independencia. Al largo y lamentable reinado de Mobutu, siguió (1997) la dictadura tan incompetente como brutal de Kabila, ahora enfrentada a una rebelión sostenida por Uganda y combatida por Angola, entre otros. Ni en el Gran Congo, ni en los pequeños Sierra Leona o Lesotho, se puede hablar de Estado. La guerra se da en el vacío. Y en ese vacío la gente muere de manera atroz, en cantidades enormes.

Por lo mismo la comunidad internacional ha reconocido su impotencia. Esos conflictos difusos no oponen actores definidos con metas claras, de modo que no se les encuentra una solución. Estados Unidos lo experimentó en Somalia. La mediación fracasó en Angola, fracasó entre Etiopía y Eritrea: los combatientes aprovecharon la tregua para rearmarse y atacarse más rudamente. Hasta la ayuda humanitaria beneficia a los matones (ver Somalia y Sudán). La ONU no tiene ejército y no es el gobierno mundial que podría imponer un orden real. Por lo tanto la sangre seguirá secándose, negra, en el sol.