La Jornada martes 27 de abril de 1999

Pedro Miguel
De Denver a Belgrado

Ahora han recogido a los muertos jóvenes y a los muertos niños, han limpiado la sangre y han reparado los destrozos. En Littleton, Denver, Colorado, queda una vida cotidiana salpicada de huecos. Seguramente, en el sitio de la matanza, quitarán de las aulas los 15 pupitres que quedaron libres para atenuar las ausencias. Las familias tendrán que acostumbrarse a un dolor inmune a los analgésicos y la policía del condado tendrá que reconstruir la gestación de los sucesos y encontrarle lógica a una historia que se resiste a tenerla. Pero, más allá de las explicaciones forenses, persiste la pregunta sobre el patrón de conducta de un ritual que ha causado, en los últimos tres años, cientos de bajas fatales en las escuelas estadunidenses.

Lo más sencillo fue atribuir al cine y a la tele la propagación de conductas violentas y criminales entre los escolapios del país vecino. "Consumir en la pantalla 20 asesinatos por hora --nos decíamos-- no puede no tener efectos secundarios y daños colaterales". Pero es una explicación ramplona. Según esa lógica, tendría que producirse, entre los jóvenes que visitan con asiduidad los templos católicos, y que se exponen, allí, a la contemplación de imágenes de extrema violencia, un número significativo de crucificadores, decapitadores, flechadores y apuñaladores de señoras dolientes.

La policía dice que los dos ángeles exterminadores acusados de la matanza --habrá que fincarles responsabilidades a sus cadáveres-- habían concebido un libreto mucho más devastador. Planeaban volar la escuela, causar medio millar de muertes, atacar viviendas vecinas, secuestrar un avión y estrellarlo en Manhattan. Las matrices de ese guión pueden, sin duda, inscribirse en el género de películas y series de desastre y en los abundantes thrillers impresos que conforman la parte sustancial de la cultura narrativa del estadunidense medio. Pero el deseo de causar bajas y escombros guarda parecido, también, con las incursiones de la OTAN en la Yugoslavia cada vez más ex (si siguen los bombardeos y las expulsiones, habrá que hablar de la ex ex Yugoslavia) y con los impulsos orgásmicos de Estado de descargar, de un golpe, los arsenales acumulados durante lustros.

La motivación de lo ocurrido en Denver, los desaires y las burlas de que eran objeto los exterminadores por parte de sus compañeros de escuela, también recuerda el orgullo herido de Washington y de sus socios cuando los representantes serbios los despreciaron en Rambouillet. Luego se dijo que los ataques contra Serbia tenían por objeto evitar una limpieza étnica que, por el contrario, ha resultado intensificada y apresurada.

O tal vez estos paralelismos son una mera alucinación y los ángeles kamikaze de Denver no tienen nada que ver con los ángeles que todos los días, desde hace un mes, depositan sobre Belgrado sus mensajes de muerte.

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