La Jornada Semanal, 25 de abril de 1999
"¿Para qué publicar los pininos de un chamaco?'' La pregunta no es mía. En realidad me la hizo Octavio Paz en la última carta que me escribió en relación a nuestra edición de Primeras letras, con fecha de 6 de marzo de 1987. Su pregunta culminaba así un diálogo de cinco años durante los cuales discutimos a fondo -por carta, por teléfono, en persona y también, estoy convencido, en sueños- la recopilación de prosa de juventud que en 1988 se publicó aquí en México y que el Fondo de Cultura Económica incluye como segunda parte del tomo 13 de la edición del autor de sus Obras completas. Pero esta noche me doy cuenta que esa pregunta encerraba otra: ¿Quién era el chamaco? ¿El o yo?
La pregunta que Octavio Paz me hacía, prácticamente en vísperas de la aparición del libro, resumía la tónica de todo nuestro diálogo: el escritor riguroso y exigente expresando sus dudas sobre el valor literario de textos que él había dejado de ver hacía más de cuarenta años a un investigador que lo alentaba a recoger esos textos en un libro. Durante aquellos cinco años de diálogo le expresé, obsesivamente, mi vivo interés por conocer todos y cada uno de los detalles sobre su vida y su obra entre 1931 y 1943, los años que cubren Primeras letras y Primera instancia. Había viajado a México en el verano de 1982 para hacer investigaciones sobre una introducción general a la obra del poeta y ensayista. Y como yo no sabía nada sobre el tema, decidí empezar, acaso ingenuamente, por el principio, indagando sobre los orígenes del escritor. Me sorprendía entonces la falta de reflexiones críticas sobre esta etapa en la obra de Paz y, más aún, que él mismo, en sus numerosas entrevistas hasta esa fecha, no hubiese abundado mucho en las mismas. Al cabo de dos meses de trabajo había recogido, para mi sorpresa, unas quinientas páginas, y fue entonces, sin haber tenido apenas tiempo de reflexionar sobre la importancia de esos materiales, que me atreví a llamar a Octavio Paz para pedirle una entrevista.
Nunca he de olvidar la generosidad con que me acogió. Paz me invitó a su casa y me acogió con verdadero calor. También con un poco de incertidumbre, pues a cada paso se sorprendía de mis preguntas, tan obsesivas como puntillosas, y se asombraba de que yo le hubiese dedicado tanto tiempo a lo que él llamaba ``mis viejos artículos''. La idea de reunir y publicar Primeras letras no surgió, por cierto, de esa primera reunión. Y aunque fue Octavio Paz quien primero mencionó la idea de hacer un libro, con las reservas que ya veremos, fui yo quien, para decirlo en spanglish, corrió con la pelota. Poco a poco, a lo largo de los siguientes dos años, una vez que intercambiamos cartas, fotocopiamos materiales y conversamos varias veces sobre el proyecto, la idea fue tomando forma.
Por fin, el 11 de abril de 1984 me escribió: ``Usted me propone publicarlo todo. A mí se me ocurre lo contrario: nada.'' La incertidumbre en torno al posible libro provenía de su naturaleza misma, a medio camino entre la recopilación documental y la creación literaria de un joven escritor. Su carta continuaba diciéndome: ``No, no puedo autorizar la publicación de todos estos textos. Muchos de ellos, además, fueron escritos para ser publicados en diarios y revistas por unos cuantos pesos. No me arrepiento. Pero debemos distinguir entre el periodismo y la literatura propiamente dicha. En principio sería mejor no publicar nada -no hay que despertar a los muertos- pero si realmente usted cree que puede salvarse algo, hay que hacer antes una selección. El criterio: escoger sólo aquellos textos que tengan un mínimo valor literario. El título del libro podría ser Primeros escritos (1933-1943). La primera fecha es de la primera ``Vigilia''; la segunda es la del año en que dejé México y comenzó mi reeducación literaria, intelectual y política. Tenía 29 años: el fin de la juventud.'' Por último, Octavio Paz daba la organización general del libro: ``podría dividirse en tres secciones: Vigilias (aunque hay muchas páginas de esas reflexiones que me enrojecen), las reseñas y comentarios sobre libros y autores... y finalmente las notas periodísticas de Novedades publicadas en 1943 (lo menos malo)''. Los lectores de Primeras letras, y ahora del tomo 13, comprobarán, primero, que a la estructura en tres secciones le añadimos posteriormente una cuarta, ``Testimonios'', con el propósito de incluir textos que no encajaban fácilmente en las otras tres. Fue esta sección, por cierto, la que Octavio Paz alteró más para su edición del tomo 13, al desplazar seis textos de las otras tres. Y segundo, que remontamos por dos años la fecha de inicio de la recopilación, es decir, de 1933 a 1931.
