La Jornada jueves 22 de abril de 1999

Adolfo Sánchez Rebolledo
Miguel Alemán

L a mención de Miguel Alemán como precandidato del PRI a la Presidencia de la República podría ser una cortina de humo o un ejercicio para ampliar el margen de maniobra presidencial en una sucesión que por momentos parece escapársele de las manos, pero lo cierto es que el gobernador de Veracruz parece dispuesto a seguir el juego con todas sus consecuencias, atendiendo a su propio cálculo político. Las señales sobran, los dichos también.

La del gobernador veracruzano es una carrera que marcha sin estridencias, conforme a los viejos cánones de la ortodoxia priísta. Llegó sin tropiezos al gobierno de Veracruz, ungido como candidato ``de unidad'', y aunque no es correcto hablar de un arreglo bajo cuerda con los demás partidos, la verdad es que éstos le facilitaron las cosas, ya fuera descalificando al candidato más competitivo o bien poniéndoselo a modo para que el alemanismo surgiera sin obstáculos.

Ahora, como si fuera una ocurrencia personal, el diputado Fidel Herrera destapa al gobernador, inscribiéndolo muy a tiempo en la lista de aspirantes; luego, sin más, el presidente del PRI oficializa su registro al nombrarlo junto con los otros cinco que ya han manifestado sus deseos de competir por la candidatura de su partido. Sólo entonces, Miguel Alemán pronuncia, con sus imprescindibles condicionantes, las rutinarias palabras rituales: ``Si me nombraran abanderado, yo aceptaría'', confió a los reporteros que lo asediaban. Sus seguidores piensan que es posible repetir la experiencia veracruzana de modo que sea al final del día el hombre providencial capaz de poner punto final a las discordias del priísmo que amenazan muy seriamente su permanencia en el poder.

No es casualidad. Alemán podría ser un candidato muy atractivo para importantes inversionistas nacionales y extranjeros. Tiene nombre, recursos, abundantes recursos, relaciones y muchos, muchísimos amigos dispuestos a trabajar por su candidatura. Y aunque no es un político de vocación, su nombre despierta anhelos adormecidos en el imaginario de los políticos profesionales que sueñan aún con la revolución institucionalizada que les hizo justicia a tantos. Sería una manera de volver al pasado sin pretender una restauración del viejo populismo.

Alemán, el padre, fue el inspirador de la gran modernización capitalista que llevó a México al siglo XX. El PRI es su obra; la consolidación de una burguesía primitiva, voraz e insaciable, su principal herencia. Y en esos extremos se reconocen los nostálgicos de la vieja unidad nacional, pero también los modernizadores de la nueva hora y el mercado, a quienes incomoda el discurso sobre la desigualdad.

Alemán, hijo, bien podría ser la respuesta del oficialismo a las pretensiones aliancistas de la oposición y una figura simbólica capaz de enfrentar, en una guerra de sombras, al cardenismo, pero su futuro depende de lo que pase con las pretensiones de los demás aspirantes y, sobre todo, de la actitud presidencial en la fijación de las reglas para la elección-selección de su candidato.

Por vía de mientras, según datos publicados en la prensa, las encuestas colocan al incoloro gobernador de Veracruz por debajo de Cárdenas y Fox, pero arriba de los demás aspirantes priístas, incluyendo a los secretarios Labastida y Moctezuma. Ya veremos.