La Jornada miércoles 28 de abril de 1999

Luis Linares Zapata
Free riders

La nueva batalla de los universitarios no es por alcanzar madurez política como les solicitan los jueces de la responsabilidad y los equilibrios. Ni siquiera por reivindicar para sí mismo, con su multiguiada huelga, algunos puntos ejemplares de la epopeya del 68 sin importar que algunos de sus conversos líderes ahora les achaquen afrentas a la libertad y los valores académicos. Tampoco es un conflicto para aislarse de las turbias ambiciones de los conspiradores externos que los manipulan como los acusó sin prueba alguna de por medio Labastida. Menos aún que luchen por asentarse ante la historia como los defensores de sublimes causas justas como lo hicieron los estudiantes nicolaítas de mejores tiempos pasados. No es, como se les reclama, por preservar privilegios para los ricos que pueden costearse sus estudios según insisten aquéllos que se fueron con la finta de las excepciones y descuentos a la palabra argüidos por una rectoría ansiosa de mostrarse comprensiva con los pobres. Su rebeldía no pretende solapar a los ociosos y fósiles como les adjuntan los que cierran sus miradas ante las condiciones que se le imponen a muchos de ellos al trabajar para costear sus estudios. Aunque, aún no satisfechos con lo anterior, les quieran imponer, además, el desprenderse de los cada vez más escuálidos haberes públicos para la educación superior.

No, la pelea de los jóvenes que pueblan hoy en día la UNAM es nada menos, pero nada más, que por la continuidad de la universidad pública. Al parecer una de las pocas que aún quedan en el país pero que, sin duda, todavía es la mejor a pesar del acoso reaccionario que siempre ha padecido, las torpezas, insensibilidad y hasta autoritarismo de muchos de sus rectores y de los inconscientes recortes presupuestarios del gobierno. Los demás, los acusadores, los exigentes de condiciones puestas por ellos mismos, pretenden algo adicional que va quedando claro y que, en el fondo, se dirige a finiquitar la obligación, peleada y adquirida desde ya hace muchos años por otros universitarios, para que el Estado siga garantizando educación asequible y en todos los niveles para los mexicanos. La soliciten o no, la aprecien o la disfruten, la puedan pagar o no. Son costos mínimos de una sociedad profundamente injusta y de un porvenir nublado para los más.

Al movimiento universitario de huelga no se le reconoce mérito alguno en la crítica y el análisis de la actualidad que hacen muchos observadores, menos aún en la visión oficial con la cual coinciden. A veces mencionan, como de pasada y siendo "generosos con las edades de los muchachos", un acentuado infantilismo que pretende recibir educación gratuita sin reparar en su gran costo. El síndrome del free rider tan en boga entre las juventudes que quieren obtenerlo todo a costa de nada. Si acaso contemporizan con las posturas reactivas al famoso reglamento de pagos es para, desde esa elitista visión de la eficiencia que pugna por una aséptica aplicación de los impuestos que pocos pagan, demandarles que no defiendan a los ricos y acepten las nuevas tarifas que decidió el Consejo Universitario. Un órgano que, cuando todavía era factible la negociación, sesionó sin incluir a la representación de los alumnos. Ni más ni menos que a la parte sustantiva de la universidad, su razón de ser.

Mienten quienes afirman que no se cobrarán las cuotas a todos los alumnos. Aquéllos cuyos ingresos familiares, según el reglamento, no lo puedan hacer (uno, dos o tres minisalarios), ya no asisten a la UNAM. Esta realidad es parte de la brecha abismal en las condiciones económicas y en consecuencia sociales de México. Pero si se colaron a los salones de clases tendrán que firmar un compromiso para el futuro. Titulación, alberca y otras minucias gravitarán además sobre los exiguos ingresos de los estudiantes, no de sus familias (sino en muy raros casos). Los datos duros van siendo difundidos conforme pasa el tiempo y se da lugar a que puedan circular aún entre el vocinglerío televisivo y radiofónico desatado contra aquéllos que osaron desafiar los dictámenes de la rectoría y sus sostenedores afines.

ƑPor qué a los universitarios que "cuentan con recursos" se les quiere forzar a pagar de nueva cuenta por su educación cuando sus familias o ellos mismos ya pagaron sus impuestos y adquirieron el derecho, si no de ley, al menos el de la costumbre? Es la misma lógica que suprime subsidios generalizados (80 por ciento) a la tortilla por el prurito de no hacerlo extensivo a los pudientes (20 por ciento del total en el mejor de los casos). El agua, sobre todo en la ciudad de México, o la electricidad en las zonas extremosas que tantos recursos fiscales absorben tendrían que admitir similares discriminaciones. O en parecidas condiciones, Ƒpor qué no cobrar cuotas en el Poli a los "riquillos" (de cinco minisalarios para adelante) que hayan decidido asistir a sus aulas? Los privilegiados del país ya no van a las universidades públicas. Se han concentrado, de manera por demás compacta y clasista, en las privadas y ahí van a quedarse porque entre los semejantes "se sienten mejor". Cómo hubiera gustado ver al rector, seguido de su burocracia, levantar a la UNAM y salir a la calle en protesta por la flagrante intervención de los diputados del PRI y del PAN que, respaldando a los hacendistas del gobierno, intervinieron en sus asuntos internos y les recortaron el presupuesto. Otra sería la historia y otra la significación de un rector para la memoria de su figura.