A partir de este momento nuestra colaboración podría ser entendida con una metáfora automovilística: si yo era el acelerador, Octavio Paz era el freno. Pero ambos estábamos conscientes de que teníamos que encontrarnos en algún lugar entre el todo y el nada suyo. Sería falso, sin embargo, decir que todo fue reticencia de su parte. De hecho, una vez que aceptó la idea del libro, él mismo empezó a hurgar en sus papeles, a veces en respuesta a mis majaderías, y fue encontrando textos, o bien perdidos o bien inéditos, que complementaban lo que ya proyectábamos incluir. Así, en diversas búsquedas sobre las que yo le insistí, Octavio Paz halló, o mejor dicho se volvió a encontrar, para nuestra fortuna, con las piezas ``El trabajo vacío'', ``Inocencia'', ``Poesía mexicana contemporánea'' (En el Ateneo de Valencia), ``Poesía y mitología'' y ``Distancia de Proust''. El de Proust tiene una historia muy peculiar, pues sólo se conocía una versión trunca, titulada ``Un mundo sin herederos'', que había publicado en El popular en 1939. Al volverse a encontrar con el ensayo completo, Octavio Paz llegó a la conclusión que había sido ése, y no ``Etica del artista'', que es cronológicamente anterior (de 1931), su verdadero primer ensayo. En carta del 18 de julio de 1985 me dijo: `Distancia de Proust' es, sin lugar a duda, el primer ensayo que escribí. Antes sólo había escrito un articulito sobre la poesía...'' Y para mi sorpresa pasó a explicar la secreta relación entre estos dos textos: ``Hay una coincidencia entre el texto de Barandal y el ensayo sobre la novela de Proust. En ambos me ocupo de las relaciones entre arte y moral, aunque la palabra moral no dice exactamente lo que yo quería decir en aquella época. Por eso usaba otras palabras (espíritu, destino, libertad), en las que no es difícil percibir mis lecturas de Nietzsche pero también de algunos alemanes publicados por Revista de Occidente, como Max Scheler.''
Casi dos años después, Octavio Paz me dijo en otra carta: ``En cuanto al libro propiamente dicho: te confieso que su relectura me desanimó muchísimo. Me sorprende tu benevolencia: si yo pudiese impediría su publicación [aquí fue donde casi me dio un colapso]. Pero sé que no puedo ni debo hacerlo. No puedo olvidar tu generosidad. Además -posibilidad remota pero no imposible- si no sale ahora, podría salir después de mi muerte. Por último: es cierto que esas páginas tienen algún valor documental. Agrego: más bien de orden histórico que literario. Pero una vez aceptada la idea de publicar el libro, insisto en suprimir unas cuantas cosas.'' Su carta pasa entonces a dar una lista de textos que quería suprimir: ``Etica del artista'', las ``Notas'' de su viaje a Yucatán, la ``Noticia de la poesía mexicana contemporánea'', su recital ante el Ateneo de Valencia, un texto breve sobre León Felipe y dos de las columnas de Novedades de 1943 (``La Jauría'' y ``¿Para qué se pelea?''). Ese fue, tal vez, el momento más difícil de todo nuestro diálogo. Esos seis textos, más otros cinco que habíamos eliminado de entrada, podaban el libro excesivamente, a mi juicio. Contesté con una larga carta -mitad alegato jurídico, mitad carta de amor- en la que reclamé justicia no sólo para su obra sino para la Literatura. Al final prevaleció el espíritu del compromiso, tanto suyo como mío, y el libro quedó armado.
