La UNAM es un buen ejemplo de pluralidad. En ella hay académicos, estudiantes y trabajadores de extrema izquierda, de izquierda, de centro-izquierda, de centro-derecha, de derecha y de extrema derecha, para usar un esquema más o menos aceptado en nuestro tiempo. Como en cualquier formación social no totalitaria, en la UNAM el centro-izquierda y el centro-derecha corresponden a la mayoría y sus diferencias son un tanto difíciles de apreciar, salvo en coyunturas y situaciones específicas en las que se dan tendencias a la polarización. La izquierda y la derecha, en cambio, presentan mayores indicadores de diferenciación aunque no irreconciliables mediante el diálogo. La extrema izquierda y la extrema derecha suelen ser irreconciliables y, con frecuencia, tienen un común denominador: la intransigencia y el sectarismo, razón por la cual chocan y muy rara vez dialogan para encontrar acuerdos o consensos.
La UNAM está, por ahora, dividida en dos grandes bloques: la derecha y la izquierda, no porque así sea su composición sino porque las actitudes intransigentes de rectoría sobre las cuotas la han polarizado. En la derecha participan desde el centro-derecha hasta la derecha extrema, no porque no tengan diferencias sino porque están de acuerdo con el poder y con las formas autoritarias de ejercerlo. La izquierda, por otro lado, también tiene diferencias pero éstas se han subordinado y pospuesto, coyunturalmente, por su oposición al poder, al proyecto de universidad que propone y a las formas en que se han querido imponer las cuotas.
El movimiento actual y la huelga estudiantil, se vea por donde se vea, fue iniciado por rectoría. Si el rector Barnés no hubiera planteado la ``actualización'' de las cuotas de colegiatura, no habría movimiento ni, por lo tanto, huelga. Si el rector, en lugar de insistir en la ``actualización'' de las cuotas hubiera abierto un debate en toda la universidad y hubiera hecho un plebiscito al respecto, hubiera tenido dos resultados posibles: una mayoría a favor de dicha ``actualización'' de cuotas, o una mayoría en contra. Pero no lo hizo, y el resultado está a la vista: la UNAM está polarizada y, como ocurre en todo movimiento social en que los ánimos se calientan, las posiciones extremas (y no las moderadas) son las que llevan (y arrastran) a la polarización y a situaciones difíciles para un diálogo, un entendimiento y, por lo mismo, para lograr consensos.
Sin intenciones de hacer ciencia, mi impresión sobre el proceso es la siguiente: antes del Consejo Universitario del 15 de marzo, mucha gente estaba a favor de las cuotas y en contra sólo la izquierda y los extremistas de izquierda. Después del 15 de marzo el número de estudiantes contra las cuotas aumentó y muchos de los que no estaban contra las cuotas se sumaron a los anteriores por la forma en que rectoría logró la aprobación del Reglamento. Fue en este momento, interpreto, que las posiciones se polarizaron: entre quienes están en contra de las cuotas y quienes prefirieron hacer una manifestación silenciosa porque es muy poco o nada lo que tienen que decir.
Si es cierta la hipótesis de que rectoría propició el movimiento y la actual polarización, en sus manos está resolver el problema: que el rector posponga indefinidamente la aplicación del reglamento (puesto que su derogación sólo le corresponde al Consejo Universitario), llame al diálogo abierto en el que participen autoridades y no autoridades y una vez que se despolarice la UNAM (que se estabilice), realizar un plebiscito.
Con los resultados del plebiscito en la mano, entonces convocar al Consejo Universitario para derogar, modificar o confirmar el Reglamento de Pagos. Una universidad polarizada difícilmente podrá ser gobernada democráticamente. Y a la democracia sólo se opone la derecha extrema, que es minoritaria.
El rector tiene la palabra.