La Jornada viernes 30 de abril de 1999

Elena Gallegos /II
Pasado y presente de la UNAM

En los últimos lustros, cada nuevo rector de la UNAM siente la tentación de reformar el reglamento de pagos. Y, en ocasiones, es seducido por ella, a pesar de que las cuotas han sido uno de los símbolos que inevitablemente terminan por ser motor y bandera de la protesta estudiantil.

Le pasó al doctor José Sarukhán. Durante ocho meses -desde finales del 91 hasta junio del 92- sondeó a la comunidad, sumó adeptos y pulsó la movilidad de los colectivos de activistas.

No sólo eso. Obtuvo para su iniciativa de actualizar cuotas, el respaldo del recién nombrado secretario de Educación, Ernesto Zedillo. Cuando su staff consideró que el momento era propicio soltó el proyecto. Aseguraban, confiaban en que había consenso para tal medida y que no ocurriría nada que la echara para atrás.

Y es que en el cálculo de las autoridades se contaba con que el movimiento no lograría involucrar a los muchachos, que estaban muy desgastados, luego de un Congreso Universitario (junio de 90) en el que, salomónicamente, se había decretado un ``empate técnico''. En amplios círculos estudiantiles y académicos se extendió ese verano la percepción de que la discusión de fondo de la universidad había vuelto a posponerse.

Por lo demás, el intento de reforma se daba en un contexto de aparente estabilidad económica, los tiempos estaban aún lejos de la lucha por la sucesión presidencial y el PRI acababa de golpear a la izquierda al arrasar en las elecciones federales intermedias (91). Circunstancias que, por cierto, no existen ahora.

Sin embargo, las primeras exhibiciones de fuerza del movimiento contra el Plan Sarukhán (marchas y toma simbólica de la Rectoría para impedir la sesión del Consejo que lo aprobaría) encendieron focos rojos en las esferas gubernamentales.

Hubo también un grupo de universitarios que se inclinó entonces por que no se descartara la posibilidad de que se tendieran puentes con las organizaciones estudiantiles.

Se mencionan entre ellos, de manera central a José Narro Robles (uno de los mejores operadores políticos tanto en la rectoría de Carpizo como en el primer periodo de Sarukhán), David Pantoja Morán (aunque públicamente permeó otra imagen de él), Juan Ramón de la Fuente (siempre con posiciones más conciliadoras), y Juliana González (con una gran capacidad para analizar con ponderación personajes y escenarios).

Sarukhán, sin embargo, se mantuvo. Hizo patente que no negociaría con ``delincuentes'', refiriéndose a los activistas. En el Colegio de Directores, apuntalaban su empeño -aunque sus planteamientos generalmente se iban a los extremos- Jorge Teissier, José Manuel Covarrubias, Antonio Peña, Jorge Flores y Leopoldo Paasch. Muchos de ellos aún en la estructura de la institución.

Pero no previeron que habría una indicación tajante -fue Manuel Camacho quien convenció al presidente Carlos Salinas de Gortari para que la emitiera- para que la propuesta se retirara. Esta, ni siquiera alcanzó a llegar al Consejo Universitario.

En seguida comenzaron a filtrarse detalles de las formas en que se dio la contraindicación gubernamental. Se dijo incluso que desde la Presidencia se había enviado un helicóptero para trasladar al rector a Los Pinos y que Salinas personalmente le había dado razones para el repliegue, dejando fuera de la decisión a los grupos que apoyaban, con todo, al rector.

Tal situación generó un enorme enojo en esos sectores duros, localizados en las áreas de Derecho, Medicina, Ingeniería, algunas de la Investigación Científica y en segmentos importantes de la alta burocracia de esa casa de estudios.

Su percepción era que se había concedido un poder que no tenían los muchachos, herederos del Consejo Estudiantil Universitario histórico, poder que -según esos sectores- no demostraron en las movilizaciones de protesta.

En síntesis, sentían que una vez más -como les había ocurrido con el Plan Carpizo- el gobierno los había dejado ``colgados de la brocha''. Hoy, esos grupos creen que llegó la hora de su revancha. Porque en este tipo de conflictos, tanto las autoridades como el movimiento estudiantil, tienen que torear, entre muchas otras cosas, con sus propios ultras.