Cuento todos estos detalles porque quiero avanzar tres ideas que nos ayuden a entender mejor el tomo 13 de las Obras Completas. Lo primero es recalcar lo evidente: Primeras letras fue una verdadera colaboración entre un gran escritor maduro y un investigador muy joven y con poca experiencia. Cuando salió el libro, uno que otro envidioso escritor de segunda no dejó de decir que la recopilación comprobaba el enorme narcisismo del escritor; suerte de reciclaje de una leyenda de mal gusto que, incluso hoy, después de fallecido el autor, todavía le persigue. Sin embargo, lo que verdaderamente ocurrió fue todo lo contrario. Octavio Paz siempre expresó graves dudas, a mi juicio exageradas, sobre el valor literario de su obra temprana, vale decir de sus orígenes como escritor. Fui yo, y no Octavio Paz, el que insistió en que se diera a conocer todo este material en forma de libro, y una vez que echó a andar el proyecto fui yo el que tuvo prácticamente que proteger su contenido. Como dijo él mismo en su ``Descargo'', eco de nuestras múltiples conversaciones: ``Sentí la tentación justiciera de quemar el manuscrito.''
Otro fantasma que rondó la publicación de Primeras letras fue la cuestión de las supresiones que efectuamos, sobre todo algunos textos que tienen que ver con la actuación de Octavio Paz durante la Guerra de España. El mismo responde a esas críticas en su prólogo al tomo 13, ``El llamado y el aprendizaje''. Por mi parte diré que decidimos suprimir esos pocos textos no porque defendieran a la República española sino porque, a juicio de Paz y mío, no estaban bien escritos. Pensamos entonces, y aún sigo pensando yo, que no hacía falta llover sobre mojado: nada menos que otros seis textos que sí incluimos en Primeras letras abundan sobre la Guerra de España, sus muchas grandezas y algunos de sus crímenes. Y tanto en las notas a mi introducción como en la bibliografía que aparece al final se consignaban, para el lector interesado, las respectivas fichas de esos textos suprimidos.
Una vez exorcizados estos dos efímeros fantasmas pasamos a la verdadera cuestión que estos textos, y su tardía y sucesiva recopilación, sí merece la pena ponderar: me refiero a la conflictiva percepción que tenía Octavio Paz de sus propios orígenes como escritor. A su vez, este conflicto, digamos literario, aparece unido a otro más profundo, de índole biográfica y espiritual, que tiene que ver con su vida entre los años de 1931 y 1943. Es sabido que en 1943, a los 29 años, ``el fin de la juventud'', según me dijo, Paz abandona México durante un largo periodo de casi diez años. Ese año terminaba no sólo su juventud sino muchas otras cosas: una manera de ser, una postura política, una utopía ideológica, un mito de la nación, una serie de relaciones morales y sociales; una vida sentimental. En suma, terminaba una vida y una identidad. También terminaba una crisis que se remontaba por lo menos a 1939, año de desengaños tanto en los órdenes político y público como en lo privado y lo personal. Por eso, la salida de México no es únicamente un viaje con motivo de una beca, la Guggenheim, que acababa de ganar. Desde el punto de vista simbólico, se trataba de un tránsito hacia un nuevo nacimiento porque el joven había, ni más ni menos, muerto. En un conmovedor poema de 1941, hasta ahora inédito, titulado ``La hora'', que originalmente hubiese formado parte de la serie ``Vigilias'' de A la orilla del mundo, y que ahora está en Primera instancia, aparece un esbozo de esta encrucijada:
Fluye, callado, el tiempo;
al borde de mí mismo,
sombra de mí,
me miro:
¿soy el mismo, soy otro?
En silencio me escucho:
escribo, borro, escribo
y al filo de
esta pausa
me inventa una palabra.
