León Bendesky
Veinte años de ajuste y quieren más

El Fondo Monetario es insaciable y quiere más ajuste fiscal en México. El problema es que la economía mexicana lleva veinte años en ajuste fiscal permanente y, como medida esencial para alcanzar la estabilidad macroeconómica ha mostrado su inefectividad o, cuando menos, su insuficiencia. Por sí solo el equilibrio de las cuentas públicas no se convierte en garantía de estabilidad y menos aún de crecimiento sostenido del producto y del empleo. El presupuesto es un instrumento de la política económica y sólo en ese marco el cierre de las cuentas del sector público puede ser un objetivo.

Los señores del FMI, que administran a control remoto a las economías de muchos países, sean emergentes, en desarrollo o simplemente pobres, quieren darle otra vuelta a la tuerca a la economía de México para volverla a poner en forma y ser capaz de recibir de nuevo las inversiones financieras del exterior. Con un nuevo periodo de control de la inflación, con un peso revaluado frente al dólar y más estable, aunque bajen las tasas de interés internas, los rendimientos reales en dólares seguirán siendo atractivos. Como complemento del anzuelo para los capitales foráneos se requiere, ya se sabe, de una cierta credibilidad y ésa la ofrece la disciplina fiscal, es decir, un nuevo ajuste. Todo esto durará hasta el próximo episodio de inestabilidad o de crisis; eso es lo que dice la experiencia de los años recientes y es lo que saben bien los flamantes profesores convertidos en predicadores del orden económico mundial, y lo saben también en Banxico y en Hacienda.

El argumento ahora es que hay que compensar por la caída de los precios del petróleo ya que, como se sabe, los recursos petroleros son más de la tercera parte de los ingresos del gobierno. Y esto lo exige ahora el FMI después de cuatro recortes presupuestales, después de la depreciación del peso y del alza de las tasas de interés y después de la desaceleración del crecimiento en 1998. Como el gobierno es incapaz de aumentar sus ingresos por la vía del cobro de impuestos, y como es incapaz también de ofrecer un programa de reforma fiscal que sirva, por un lado, para aflojar la restricción fiscal y, por otro lado, para fomentar la inversión, entonces lo único que queda para satisfacer a la ortodoxia económica es reducir otra vez los gastos. Esta es realmente una buena receta de los doctores de las finanzas.

Claro está que cuando se habla de reducir el gasto público se deja fuera a los intereses de la deuda interna y externa, ésta es una cuenta intocable. Pero son los intereses los que forman la mayor parte del déficit y, por ello, los recortes tienen que ir donde más daño provocan y que es el gasto social. Ante este ajuste, la economía no tiene mecanismos de compensación, como demuestra, por ejemplo, el hecho que el sistema bancario es totalmente inoperante y sigue generando ganancias esencialmente especulando con los títulos emitidos por el gobierno. El juego financiero se convierte en un mecanismo cerrado, creador de fuertes intereses, mientras que todo el ajuste recae sobre el resto de la sociedad.

El déficit fiscal no es resultado de la diferencia entre los ingresos y gastos que se denominan primarios, sino que proviene básicamente de la carga financiera de la deuda interna y externa. Es el mismo proceso de presión financiera que provocó la crisis bancaria y la acumulación de los pasivos del Fobaproa (alrededor de 600 mil millones de pesos). Pero el pago de intereses y los fondos usados para el rescate bancario no están a discusión por el FMI, ése es un compromiso ineludible que debe cumplirse con los recursos restantes de la sociedad, el recorte se debe asignar, entonces, a otros rubros.

La nueva ronda de ajuste en 1999 servirá para lo mismo que han servido las anteriores, una estabilización precaria, con altas tasas reales de interés y con una menor tasa de crecimiento del producto. Las entradas de capital volverán a sustentarse en la renovada confianza de los inversionistas en la economía mexicana y el juego seguirá hasta que algo provoque de nuevo el rompimiento de las corrientes financieras. Mientras tanto el ajuste interno se plantea como la única reacción política y, además, en un año de elecciones en el que se necesitan también recursos para ganar.