n Era muy reservada sobre sus asuntos íntimos


Campobello, una mujer recia, valiente y de buenos modales

n La coreógrafa tenía especial gusto por los gatos

Raquel Peguero, enviada /III y última, Villa Ocampo, Dgo. n El día que pusieron el nombre de Pancho Villa con letras de oro en el Congreso Nacional, Nellie Campobello lo celebró en grande. Es la única ocasión que uno de sus amigos, Manuel Mendoza, vio que se tomara "unas copitas" y que, al calor de las mismas, se animara a preguntarle el porqué "nos quitó a los de Durango el privilegio de tener una primera dama". Ella le respondió: "Quise mucho a Adolfo (López Mateos), lo adoré, pero no me podía casar con él, y se lo voy a decir, aunque me da pena, pero es que padezco infantilismo en mis órganos sexuales". Se soltó a llorar.

"Yo supe, de pura casualidad, que ella fue el amor de la vida de don Adolfo ųcuenta Mendozaų, por eso le pregunté, pero me impresionó mucho lo que dijo y me quedé callado". Aceptó, eso sí, una foto que Nellie le regaló "en la que está el presidente abrazándola, y al lado está su hermana Esperancita". Esa y otras gráficas, junto con unos libros, "los doné al Museo Regional de Durango para que las expusieran y les dieran el lugar que ella merece", aunque es algo que no se ha cumplido. La foto, sin embargo, no se encuentra en el archivo del mencionado recinto que sí conserva un programa de mano ųque ella donóų con el que se celebraron los 50 años de la Escuela Nacional de Danza, y un par de gráficas sin fecha en las cuales la coreógrafa aparece en dos ceremonias. No hay nada más, así que la "prueba" de ese amor presidencial queda como uno de los tantos mitos que siempre rodearon a la autora de Cartucho.

Y es que la admiración que aquí sienten por ella se despliega en historias que la envuelven hasta crearle una mitología distinta: desde que fue a bailar frente a Hitler "y luego le gritó en su cara que era un maldito", y que en su casa tenía un baúl enorme lleno de joyas que dejaba abierto para que lo miraran todos ųcomo contó Pedro Avila Nevárezų, hasta extravagancias que le tocó ver a Juliana Moreno, como el extremo cuidado que Campobello daba a sus gatos, al grado que cuando alguno moría, lo velaba.

"Nosotros conocimos a la mujer, no a la artista, de eso no sabemos nada", coincidieron Pedro Dávila, David Holguín, María Cid y Moreno, a quienes Campobello no hacía demasiadas confidencias. Sólo Mendoza asegura haber tenido el "privilegio de que me contara cosas personales" ųmuchas que prefiere no desvelar por caballerosidadų y que la coreógrafa le contó merced a la cercanía que se dio, por la amistad común que tenían con Austreberta (Betita) Rentería ųuna de las viudas de Villaų, y cuyo hijo Hipólito fue compadre de don Manuel.

Nellie ayudó mucho a Rentería. Consiguió que el presidente Cárdenas le diera una pensión y becas de estudios para sus hijos. Por ello, y en agradecimiento, cuenta Mendoza, Betita le pidió a Nellie que escribiera las memorias de Villa, "pero ella no quiso, porque ya había publicado su libro Apuntes para la historia militar de Pancho Villa y le dijo que lo mejor era ir con su buen amigo Martín Luis Guzmán para que él lo hiciera. El aceptó encantado, porque ųdijoų había sido secretario del Centauro del Norte durante seis meses y tenía mucho material. Así que lo juntaron todo y salió ese gran libro". Al legajo le faltaba la parte que giraba en torno a la muerte de Tomás Urbina, por lo que Campobello fue con Guzmán a su tierra y de ahí a Las Nieves para completarlo. Entonces fueron atendidos por Dávila: "Había muchas versiones sobre ese suceso y don Martín ųun personaje muy culto, hasta para caminarų no se quedaba con la duda e iba al terreno de los hechos. Tenían mucha documentación, escribían todos los días hasta que se aventaron el libro. No me di cuenta si tenían otras obras, pero sí trabajaron mucho. El acercamiento entre ellos era mucho y muy respetuoso".

"La señorita Nellie era muy revolucionaria ųagrega Holguínų. Ella nos platicaba que tenía una foto de Villa en su casa y, decía que cuando se sentía mal, deprimida, veía sus ojos y se le quitaba. Así de grande era su admiración por él". Tanta que algunos vecinos no tan cercanos, cuentan que esa foto estaba colgada en un altar que tenía en su recámara y que sí existía, pero en el que en realidad, adoraba al santo de su devoción, San Miguel Arcángel, y a su mamá: "Era un lugar al que nadie entraba, sólo cuando ella quería metía a alguien para enseñárselo", explica Moreno, quien durante su estancia en México le ayudó a Campobello en labores de limpieza de su casa, como forma de agradecimiento por su ayuda: "Siempre hablaba de doña Rafaela, decía que era una mujer muy bonita, que por eso tenía muchos pretendientes que la enamoraban. Era una cosa muy grande cuando hablaba de ella".

Pero en ella todo era grandeza, sobre todo cuando se trataba de su familia. "La jefa por supuesto era Nellie: los hermanos tenían un trato muy organizado ųseñala Dávilaų. Vivían todos juntos, de muy buena manera, menos Carlos, porque tenía su propia familia, pero la visitaba a diario. La relación más estrecha era con Gloria, pero ella era totalmente distinta en su trato con nosotros. Llegaba y se encerraba en su cuarto sin más".