Esa ``hora'' que Octavio Paz invoca en algún momento secreto de 1941 es un instante -una hora que es un ahora, para decirlo a la manera de Xavier Villaurrutia- de crisis y decisión interna. Como los toreros, que invocan a la Muerte como la hora de la verdad, el hombre que ya no es joven nombra la hora en que siente la inminencia de una transformación espiritual, interna e inevitable. La crisis de identidad sentida como desdoblamiento es evidente en la pregunta clave, que hoy leemos con retrospectiva resonancia borgiana: ``¿soy el mismo, soy otro?''. Lo importante es que la crisis se resuelve, en el poema ya que no en la vida real, en el reconocimiento de la escritura como modo si no de salvación, sí al menos de testimonio, un testimonio que ha de resultar crucial en la vida y obra de Octavio Paz: su relación dialéctica con la palabra. Si entre 1931 y 1943 el joven poeta aprendiz había tratado de inventar la Palabra -muchas veces, según nos cuenta el poeta maduro, en vano- ahora descubre lo opuesto: al borde de sí mismo, la Palabra lo inventa a él. Ya estamos, al principio de esta década de los cuarenta, a un solo paso de lo que a su final, en el prólogo homónimo de Libertad bajo palabra, se hará explícito: ``Contra el silencio y el bullicio, invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día.'' Abandonar la invención de la Palabra como obligación, y a cambio permitir que sea la Palabra la que nos invente, tendrá, por tanto, un efecto saludable muy preciso: la experiencia de la libertad.
Para que Octavio Paz pudiera dar ese paso, para que pudiese tener la experiencia de sentirse libre, antes tenía que romper con un pasado y un presente plagados de otra experiencia, que de muchas maneras es lo opuesto de la libertad: la soledad. Cuando Octavio Paz se va de México en 1943, rompe sobre todo con la soledad a la que se había sentido condenado hasta que, gracias al tiempo y a través de la invención de la Palabra, logra ser literalmente otro. La ruptura es, por cierto, radical, y adquiere características simbólicas muy patentes, como por ejemplo esa sección de Libertad bajo palabra titulada ``Puerta condenada'', donde se incluirán algunos de los poemas que evocan la desesperación de la época, como ``Elegía interrumpida'', y que termina con el canto a la liberación del poema ``La vida sencilla''. Esa ``puerta condenada'' no es una mera figura literaria -como tampoco lo es el tema de la soledad mexicana que aparece a todo lo largo de Primeras letras. Se trata de una verdadera tapia, una empalizada, una valla, un muro, un tepantle, que el hombre que una vez fue joven emplaza para encerrar allí a los demonios de una antigua y dolorosa manera de ser.
Si en efecto, como dice en la carta antes citada, fue en 1943 que Paz comenzó su reeducación literaria, intelectual y política, entonces a partir de esa fecha toda la obra anterior tendrá que parecerle condenada, o por lo menos contagiada de los dolores solitarios que él no quería recordar. Por eso en parte llegó a decir, sobre su obra poética, que ``mi primer libro, mi verdadero primer libro, apareció en 1949: Libertad bajo palabra.'' Y por eso su ``verdadero primer libro'' de prosa es El laberinto de la soledad, de 1950 y no las quinientas páginas dispersas que un investigador joven perdido en los estantes de una hemeroteca del DF, desenterró 32 años después. Lo que Octavio Paz considera su obra -trabajada y asumida como tal- comienza en el año 1949-1950, una vez que había cruzado el Rubicón de la libertad.
Con la ayuda de esta suerte de psicodrama defensivo podemos situar nosotros, con más precisión, la franca y confesa ambivalencia que siempre sintió el escritor ante la obra de estos años. La accidentada vuelta a sus orígenes como escritor consistió, sobre todo, en volver a encontrar los viejos fantasmas de la soledad, así como el dolor de la ruptura con el joven que una vez fue.
