n Imágenes de Islandia, ciclo en la Cineteca Nacional
Los islandeses están ávidos de verse reflejados en la pantalla
n Opiniones de los realizadores Fridriksson, Gunnlaugsson y Oddsson
Raquel Peguero n De las gélidas tierras islandesas, arribaron a tierra azteca tres cálidos cineastas para presentar el ciclo Imágenes de Islandia: Fridrik Thor Fridriksson, Hrafn Gunnlaugsson e Hilmar Oddsson, representantes de una cinematografía que apenas tiene 20 años. ''La ventaja que eso nos dio -bromea el primero- es que no teníamos que matar a Ingmar Bergman para salir adelante, pues aunque se hicieron películas antes de 1979, cuando se fundó el Fondo Fílmico Islandés, no eran profesionales, más bien comedias sin presupuesto, que no nos dieron recursos ni historia".
Herederos de las sagas y los poemas medievales, que son clave para su cultura, sus primeras producciones fílmicas estaban marcadas por esa impronta. ''Queríamos ilustrar de manera propia esa literatura". Tardaron entre cinco y siete años para lograr un nexo con su público y como los directores debían hipotecar su casa para poder levantar una producción ''quedaron en bancarrota: por eso los cineastas originales viven en tiendas de campaña o casas de hielo", dice Fridriksson.
Sin escuela de cine -''eso es mejor porque ahí los jóvenes pierden su talento", dice Gunnlauhsson-, la mayoría de 25 cineastas profesionales de Islandia tienen una formación empírica aunque fotógrafos, sobre todo, hicieron estudios en otro país. Este año se producirán siete filmes, elegidos con base en los guiones que son sometidos a un comité del fondo, que proporciona 40 por ciento del presupuesto y el resto del dinero se obtiene de un fondo nórdico o europeo.
Una nueva ley les augura, además, ''un futuro lleno de luz", porque una cláusula prevé que el productor puede recuperar 12 por ciento de lo invertido si se filma completamente en Islandia. ''Eso hará que lleguen más producciones"
Respecto de la participación femenina, Fridriksson acota: ''Han hecho muchas películas, sobre todo porque nuestros políticos son mujeres y nos permiten jugar futbol". Agrega Gunnlaugsson: ''Vivimos en una sociedad inmersa en el feminismo, al grado que si una mujer llega con un buen guión es más fácil que la empujen para hacerlo", pero todos tienen ''las mismas oportunidades de acceder a una producción, pues lo que se busca es contar historias y bien"; los islandeses están ávidos de verse reflejados en pantalla, al grado de que ''están dispuestos a pagar el doble de precio" de entrada para que hagan películas.
Abordan todos los géneros, comedia, drama, tragedia, ''no se hace un cine tan experimental y casi nada de comedia musical", asegura Oddisson; se tiene clara ''la influencia del lenguaje estadunidense, así que somos muy torpes", ataca Fridriksson, y concluye Gunnlaugsson: ''Estamos en una etapa amateur, como cineastas no tenemos un vínculo común, pues cada quien hace su propia historia".
De Fridriksson (1954), el más aclamado de su país, veremos Fiebre fría (1995) e Hijos de la naturaleza (1991) con el que ganó 23 premios internacionales y una nominación al Oscar como mejor película extranjera en 1992. Afirma que le gusta ''contar historias en la manera casi antigua. Si no lo hago es doloroso, por eso es sencillo: hago cine para quitarme el dolor".
Música-séptimo arte, un vínculo
Proveniente del teatro, Gunnlaugsson (1948), es el director islandés más productivo. De él se proyectará El montículo sagrado (1993). Poeta, novelista y cuentista, escribe sus propios guiones porque, asegura, ''me gusta contar historias y no tengo dolor. Fui muy solitario y debía tener unas nalgas muy anchas para poder escribir todo el día, hasta que descubrí que es más emocionante contar las historias mediante el cine, en vez de hacerlo sentado".
Músico de formación, cellista, Oddosson (1957) -de quien veremos Lágrimas de piedra (1995)-, explica que cuando filma ''intento un proceso de escuchar la música que es mi vínculo. La música es más cercana al corazón que a la cabeza y una buena película debe hacer lo mismo: no aguanto las bombas pero estoy fascinado por la gente, por eso mi búsqueda es lograr una historia, entre un billón, y expresarla para que el público se acerque como ser humano".
Este ciclo de cine islandés, inaugurado anoche, estará en la Cineteca Nacional hasta el 30 de este mes; después irá a Monterrey, Guadalajara, Cuernavaca, Aguascalientes, Guanajuato, Jalapa y Durango. La programación se completa con El baile (1998), de Agust Gudmundsson; Magnus (1989), de Thráinn Bertelsson; Como en el cielo (1992), de Krístin Jóhannesdóttir; y Agnes (1995), de Egill Edvarsson.