Me confieso culpable de fantasear. Estaba seguro de que saldrían al escenario vestidos de hábito, con amplias capuchas, cordón a la cintura y sandalias. Imaginé que cantarían rodeados de un halo de luz difusa y misteriosa y que el espacio se llenaría de olor a incienso y aromas de refectorio. La realidad fue más simple y terrenal: los miembros del Coro de España se presentaron austeramente vestidos de civil y las tablas de la Sala Nezahualcóyotl tuvieron el aspecto de siempre. A cambio de ello, el recital-ritual de canto gregoriano, dirigido por Ismael Fernández de la Cuesta, resultó una experiencia sonora de gran nivel, transparente pero profunda, ascética pero llena de riquezas.
Como antecedente, cabe mencionar el hecho de que los organizadores de las presentaciones del Coro de España en México (precedidas en su paso por Oaxaca y Puebla) supieron aprovechar las bondades de la mercadotecnia, promoviendo al director del coro como el responsable de las ya míticas grabaciones de canto gregoriano protagonizadas por los monjes benedictinos de la abadía de Santo Domingo de Silos. En efecto, esos discos (comercializados hábilmente por todo el mundo bajo el título de Chant) representaron la punta de lanza de un fenómeno musical y social que hasta la fecha es inexplicable: el auge inesperado que el canto gregoriano tuvo durante buena parte de la década pasada y de ésta, no sólo en capillas, monasterios, iglesias y salas de concierto, sino también en el seno de la posmodernidad cultural, el mundo del videoclip, y toda clase de antros y discothéques, donde a veces se le consumía envuelto en secuencias de sonidos tecno que hicieron estremecerse, escandalizados, a los puristas de siempre. Es un hecho que México (contra lo que dicen sus profetas neoliberales) todavía no está instalado en el Primer Mundo, ni en el principal circuito musical del orbe; por ello, esta sobria y depurada muestra de canto gregoriano llegó a nosotros con el retraso que nos llega todo. Quizá esto sea una ventaja: la posibilidad de acercarse al canto llano ya sin la carga de oportunismo tópico con que fue manejada esta expresión musical durante los años de su inexplicable boga.
La evidente sabiduría de Ismael Fernández de la Cuesta, al frente del Coro de España, dio como resultado una versión diáfana y sobria de la Missa in diem sanctum paschae, formada por fragmentos litúrgicos de distintas fuentes. Más allá de las riquezas propias de esta forma de hacer el canto llano en lo que se refiere a homogeneidad de textura, afinación impecable, dinámica controlada al máximo y enorme claridad en la enunciación del latín, esta sesión permitió al público acercarse a una experiencia sonora novedosa: el discanto aplicado al canto llano. Me cuento entre aquellos que fueron sorprendidos por la aparición de ciertos momentos de polifonía (o prehistoria de la polifonía, como la llamó Fernández de la Cuesta) generados por la superposición de una melodía ornamental por encima de la línea melódica única del canto llano. Este primitivo y simple entramado de voces permite, una vez superada la sorpresa inicial, comenzar a comprender los antecedentes más lejanos de lo que habría de convertirse en la gran polifonía occidental de la Edad Media y el Renacimiento.
Después de terminada la sesión me encontré brevemente, copa de vino tinto en mano, con Fernández de la Cuesta y lo escuché hablar con pasión y conocimiento de causa sobre las fantasías tejidas alrededor de Leonin y Perotin, sobre las investigaciones relativas a distintos manuscritos musicales antiguos, sobre las prácticas medievales de ornamentación musical y, de manera especial, sobre sus propias, numerosas contribuciones al estudio, práctica y difusión del canto gregoriano en nuestro tiempo.
Mentiría si dijera que ahora ya entiendo las sutiles diferencias de estilo para cantar el gregoriano que hay entre Solesmes, Kergonan, Einsiedeln y Silos, pero declaro que su plática resultó tan instructiva e iluminadora como la sesión de canto llano que la precedió. Para finalizar, una observación a manera de especulación.
Antes afirmé que el auge del canto gregoriano nos llegó tarde, y lo sostengo. Sin embargo, no me vendría mal preguntarme retóricamente por qué en dos tardes la Nezahualcóyotl recibió a más de tres mil personas para escuchar una austera misa en canto llano. En estos tiempos de abominable y omnipresente ruido infernal, es una pregunta cuya respuesta bien valdría la pena buscar.