Creo, modestia aparte, que mis investigaciones para un libro sobre Octavio Paz, que aún no termino, tuvieron un impacto positivo. Ese trabajo no sólo desenterró textos olvidados; también ayudó al autor a confrontar una dolorosa etapa de su vida que él prefería olvidar; vale decir, a abrir la tapia del pasado. Cuando se conoce la libertad, como él la conoció a partir de su decisión de 1943, ¿a qué regresar entonces a los años de una previa sentencia, salvo tal vez como materia de futuras creaciones? Tal vez sin mis obsesivas preguntas sobre los textos de Primeras letras Octavio Paz no se hubiese decidido, tampoco, por desenterrar los poemas de Primera instancia, muchos de los cuales, como acabamos de ver, resultan verdaderamente espléndidos.
Es precisamente esa enigmática relación entre pasado y presente la que el propio Octavio Paz plantea, en su magnífico prólogo ``El llamado y el aprendizaje,'' como hermenéutica del tomo 13. En el prólogo, Paz cuenta una historia de cuando era niño: sentado en el escritorio de su abuelo Ireneo en la casona de Mixcoac, y usando la pluma y papel de correspondencia del viejo escritor, redacta una carta de amor a una desconocida, sin nombre y sin dirección. Junto con un ramo de flores cortado en el jardín de la casa, el niño lleva la carta, ya cerrada en un sobre con lacre y anillo, y decide llevarla en persona. El problema era ¿adónde? Caminando solo al atardecer por las calles de Mixcoac, llega a una casa misteriosa y decide tirar la carta de amor y las flores por un balcón, en espera de que la desconocida las recibiese. Y después explica: ``Mi poesía ha sido fiel a este acto infantil y a la esperanza que portaba: encontrarla. ¿A quién? A mi fantasma perdido en el tiempo. Un fantasma, estaba seguro, que encarnaría en una mujer de carne y hueso. La vida, por regla general indiferente y con frecuencia cruel, a veces nos premia con inusitadas y generosas sorpresas. ¿Quién habría podido decirle al niño que escribió esa carta a la desconocida que, muchos años después, encontraría a Marie-José -a la desconocida destinataria? Por eso le he dedicado a ella los dos volúmenes que abarcan mi obra poética y por eso escribo estas líneas en el prólogo de mis escritos de juventud. Ella inspiró secretamente estos poemas, incluso aquellos escritos antes de que yo la conociese, o aún antes de que ella hubiese nacido. Ahora ella, la desconocida encarnada, los ilumina.''
Si el tomo 13 de las Obras Completas reúne los primeros escritos, eso quiere decir que, cronológicamente, el tomo, o al menos su contenido, debería ser el primero. Si es así, entonces cabe preguntar: ¿Por qué Paz decidió incluirlo como parte de su obra hacia el final de la serie y no al principio? ¿Por qué decidió, además, que fuese el 13 en particular el número agraciado con el contenido de sus orígenes como escritor y, ahora vemos, como ilusionado amante? La respuesta a este enigma numerológico está en su poesía, y en particular en un poema que todos recordamos y que no forma parte del tomo 13: me refiero a Piedra de sol. Todos recordamos también el epígrafe de Gérard de Nerval que el poema lleva a la cabeza: ``La treizième revient... c'est encore la première; et c'est toujours la seule -ou c'est le seule moment; car est tu reine, o toi, la première ou dernière? es-tu roi, toi le seul ou le dernier amant.'' El tomo 13 no es tanto el primero como el primero que regresa, de la misma manera que la decimotercera regresa y, al hacerlo, se descubre que ella es, en efecto, no sólo la primera sino la única. El regreso a los orígenes, como el encuentro con la amada desconocida, es algo más, por tanto, que un desentierro. En realidad significa una reconciliación con esos orígenes: un reconocimiento del sentido de la búsqueda.
Todos hemos ganado con este regreso de Octavio Paz, en el sentido múltiple de esta palabra. Para mí significó sobre todo una lección de crítica literaria y también un aviso espiritual: la verdadera crítica surge de la mutua colaboración, de ese diálogo enigmático entre dos amigos. Un diálogo que, como todas las cosas buenas de este mundo, ``avanza, retrocede, da un rodeo, y llega siempre''.