Agrega Holguín: "Gloria era más recia, hosca, se pasaba de largo para no platicar nosotros. Nellie nos decía 'no le hagan caso, es que Gloriecita tiene un carácter endemoniado' y reía''.

Pero la autora de Las manos de mamá también tenía lo suyo, y aunque recibía a sus paisanos en su casa, no a todos les permitía que se quedaran ahí: "Yo no admito a nadie en mi casa ųle dijo una vez a María Cidų, que vengan y yo los oriento y apoyo, pero que busquen donde quedarse, porque aquí no".

Su paciencia tampoco era extensiva hacia sus sobrinos, los hijos de su hermano Carlos: "Nunca vi que apapachara a ninguno o que tuviera algún consentido ųrelata Morenoų, lo que no sucedía con sus gatos que para ella eran todo. Levantaba mucho animal de la calle, unos se quedaban en su casa y a otros los enviaba a su rancho".

Nellie tenía 28 felinos que cuidaba como si fueran niños: "Cada uno tenía su canastilla para dormir, con su nombre. Trozaba sábanas, sobrecamas, batas nuevas, muy bonitas y se las ponía ahí para cobijarlos. Decíamos que eran sus pañales, porque luego me los daba a lavar para que se pudieran volver a usar. Tenía una muchacha que se encargaba de acostarlos, uno por uno, después de darles de comer. Los platos se acomodaban alrededor del patio y en ellos se ponía carne molida sin pellejo, leche y queso, así que aunque eran gatos corrientes se ponían enormes, preciosos, y eran ųeso síų muy entendidos y cariñosos. Nellie dejaba que anduvieran por donde se les antojara, por eso la casa estaba llena de aserrín, y en las camas de ella se ponía periódico para que se echaran los mininos a ver la televisión. Si por alguna razón algún gato no comía, llamaba de inmediato al veterinario para que lo revisara, porque pensaba que podía estar enfermo. Cuando había nacimientos también traía al médico, y a las gatas les ponía sus atajadizos, como si fueran gente y uno no podía entrar recio, sino de puntillas a los cuartos para no molestar a los críos, a los que les compraba sus sonajas y juguetes".

Moreno cuenta que era tanta su adoración por ellos que una vez le comentó que su herencia la iba a dejar para que "se hiciera un asilo donde los gatos pudieran estar cuando ella faltara. šAy, y cómo les lloraba cuando se morían! No iba ni a trabajar". Cuando falleció el Papis, el fundador de la dinastía, mandó avisar a la escuela ųcomo hacía siempreų del deceso, pero esa vez "le pidió a mi hijo que hiciera una caja especial para sepultarlo. Lino hizo una como para angelito, forrada y todo. Quedó tan bonita que el señor Guzmán le dio 300 pesos como pago porque con esa sí se pulió", le dijo. A los gatos los velaba, los paseaba en su caja por toda la casa para que se despidiera de sus rincones y les prendía veladoras. "No sé si rezaba, sería una exageración, pero iba mucha gente y nadie podía reírse porque la señorita se enojaba".

Nellie era "fornidita, pero de buen cuerpo porque hacía ejercicios de barra (de ballet) todavía en los años cincuenta", señala Dávila. Solía maquillarse de manera discreta. Una vez, cuenta Dávila, le enseñó una petaquita llena de joyas y "sacó un anillo precioso que tenía una como mosca con una piedra roja muy grande. Me dijo: 'mira, esto vale 30 millones de pesos'. Quién sabe dónde quedó todo eso".

Era una persona "muy charrista ųagrega Morenoų. Le gustaba bromear, pero siempre con respeto. No perdía el tiempo en platicar cosas simples, siempre de cosas grandes, de su trabajo, jamás de novios o de añoranza de su juventud: eso no le preocupaba. Uno tenía que portarse bien cuando hablaba con ella, porque si no le echaba sus habladitas recio y a mí que me da por mover los pies cuando platico, me corregía luego luego porque no le gustaban esas mañitas".

Eso no quita que Campobello tuviera sus propias mañas, como las añoranzas hacia el olor y el sabor de su tierra, como se lee en las cartas que le enviaba a su amigo, Erasmo Holguín. En una fechada en julio del 62 le dice: "Llegaron las yerbas matarique, copalquin, chuchuparte, etcétera. Todo está muy bien empacado, muy limpio, en ese mismo momento comencé a tomar copalquín y me siento mucho muy bien. En una más escribe: ''Nos trajeron también una cajota de chile pasado, ya comprenderá cómo la hemos recibido, pusimos música en honor de usted y de su señora esposa".

Otra manía era mostrar a sus visitantes, sus cubiertos de plata, su mantelería fina, mientras salía discretamente de la habitación a buscar algo, mientras espiaba sus reacciones tras la puerta. Siempre procuraba que hubiera mucha comida en su casa, para halagar a sus amigos, y buenas bebidas. Tenía una cava generosa, aunque ella "no bebía, cuando mucho una copita que siempre dejaba a la mitad", coincidieron todos los que la conocieron. Lo que nunca perdonaba era el café: "Se hacía uno especial que ponía en un termo del que sólo convidaba al señor Guzmán y a veces a sus hermanos". Ese sí era un vicio, tan fuerte "como su carácter que la hacía una mujer decisiva, valiente, que nos decía, que con una pistola en mano no le tenía miedo a nada", señala Dávila.

"Cómo no íbamos a estar orgullos de que se quedara aquí si nos dio tanto", dijeron los entrevistados una y otra vez.