Ello podría explicar la actitud del director de la Facultad de Derecho, Máximo Carvajal, en la sesión del Consejo Universitario del pasado 8 de abril, en la que se ratificaron las reformas al reglamento de pagos. Carvajal espetó repetidamente al rector Francisco Barnés: ``¡Si usted las retira, nosotros de todas maneras las vamos a sostener!''

Todos recuerdan que Carvajal jugó un papel protagónico defendiendo las posiciones irreductibles de la derecha universitaria en el conflicto que culminó con el Congreso Universitario. En esa etapa, fue cabeza del llamado Frente Académico Universitario (FEU), que se creó para hacer contrapesos al Consejo Académico Universitario (CAU), conformado por maestros e investigadores cercanos a las posturas de los jóvenes.

Carvajal ha acariciado la posibilidad de llegar a la Rectoría. No es el único y ahora... ¡menos! ``Si las partes no encuentran la salida -convino una fuente gubernamental-, lo primero que cae es la cabeza del rector. Después, veremos''. Pero esa es parte de otra historia.

Volviendo atrás, la experiencia del 92 demostró además -por si hiciera falta- que el alza de cuotas, independientemente del contexto en que un proyecto de tal naturaleza se produjera, seguía siendo un asunto espinoso.

No obstante el tiempo que se había tomado para ventilarlo en la comunidad y las situaciones sociales, económicas y políticas, que se calificaron de ``favorables'', la sola posibilidad de aprobación (el último viernes de junio de 92) había sido suficiente para encender la mecha.

A partir de ese suceso, el rector Sarukhán pondría todo su empeño en no dejarle pasar nada a un movimiento estudiantil que luego de ir en ascenso, pareció entrar en un periodo de reflujo, para algunos, de franco debilitamiento, para otros. No había luchas de reivindicaciones estudiantiles.

Su derrota más importante fue en 1995. Comienza con el problema de los excluidos y termina con la huelga de los cinco planteles del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH). Ambos asuntos giran en rededor de la discusión sobre la capacidad de la universidad de admitir a estudiantes. En el ínter, se descubre que en los CCH hay 80 grupos con matrícula cero, cancelados por el director del colegio José Bazán, sin la autorización del Consejo Técnico.

El revés se dio porque los alumnos de la universidad -salvo los ceceacheros- no asumieron como propias las demandas de los excluidos, y porque Sarukhán incumplió su ofrecimiento de abrir el bachillerato a su máxima capacidad. La parte estudiantil creía que había posibilidad de que ocho mil jóvenes ingresaran, pero en realidad sólo se otorgaron dos mil lugares. Es decir, las autoridades pudieron desdecirse de los acuerdos pactados como condición para desocupar la torre de rectoría.

Fue en seguida cuando el movimiento presionó para construir otras acciones, no respetó los tiempos y desencadenó una huelga que terminó por atraparlo y que tuvo que levantar sin ganar nada. Todo lo contrario, las autoridades modificaron el plan de estudios y suprimieron dos de los cuatro turnos. Vinieron incluso sanciones para los paristas.

Por otra parte, con el surgimiento del EZLN en enero de 94, muchos jóvenes universitarios cambiaron su espacio de participación política. Se metieron de lleno a organizar todo tipo de acciones de solidaridad con el zapatismo -desde conciertos hasta caravanas de ayuda-, enfocaron su esfuerzo en la realización de la Convención Nacional Democrática, en agosto de ese año y, más recientemente, se involucraron en el encuentro de la sociedad civil en San Cristóbal y en la organización de la consulta de marzo en torno a los acuerdos de San Andrés Larráinzar.

Pudiera ser que, viéndolos ocupados en otros menesteres, una de las apuestas de la rectoría al acelerar la aprobación del nuevo reglamento de pagos el 15 de marzo -seis días antes de la consulta zapatista-, haya sido precisamente la de que no les alcanzaría el tiempo para regresar a sus escuelas y organizarse. Pero esa es sólo una de las tantas versiones que corren entre los universitarios.

Los motivos del rector Francisco Barnés para tocar las cuotas, símbolo, motor y bandera de las luchas estudiantiles, están aún por contarse.