OTAN, CONTRA LA LEY Y LA ETICA
El fin de semana pasado, en Washington, la incipiente y precaria legalidad internacional sufrió un atropello que va a significarle muchos años de regresión y que introduce, en el contexto mundial del presente, peligros de confrontaciones bélicas de gran escala como los que caracterizaron el periodo de la guerra fría. Las decisiones de los gobernantes de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte de convertir a esa alianza en una entidad no necesariamente defensiva, sino también ofensiva, de extender su ámbito de operaciones posibles a toda Europa Oriental y la Rusia asiática, y de arrogarse la potestad de emprender misiones militares al margen de la Organización de Naciones Unidas y de su Consejo de Seguridad, constituyen, por lo demás, una derrota de los mecanismos civilizatorios y de contención de los impulsos hostiles, mecanismos ardua y dolorosamente construidos por la comunidad internacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Ciertamente, las reglas adoptadas en el encuentro de Washington, en el marco de la celebración por el 50 aniversario de la Alianza Atlántica, han sido aplicadas de facto desde hace más de un mes contra Yugoslavia, una nación que no pertenece al ámbito tradicional de la OTAN y que ha sido objeto de una agresión militar tan implacable como contraproducente ųen la perspectiva de los pretextos de "garantizar la seguridad de los albaneses kosovares"ų, a pesar de que en ningún momento el país agredido atacó ni amenazó a alguno de los Estados integrantes del pacto militar. Así, las incursiones balcánicas de los aliados han introducido, en los he- chos, distorsiones al espíritu y a las normas de la OTAN, que ahora se formalizan.
No debe omitirse que tal intervención, la primera acción ofensiva en la historia del organismo, es, al mismo tiempo, su primera gran derrota, si se considera que durante medio siglo había logrado mantenerse como un mecanismo estrictamente disuatorio. Hoy, en cambio, los actos de destrucción material y humana que los aviones y misiles aliados perpetran en tierras serbias, cada puñado de civiles que mueren por efecto de bombas desviadas y equivocadas, constituyen otros tantos golpes a la integridad moral de los gobiernos implicados en estos hechos.
En otro sentido, el desconocimiento de la ONU y sus instancias es una medida que debilitará, de modo inexorable, la autoridad y la credibilidad del máximo organismo de la comunidad internacional y generará, con ello, entornos mundiales más inciertos, más violentos, más privados de mediaciones y más sujetos a la ley de los más fuertes, es decir, a la ley de la jungla.
En el ámbito estrictamente europeo, las recientes determinaciones de la OTAN introducirán tensiones adicionales, en la medida en que Moscú no va a reaccionar con agrado a la noticia de que su territorio es, a partir de ahora, susceptible de intervenciones "humanitarias" destinadas a imponer "los valores democráticos".
Ciertamente, esta decisión unilateral es impracticable porque, por muchas limpiezas étnicas o genocidios que pudieran tener lugar en Rusia, es evidente que la OTAN no va a lanzar una incursión armada contra esa potencia menguante y descompuesta, pero aún dotada de arsenales nucleares capaces de devastar Europa occidental y Estados Unidos.
Esta certeza, por último, pone de manifiesto el carácter profundamente hipócrita del rediseño de la OTAN. Si realmente ésta tuviera el propósito de imponer mediante la fuerza los "valores democráticos", tendría que empezar por atacar a algunos de sus propios integrantes, como Turquía, cuyo gobierno realiza campañas sistemáticas de limpieza étnica en Anatolia contra los kurdos, y las ha realizado en Chipre contra la población de origen griego de esa isla. En suma, las tareas de humanitarismo armado que la OTAN se ha atribuido serán perpetradas únicamente contra naciones que se encuentren en abrumadora desventaja militar frente a la Alianza Atlántica y cuyos gobiernos no tengan ningún interés como aliados estratégicos.