Alberto Aziz Nassif
Deshacer la madeja en la UNAM
Hace tiempo un abogado laboral me comentaba su desacuerdo con la práctica de la huelga en las instituciones universitarias, por tratarse de un instrumento de lucha demasiado fuerte para ser aplicado en esos espacios. Hoy la UNAM está en huelga, y el problema no es ni siquiera de orden laboral, sino de proyecto de universidad. Una huelga con la que todos pierden, estudiantes, profesores, investigadores, autoridades, y la sociedad en general, que en estos momentos no se puede dar el lujo de suspender las actividades de la máxima casa de estudios. La huelga de la UNAM es la expresión de un fracaso, el de no haber podido canalizar y consensar el conflicto sobre la actualización de las cuotas mediante las vías institucionales del diálogo universitario.
El conflicto de la UNAM tiene muchas puntas y matices. No está en discusión el principio de gratuidad, que se consagra en el artículo tercero de la Constitución, fracción IV, sino la fracción VII, en donde se asienta que las universidades con autonomía podrán "gobernarse a sí mismas", lo cual implica poder establecer reglas de funcionamiento y de administración como, por ejemplo, actualizar su reglamento de cuotas. La UNAM no es enteramente gratuita, cobra cuotas desde hace décadas, las cuales con el paso del tiempo llegaron a una mínima expresión de centavos; el nuevo Reglamento General de Pagos actualiza esos montos y al mismo tiempo consagra el principio de la equidad, ya que establece la norma de que quien pueda pagar, lo haga, y quien no pueda, no tendrá ninguna obligación de aportar. El reglamento puede tener lagunas, omisiones y, por supuesto, es perfectible, pero la intención de tener más recursos propios, un 3 por ciento del presupuesto general, para mejorar algu- nas áreas de beneficio directo a los estudiantes (laboratorios, bibliotecas), es legítima, y forma parte de la facultad de gobernarse a sí misma que le da la Constitución.
Dentro de las demandas estudiantiles está también exigir que se dedique 8 por ciento del PIB a educación. Se puede discutir mucho sobre la obligación del Estado de financiar la educación superior, e incluso se le puede litigar al Poder Ejecutivo y al Legislativo las insuficiencias presupuestales; lo que no es aceptable es que esa pelea se dé dentro de la universidad con una huelga: no es la instancia, y menos el método. Otra de las demandas de los paristas es derogar las adecuaciones al reglamento del pase automático, como el plazo máximo de cuatro años para cursar la preparatoria y la nota mínima de siete, medidas encaminadas a terminar con la figura del estudiante fósil.
Otro espacio de discusión es la fuerte contaminación política que ha envuelto al conflicto en las últimas semanas, desde la forma en que sesionó el Consejo Universitario hasta la polarización de posiciones que han impedido el diálogo y la discusión civilizada, es decir, universitaria. Las posturas cerradas en las que se encuentran las autoridades universitarias, como los mismos estudiantes huelguistas, impiden solucionar el conflicto. La intromisión de intereses ajenos a la universidad, que han sido denunciados por las partes, enturbian el clima; nada tienen que hacer los partidos políticos, como el PRD, en el conflicto, salvo oportunistamente cachar votos; nada tiene que hacer la Secretaría de Gobernación y su titular, el precandidato Labastida, metiendo a sus redes de espionaje y violando la autonomía de la universidad.
Tiene razón Pablo Latapí Sarre (Proceso, núm. 1173) cuando señala que tanto la UNAM como la sociedad atraviesan por una fase preocupante de vulne- rabilidad porque no hay una cultura democrática, no hay costumbre de negociar consensos, no hay aprendizaje de ganar y perder de acuerdo con las reglas del juego democrático, lo cual puede conducir a las soluciones de fuerza y desbordamientos. Los ánimos están completamente polarizados: la estrategia de fuerza de Rectoría no ha sido la más adecuada para buscar alguna negociación, y los estudiantes tampoco establecen puntos para consensar. Quizá se tendrá que buscar alguna voz mediadora que pueda sentar a las partes y empezar a deshacer la madeja. Cada día que pase será más fuerte el enfrentamiento, el desgaste y las pérdidas para todos.