José Cueli
Los cuatro corceles del Apocalipsis

Las complejas guerras en Yugoslavia que se iniciaron a principios de siglo continúan. Miles de albano-kosovares expulsados de Serbia, desesperadamente tratan de llegar a la frontera con Macedonia y otros a Albania. El número crece hasta llegar a 800 mil. Expulsados y con sus papeles confiscados y borrados de archivos y memoria, caminan en el borde entre la vida y la muerte, y duermen a la intemperie. La guerra en Yugoslavia está cargada de un impulso brutal. Aun después de encendida existía en el fondo de nuestra mente la creencia de que la magnitud de la contienda y lo aparatoso de los bombardeos la resolvieran en breve plazo y el mundo que pasaba por ``civilizado'' no sufriera menoscabo en su prestigio.

Va mes y medio transcurrido desde que comenzó la vorágine siniestra y parece que la catástrofe está en su fase preliminar. En las postrimerías del siglo, una guerra más espectacular que las anteriores hace temer porque no se salven no ya la civilización, sino las bases sobre las que se sustenta. Los cuatro corceles del Apocalipsis, el caballo rojo, el blanco, el negro y el lívido aparecen en visión ultraterrena y dolorosa, simbolizada en conflictos étnicos, religiosos, raciales, jurídicos y económicos en Yugoslavia.

Estados Unidos y Europa progresaron y su avance material sirvió para proporcionar a sus naciones medios más poderosos de destrucción. En cambio, su avance moral y racional no le ha servido para sostener la fraternidad entre los pueblos y sí para confirmar que en el fondo de la persona se ocultan fuerzas irracionales que compulsivamente se repiten y tienden a la destrucción. Es indudable que la raza humana no tiene enmienda y que el proceso de la evolución cultural es una ilusión.

Los hijos de Adán estamos condenados a sufrir el tormento de Sísifo. Nos despojamos de una barbarie, creamos lentamente una civilización y no llegamos a verla perdurar. Una hecatombe provocada por los líderes del momento aniquila lo construido determinando un nuevo caos. Luego vuelve a empezar, una cultura nueva, a llegar a verla floreciente y nada; vuelven los pueblos a repetir el ciclo interminable.

Llegados a un límite de esplendor, ven los pueblos deshacerse su grandeza y tornar a la nada, para comenzar otra vez su peregrinación hacia la cumbre. La perspectiva no puede ser más desconsoladora para la humanidad. Cuando truenan los bombardeos y los miles de refugiados se desesperan por pan y medicinas no parece muy congruente que los líderes actuales digan que lo hacen por el bien de la humanidad. Cuántos ejércitos entran en batalla a lo largo de la historia, dicen, que luchan por el bien y se encuentran en posesión suya.

``El bien'', ``la razón'' es sólo uno y no puede estar de parte de cada uno de los combatientes. Ambos lo ofenden y al tomarle como bandera lo ultrajan. ``Maldito'' bien, ``maldita'' razón que viene por el cauce del dolor y la muerte navegando sobre ríos de sangre. No en balde Sigmund Freud le dio un vuelco a la razón, al descubrir el inconsciente y la pulsión de muerte, en la que se conjugan las diferentes formas de lo negativo: odio, destrucción, agresión, omnipotencia y sadomasoquismo. Pulsión de muerte que se propone reducir, en forma regresiva, lo organizado a lo menos organizado, las diferencias de nivel en la uniformidad, y lo vital a lo inanimado.